En el Bosque de los Olmos...
Mientras Eldar seguía su camino por el frondoso bosque montado en su espléndido caballo Raphael, este escuchó un fuerte ruido, junto a una gran roca que se alzaba a varios metros de donde él se encontraba. Curioso, este bajó del animal y se acercó cuidadosamente a la roca para no espantar o advertir de su presencia a lo que allí se encontraba por si era peligroso. Lentamente comenzó a rodear el gran pedrusco mientras sacaba de su cinturón un pequeño cuchillo para poder defenderse en caso de ataque.
Casi había dado una vuelta completa cuando vio a un hombre recostado contra la roca sollozar. Este estaba vestido con una larga y agujereada capa negra y los brazos y la cara llenos de arañazos y moratones. Por lo que se podía apreciar aquella persona no era de muy alta estatura y no de mediana edad, o por lo menos eso esa lo que dejaba apreciar su demacrada cara y sus manos huesudas. A plena vista se miraba que aquel hombre no había comido en días y lo habían estado torturando un largo período.
- El Rey Oscuro vendrá y nos matará a todos - repetía seguido aquel hombre con un tono de voz tan bajo que a Eldar, estando a apenas un metro, le costó oírlo.
Este se acercó lentamente a la esquelética figura y le tocó el hombro con delicadeza para darle a conocer que no quería hacerle daño. Desde esa corta distancia aún daban más impresión sus marcados rasgos.
- Señor, ¿Está usted bien?
Cuando el príncipe dijo esto, aquel hombre giró la cabeza en su dirección y miró fijamente al elfo. Este tenía los ojos negros como el carbón y dos grandes ojeras de dibujaban debajo de sus ojos.
- Vete de aquí, vete ahora que aún puedes - gritó el desconocido -. Aléjate y vete a un lugar muy lejos donde no te encuentre nadie o tendrás firmada tu sentencia de muerte.
Eldar se sorprendió por aquellas palabras, pero su mano seguía en el hombro de aquel hombre. Este levantó lentamente su brazo, como queriendo tocar al joven príncipe, pero antes de que pudiera rozar tan siquiera la manga de la camisa con la punta de sus finos dedos, su extremidad cayó en seco. El hombre ya no respiraba. El príncipe alejó su mano del cuerpo inerte, se irguió con cara sombría, se dirigió rápidamente a donde estaba su caballo y se alejó de allí montado en Raphael hacia Calendra.