En el palacio Alado...
Un fuerte estruendo de trompetas despertó a Eldar de su placentero sueño. «¡La boda!» dijo para sí mismo y, levantándose de la cama con gran rapidez, se vistió con sus mejores ropas y se dirigió a los jardines traseros, que era donde iba a celebrarse la ceremonia.
El ambiente que allí se respiraba era feliz y eufórico ya que todos los asistentes tenían una gran sonrisa en sus bocas. Todo había sido planificado con mucho tiempo de antelación: las paredes del castillo tenían grandes adornos y largas cintas de colores. Justo en el centro del jardín se encontraba el maravilloso altar redondo el cual tenía unas altas columnas de mármol blanco que sostenían varias guirnaldas de flores naturales hechas a mano justo la noche anterior.
No solo fue la decoración lo que le llamó la atención al elfo, también todos los invitados que se encontraban en aquel lugar. Parecía que todos los seres de los Ocho Reinos estaban allí. Las damas iban con sus vestidos más pomposos y elegantes mientras que los caballeros con sus ropas más caras y cuidadas. Sin embargo a Eldar solo le llamó la atención una muchacha de todas las que allí había, cuyo rostro conocido deslumbraba todo el jardín junto a su hermoso vestido dorado. Un vestido elegante, con mangas largas que dejaban al descubierto sus hombros y escote pronunciado. Se ajustaba perfectamente a su cuerpo y resaltaba las caderas de la muchacha a pesar de que la parte inferior del atuendo era recta. Unas cadenas colgaban de su cintura en cuya mitad había unos cristales que tintineaban al andar como pequeños cascabeles. Su peinado tampoco pasaba desapercibido. La hermosa cabellera morena estaba recogida en una trenza enroscada y sujeta a la parte baja de la cabeza, justo encima de la nuca, y dos mechones rizos le caían a cada lado de la sien. En el recogido tenía puesta una horquilla aparentemente antigua con piedras del mismo color que el vestido y a su alrededor flores naturales de distintos tipos y colores. Lucía más hermosa de lo que recordaba, y no pudo quitarle los ojos de encima ni un segundo desde que la vio. Sus pasos eran cortos y su cabeza no paraba de girar de un lado a otro al igual que sus ojos. Parecía inmersa en sus pensamientos, seguramente admirando la belleza del lugar, supuso él.
La joven que tanto le había llamado la atención y estaba a apenas unos metros era Eleein.