Eleein es el reino de Calendra...
La muchacha se quedó asombrada al ver las dimensiones de aquel Palacio que, sin duda alguna, era el edificio más grande que había visto nunca.
Todo estaba sumamente decorado y a primera vista parecía hermoso. Eleein, sin darse cuenta, se quedó embobada ante las inmensa belleza de aquel lugar y se olvidó que tenía que buscar algo, o más bien a alguien, entre toda la muchedumbre que había, aún que le parecía una tarea imposible.
- ¡Eleein! ¡Eleein! - decía una voz que a ella le pareció familiar.
Al darse la vuelta la muchacha vio por fin al propietario de la voz. Al elfo que deseaba con tanta fuerza ver desde el momento en que llegó a Calendra. Eldar se dirigía a donde ella se encontraba con paso apurado y una gran sonrisa en el rostro. Cuando ya estaban enfrente uno del otro el muchacho paró y le preguntó sorprendido a la chica:
- ¿Qué haces aquí? Dijiste que no podías venir…
- Cierto… Si no fuera por Rufus no habría podido – contestó ella con una sonrisa.
- Me alegro muchísimo de verte y, por cierto, estás hermosa - dijo Eldar con un rubor en las mejillas.
- Gracias - agradeció la muchacha también sonrojada.
A continuación, ambos se dirigieron a los asientos y se acomodaron en sus sillas. Aun cuando la ceremonia estaba a punto de comenzar Eleein seguía mirando al muchacho de reojo pero este se percató. Eldar miró con una sonrisa a la joven y ella giró rápidamente la cabeza avergonzada.
Unos minutos después las trompetas comenzaron a sonar y con ellas se abrieron las grandes puertas del jardín donde detrás se encontraba Iraidia vestida con un largo vestido de seda la cual tenía una gran falda de color verde y corpiño rosa pastel. Antes de que Eleein se diera cuenta esta ya había recorrido el pasillo y estaba de pie en el altar justo enfrente de su futuro marido. Después de un largo rato por fin llegó la parte más importante de todas y también la que más le gustaba a Eleein.
- Príncipe Jan, ¿Aceptas a la duquesa Iraidia como tu futura esposa? - preguntó el hada Ariel.
- Sí, acepto - dijo el príncipe con una gran sonrisa, pero sin apartar la mirada de su futura esposa.
- Y tú, duquesa Iraidia, ¿Aceptas al príncipe Jan como tu futuro esposo? - volvió a preguntar Ariel.
Justo cuando el hada iba a contestar, el gran portón por el cual habían entrado todos los asistentes al lugar se abrió de golpe con un gran estruendo y, en el umbral, apareció una figura humana la cual la inmensa mayoría de los que allí se encontraban reconocieron.
- Ávader - alzó la voz Saya con cara de enfado.
- Buenos días Majestad - dijo con sarcasmo el hombre -. Y no me llame así, usted sabe desde hace mucho tiempo que no me agrada ese nombre, prefiero... Rey Oscuro.
- Tú no eres ningún rey, ni para mí, ni para nadie aquí presente. Ni siquiera deberías de estar aquí.
- ¿Eso significa que no soy bienvenido?
- No, ni ahora ni nunca - esta vez Saya dijo esto levantándose del asiento.
- Eso me disgusta muchísimo, que pena- Ávader rio -, y yo que quería quedarme. Bueno, pues tendré que irme entonces.
- Eso sería muy correcto de tu parte.
El llamado Rey Oscuro se dio la vuelta en dirección a la puerta, pero antes de llegar se paró bruscamente y, girando la cabeza en dirección al príncipe Jan, dijo «Buena suerte».
Entonces miles de cuervos negros empezaron a volar por encima de las cabezas de todos los invitados sin cesar de graznar.
- ¡Mareul ahora! - gritó Ávader, y su fiel cuervo descendió del cielo seguido del resto de las siniestras aves.
Los cuervos empezaron a picotear a todos los seres que allí había excepto su amo y a destrozar todos los preparativos para la boda a los que tantas hadas habían ofrecido su tiempo.
Eleein, sin pensárselo dos veces, corrió hacia Ávader y, sacando una daga de su liga (las cuales llevaba siempre que salía de su casa por protección), se abalanzó sobre el hombre e intentó apuñalarle. Este, con poco esfuerzo, esquivó la daga y agarró a la muchacha por el cuello. Esta soltó el arma rápidamente y agarró los brazos de él para intentar liberarse, pero su fuerza no era ni la mitad de la de su captor.
Eldar corrió a ayudar a Eleein cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando y, con una de las sillas de madera que estaban tiradas en el suelo, le dio un fuerte golpe en la espalda al hombre. Este se retorció por el dolor y aflojó el agarre en la chica el tiempo suficiente para que esta lograra escapar, pero en apenas unos segundos este retomó la compostura y se abalanzó sobre el muchacho. Ávader cogió su espada y con ella desgarró la manga de la camisa del elfo junto con un corte en el brazo del que brotó sangre al momento. Eleein volvió a coger la daga y con ella hizo una larga, aunque no tan profunda herida como ella hubiera querido, en la espalda del Rey Oscuro. Al momento agarró de nuevo a la joven pero ella logró escapar gracias a que le dio una patada en la entrepierna. Uno de los cuervos fue al rescate de su amo, pero no pudo acercarse mucho ya que Eldar comenzó a arrojarle piedras. Ávader, furioso y dolorido, corrió hasta la salida del Palacio y tras él todos sus secuaces cuervos.
- ¡Os arrepentiréis de esto!
Los dos jóvenes miraron decepcionados el lugar. Todas las guirnaldas y adornos estaban tirados en el suelo y destrozados. Los asistentes, asustados, se ponían de pie e intentaban arreglar un poco sus ropas y cabellos mientras que los sirvientes recogían todo lo que no se podía aprovechar.
Eleein y Eldar se acercaron al altar y subieron los dos peldaños que este tenía. Iraidia estaba sentada en una silla con las manos en la cara llorando y junto a ella estaba el príncipe Jan intentando consolarla, pero sin éxito. El vestido de ella estaba hecho un desastre, al igual que las ropas del que habría sido su esposo, y su peinado se había deshecho. Justo en el medio del altar se encontraban el Rey Saya con cara de desilusión y Ariel con la misma expresión. Ambos estaban hablando de algo el cual los dos muchachos no alcanzaron a oír. Eldar se acercó y se disculpó con el rey por todo lo que había pasado.