En el palacio del Reino Oscuro...
El enano llegó a la puerta de la habitación de Luciana y tocó cinco veces en ella de manera que creaba una melodía la cual solo ellos conocían. Este era su código secreto desde que la chica era a penas una niña y él la usaba siempre que iba a verla.
- Soy Jack, ¿puedo pasar? La he visto muy triste al salir de la sala del trono y quería saber cómo estaba, señorita…
La gran puerta de madera oscura se abrió con un chirrido y detrás de ella estaba la muchacha de pie. Sus ojos rojos y ropas arrugadas indicaban que había estado llorando encima de su cama durante un largo rato.
- Gracias por preocuparte, ahora ya estoy mejor. Pasa.
Entró y sonrió a la chica después de que esta se sentara en su cama. Luciana se lo agradeció con el mismo gesto y dio unas palmaditas a su lado como indicación para que se sentara con ella.
- No creo que sea apropiado… – comenzó diciendo Jack.
- Nadie nos está viendo, siéntate – siguió la muchacha.
El enano se acercó a ella y se sentó a su derecha. Desde allí podía captar el olor a lavanda que desprendía su cuerpo y ver su hermoso rostro con claridad. A pesar de su piel blanca las mejillas de ella tenían un tono rosado al igual que sus gruesos labios. Los ojos eran grandes y de color avellana, del mismo tono que su largo cabello ondulado, el cual le llegaba a la altura de las caderas.
- ¿Sabes Jack? A veces pienso que eres el único que se preocupa por mí.
- Eso no es verdad, su padre también se preocupa mucho por usted, aún que pocas veces lo muestre.
- ¿Pocas? Creo que no lo he escuchado decirme una palabra gentil nunca.
- Tiene razón.
Los dos rieron a pesar de lo que había ocurrido. Ambos solían consolarse mutuamente después de que el Rey Oscuro discutiera o le gritara a alguno. Desde que Jack llegara al palacio se habían llevado bien y después de tantos años se podría decir que ya eran amigos. Sabían todos los secretos del otro, a pesar de no tener muchos, y eran entre ellos su apoyo emocional.
- Por favor, cuando estemos solos trátame de tú, el usted me hace sentir mayor.
- De acuerdo.
- ¿Crees que alguna vez saldremos de aquí?
- Me gusta pensar que sí.
- ¿Cómo acabaste aquí, en Windark? Tú no eres como ellos, no eres malvado.
- ¿Crees que ya estás preparada para saberlo?
- Si lo dices por mi padre estoy segura de que sí. He escuchado muchas de las atrocidades que ha hecho, no me asustaré por una más.
- Está bien. En la Gran Guerra tu padre nos secuestró a mí y a siete seres más, la mayoría de ellos enanos y elfos. Nos obligó a hacer cosas horribles las cuales no quiero repetir y quién no cumpliera sus órdenes estaría muerto. En aquel entonces tenía diez años, aún era un niño. Tenía tanto miedo de que me hiciera daño que hice caso de todo lo que nos decía y poco a poco fuimos siendo menos hasta que solo quedé yo. Acabó confiando en mí más que en el resto de guardias y criados y me convirtió en el sirviente y consejero real.
- ¿Entonces me conoces desde…?
- Desde que tenías dos años. Eras una niña muy bonita y bastante cariñosa, eso sí, también imparable.
Los dos volvieron a reír esta vez y las mejillas de la joven se volvieron aún más rojas.
- Ahora te has convertido en una mujer hermosa, inteligente y carismática – siguió Jack.
- Nadie pensaría eso de mí, al fin y al cabo, soy la hija de Ávader.
- Yo lo pienso, y cualquiera que te conociera lo suficiente también lo pensaría – el enano puso la palma de su mano en la mejilla izquierda de Luciana y giró su cara para poder mirarla a los ojos – .Tú no eres tu padre, eres... Eres perfecta.
La joven sintió en el estómago algo que no había sentido antes y sus ojos descendieron hacia los labios de él. El impulso de inclinarse hacia delante y besarle se apoderó de ella y no pudo ignorarlo. Jack sintió lo mismo, pero no era nada nuevo para él, ya que llevaba enamorado de ella desde hace años.