—Lo único que necesita es echar un buen polvo —dijo mi amigo Marcus.
Nos encontrábamos sentados en la cafetería del campus discutiendo sobre esta chica sentada frente a nosotros. Estaba perdida en su propio mundo, con el ceño ligeramente fruncido y la nariz enterrada en un libro. Janelle Ferrati era diferente de cualquier chica que hubiera conocido antes y no precisamente en el buen sentido. Sí, era muy inteligente y aplicada, pero su vida fuera de la escuela era prácticamente inexistente.
Era un ser gruñón y asocial que solo hablaba con su amiga Lora y al que nunca había visto en algún tipo de fiesta. Según lo que había escuchado con anterioridad, tenía un carácter del demonio y explotaba ante la mínima provocación.
—Probablemente sea eso —respondí sonriendo. Elevé el café hasta mis labios y di un sorbo sin quitar mi vista de ella.
Era todo un misterio y yo siempre había sido un chico curioso. Para mí ella era como un enigma y yo solo... quería comprenderla. ¿Por qué era así? Esa era la única cuestión de la cual quería la respuesta.
Me la quedé viendo por algunos minutos más, mientras ella seguía leyendo ajena a mi escrutinio. Con todo y su coleta desordenada, sus anteojos y esas pecas que salpicaban sus mejillas y el puente de su pequeña nariz, era muy bonita. No de esas bellezas que encandilaban, seducían o hacían caer tu mandíbula al piso con solo una mirada en tu dirección, ella era más... sencilla, más sutil. Tal vez con unos cuantos ajustes en su guardarropa podría llegar a ser sexy, pero no estaba del todo seguro. Con toda esa ropa extraña que llevaba, uno no tenía ni la más mínima idea de lo que se encontraba debajo.
Aún seguíamos viendo en su dirección como dos locos acosadores, cuando un chico nuevo se acercó a ella, le sonrió y le dijo algo, logrando que ella levantara la vista de su libro. Por un momento lució confundida, pero colocó su máscara en su lugar de nuevo con una rapidez increíble. Vi cómo fruncía el ceño y sus labios se movían dándole una tajante respuesta al chico justo antes de que él se alejara corriendo y ella siguiera con su lectura como si nunca la hubieran interrumpido.
—Apuesto que yo podría hacerla reír por lo menos —me jacté sin pensar. Si algo tenía yo, era encanto y sentido del humor. No era por ser presumido, pero era bastante carismático y tenía entendido que eso era algo que les encantaba a las chicas.
Marcus sonrió.
—Si vas a apostar conmigo, tiene que ser algo bueno —respondió. Quitó sus brazos de la mesa para cruzarlos sobre su pecho y recargarse en el respaldo del asiento.
Sabía que me estaba retando. Siempre lo hacía, y yo nunca me echaba para atrás ante un reto. Me quedé un momento considerando algo más complicado para ofrecer, pero cuando apenas empezaba a tener algunas ideas más o menos aceptables, él me interrumpió.
—¿Qué tal si la llevas a una cita? —ofreció encogiéndose de hombros.
No pude evitar la risa que retumbó desde el fondo de mi pecho. ¿Una cita? ¿Estaba bromeando? Si la invitaba a salir era seguro que arrancaría mis bolas y se las daría de comer a su perro o algo por el estilo. Esa chica era un poco intimidante cuando quería.
—¿Quieres que la invite a salir? —cuestioné para ver si había escuchado bien.
—No solo invitarla, ella tiene que aceptar, obviamente —expresó haciendo énfasis con un ademán de su mano. El tipo estaba loco.
—Jamás va a aceptar —confesé—. Esa mujer es demasiado... gruñona. Atacará mi yugular antes de que pueda decir nada. Moriré joven.
—Ese es el punto, amigo mío. Debe ser difícil, si no no tendría sentido, pero como yo soy una buena persona... —Resoplé incrédulo, pero él continuó ignorando mi reacción—. Tienes un mes para que acepte.
Sonrió triunfante. Él sabía que no me iba a echar atrás y yo sabía que no iba a perder. Le devolví el gesto muy seguro de mí mismo y extendí la mano para finalizar la apuesta.
—Hecho —acepté.
Y como todo buen trato, fue sellado con un apretón.