—¿Podrías por favor bajar los ingredientes? Están en la primera puerta a tu izquierda —pidió Jan mientras ella buscaba los utensilios necesarios para preparar el desayuno. Iba a hacerlo. Me puse de pie para ir a ello, cuando cambió de opinión—. ¿Sabes qué? Olvídalo. Mejor lo haré yo, tú busca un recipiente en los cajones de abajo.
Froté una mano sobre mi rostro adormilado y asentí sin muchas ganas de hacer nada. El sueño aún no me había abandonado.
La vi estirarse sobre las puntas de sus pies para alcanzar la puerta de la alacena. Era tan pequeña que tenía que extenderse lo más posible, por lo que la blusa que llevaba puesta se elevó un poco, revelando así un pedazo de su espalda baja... ¿tatuada?
Unas palabras de tinta en su piel lograron espantarme el cansancio. Me acerqué con rapidez y levanté la tela un poco para ver mejor lo que, efectivamente, era un tatuaje que decía Rendirme no es una opción.
Vaya, ¿quién lo hubiera pensado? Por supuesto yo no. Jamás lo habría imaginado.
Un golpe en mi mano fue lo que se necesitó para que retrocediera.
—¿Qué rayos haces? —cuestionó Jan furiosa.
Debería de haberme disculpado. Debería haber dejado todo el asunto por la paz, pero no podía.
—¿Por qué tienes un tatuaje? —me escuché preguntar consternado.
Si ella me hubiera dicho que tenía un tatuaje, yo no le habría creído. Verlo fue inesperado y me dejó pasmado. No parecía ser de las chicas que gastaban su dinero en esas trivialidades.
—Porque quise hacerme uno—dijo sin darle mucha importancia.
Se volvió una vez más y continuó sacando los ingredientes que iba a necesitar. Yo me acuclillé a su lado y comencé a abrir los cajones en busca de un recipiente, como me había pedido.
—¿Y tiene algún significado? —quise saber cuando le entregué el recipiente.
Era una pregunta fácil de contestar, pero noté que su espalda se tensaba y entonces me cuestioné si no sería lo contrario. A veces las cosas que parecían sencillas eran más complicadas de lo que aparentaban en un principio. Tal vez ese tatuaje no era solo palabras para ella, sino algo con una profundidad que no podía explicar, o no quería explicarme.
Después de algunos segundos en extrema quietud, volvió a relajarse y se encogió de hombros.
—No realmente, solo quería una frase que me hiciera parecer una luchadora, ¿sabes?
Podía notar que era todo una mentira, lo sabía en el fondo, pero me obligué a no insistirle. En vez de eso sonreí ante su declaración.
—Te hubieras tatuado algo más original, como... «Propiedad de Derek Parker» —dije en broma. Ella soltó un resoplido burlón y negó con la cabeza.
—No soy tuya, Parker.
Encendí la estufa y puse a calentar la sartén, mientras ella mezclaba los ingredientes en un tazón.
—No por falta de intentos—mascullé. Jan bajó la velocidad de sus movimientos y sacudió la cabeza una vez más.
—Solo me has invitado a salir, no es como que me hubieras pedido ser tu novia o algo así. Además, no tienes derecho a presionarme. Créeme, te estoy haciendo un favor al tratar de mantenerme alejada lo más posible de ti —explicó.
Hice una mueca, no gustándome la triste expresión que planté en su rostro, y me rendí. A la mierda la apuesta, ella no necesitaba nada de esto en su vida que, de por sí, ya lucía bastante difícil.
—Tienes razón, yo... lo siento —dije con sinceridad.
Nos quedamos en silencio mientras terminábamos de preparar el desayuno, luego dispusimos los platos y cubiertos sobre la mesa para después sentarnos a desayunar. Cerré los ojos e hice un profundo sonido de satisfacción cuando un pedazo suave y esponjoso tocó mi lengua. Parecía que el trozo se deshacía en mi boca, derritiéndose como nada más que mantequilla.
Abrí los ojos y encontré a Jan estudiándome con una esquina de su labio elevada, mientras ella masticaba su desayuno.
—Buenos, ¿no crees?
—¿Buenos? Son los mejores malditos panqueques que he comido en la vida —exclamé entusiasta.
Su risa retumbó desde su pecho y mis pulmones se cerraron al ver sus ojos iluminados y los perfectos dientes blancos destellando entre esos labios rosas. No estaba seguro de que ella supiera lo bonita se veía sonriendo.
Me quedé quieto un momento preguntándome de dónde venía eso. Mis pensamientos se estaban dirigiendo en una dirección que no me agradaba.
—¿Dónde aprendiste a cocinar así? —pregunté. Ella se encogió de hombros ligeramente y miró su plato mientras cortaba otro pedazo.
—Tuve que aprender a cuidar de mí y de mi hermano cuando era muy pequeña, así que ya te imaginarás. El pobre tuvo que probar muchos de mis brebajes misteriosos y nunca... —Tomó una profunda respiración y fijó sus ojos en el plato, perdiéndose dentro de sus recuerdos—. Él nunca se quejó —concluyó en un susurro roto.
Comenzó a parpadear con rapidez y me imaginé que estaba tratando de contener las lágrimas. Su tono melancólico no se me pasó por alto tampoco. Supuse entonces que se refería a Dean. Aunque ella no me había dicho que eran hermanos, el parecido entre ellos era increíble.