Rendirse jamás

Capítulo 06

El camino de regreso a su casa lo hicimos en un silencio muy tenso. Después de que había salido del baño en el restaurante, nuestra conversación no tomó ningún rumbo, por lo que decidimos que era hora de terminar con la tortura.

Odiaba saber que la había lastimado; prefería mil veces que se enojara conmigo y me mirara con odio, pero ser el objetivo de sonrisas tristes y miradas heridas, era más de lo que podía soportar. Sin embargo me lo merecía por ser un idiota sin tacto. Podía haber tratado de ser más sensible, decirlo de otra manera, pero escogí la peor.

Tan siquiera había sido sincero. ¿No me daba eso por lo menos algún punto a mi favor?

Cuando llegamos a su departamento, apagué el carro y nos quedamos quietos ahí dentro, sin decir nada ni intentar salir. Solo mirábamos a través del cristal, ambos perdidos en nuestros pensamientos. Yo estaba pensando en qué podría decirle para disculparme, cuando ella giró su cuerpo hacia mí y me observó con aquella máscara fija de nuevo en su lugar. Yo sabía que se estaba cerrando a mí otra vez y saber eso me decepcionó.

—Mañana viene Lora a dejarme su coche prestado. Se irá de vacaciones en tres días y me dijo que lo dejaría para cualquier cosa que necesitara así que... —Hizo un ademán para restarle importancia a su declaración y desvió su mirada por fuera de la ventana, su frente apoyada en esta—. Ya no es necesario que me lleves a todos lados. Has cumplido con tu misión.

Me miró entonces y me dio una sonrisa tensa.

—¿Quieres decir que....?

Me sentía un poco aturdido. ¿De verdad creía ella que había pasado todo el tiempo posible a su lado solo por obligación?

—Quiero decir lo que dije, que ya no tienes por qué gastar tu tiempo siendo mi chofer, te he liberado de tu deber. —Levantó las manos al aire y luego las dejó caer con impotencia—. Puedes mantener tu orgullo intacto por haber cumplido con tu palabra—dijo con amargura.

Suspiré frustrado y me pasé la mano por el cabello.

—Jany, yo...

—No me digas así, por favor. Solo mi hermano y mis amigos me pueden decir así —me cortó. Bueno, si eso no era una forma de decir «vete a la mierda», entonces no sé qué más podía ser.

Sabía que debía disculparme, pero estaba demasiado molesto como para hacerlo. Asentí haciéndole saber que había entendido, y encendí el coche, diciéndole sin palabras que se bajara del él.

—Solo quería darte las gracias por todo lo que has hecho por mí y... solo... gracias —terminó susurrando.

Su tenue sonrisa esa vez era sincera y me odié por la forma en que mis ojos bajaron automáticamente para ver el contorno de sus pechos sobre el escote tan favorecedor de su blusa ajustada.

Asentí con la mandíbula apretada, agarrando el volante con fuerza.

—Si ya es todo, tengo cosas que hacer —dije cortante, pero ella ni se inmutó. Bajó del auto, cerró la puerta con cuidado y yo aceleré sin perder el tiempo.

¿Quién se creía que era para despacharme así como así? Como si me estuviera despidiendo de un trabajo.

«Que se vaya a la mierda.»

Era consciente de que había pasado por muchas cosas malas en su vida, pero eso no le daba el derecho de ser una bruja y tratar mal a la gente.

«Tú heriste sus sentimientos primero, es lógico que ella quiera protegerse.»

La voz en mi cabeza me estaba volviendo loco con sus lógicas respuestas a preguntas no formuladas, por lo que traté de acallarla subiendo el volumen de la radio lo más alto posible.

Locked out of heaven sonaba en la radio y yo la canté a todo pulmón, lo que hizo que recordara la hipnótica voz de Jan.

Apagué la radio.

Al llegar a mi departamento, el cual no estaba muy lejos del de ella, decidí que sería mala idea quedarme en casa a pensar en lo que había pasado. La noche aún era joven y las clases casi terminaban, por lo que había una fiesta en casi cada esquina. Mi lugar debía ser en una de esas fiestas y, como nuestros departamentos estaban en área universitaria, concluí que sería buena idea caminar.

Salí al fresco aire de la noche y empecé a caminar, escaneando las fiestas para poder encontrar alguna que llamara mi atención. Pasé por un par de calles y luego me detuve de golpe.

En una casa se podía apreciar una piscina llena de chicas medio desnudas. Y cuando digo medio, me refiero a desnudas de la cintura para arriba, o sea sin la parte superior del bikini.

Sonreí.

Esa era justo la distracción que necesitaba.

 

 

 

Gemí con dolor cuando traté de rodar sobre mi costado en la cama. Dios, mi cabeza parecía ser aporreada por un martillo y mi garganta se sentía como si hubiera tragado papel de lija con vidrios incrustados.

¿Cuánto había bebido anoche?

La luz me molestaba, al igual que la sensación de las sábanas sobre mi piel transpirada. No podía abrir los ojos ni pasar saliva. Cada movimiento, por más pequeño que fuera, era una total tortura.




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