Rendirse jamás

Capítulo 08

—Buenos días, rayito de sol —canté cuando Jan contestó su teléfono. Eran apenas las siete de la mañana de un jueves en vacaciones y yo me encontraba más despierto que un adicto al crack con síndrome de abstinencia.

Su gruñido al otro lado de la línea me dijo que la había despertado y, por alguna razón, eso se sintió muy íntimo.

—Maldita sea, Parker. Más te vale que tengas una buena razón para despertarme a las... —Escuché como se revolvía entre las sabanas—. ¿Siete de la mañana? ¿Qué, estás loco? Juro que te voy a arrancar la cabeza cuando te vea, maldito. Apenas y he logrado dormir tres horas —se quejó. Hice una mueca de dolor al escuchar su voz cansada y como que quise golpearme por ser tan idiota y desconsiderado.

No había pensado en que ella saldría tarde de su turno en el hospital y que había sido por esa razón que me invitó a comer y no a desayunar. En mi mente solo habían estado presentes las ganas de volver a estar con ella lo antes posible. Quería pasar cada segundo que se pudiera a su lado.

—Lo siento pequeña yo como que me olvidé de que salías muy tarde. —Su chillido de irritación hizo que despegara el celular de mi oreja.

Vaya, esa chica sí que sabía cómo gritar, lo que llevó mis pensamientos a cómo es que gritaría cuando...

«Basta, Derek; no dirijas tus pensamientos en esa dirección. Solo terminarás tomando una ducha fría.»

—Más vale que tengas una buena razón por la cual me has despertado tan temprano —ladró.

«Piensa rápido.»

—¡Sí! Yo, eh... quería invitarte el desayuno —dije al fin. Silencio gobernó la línea por un largo momento que me hizo contener el aliento.

—Te quiero aquí en quince. Entra sin tocar y prepara el desayuno en lo que yo vuelvo a dormir. Despiértame cuando este todo listo.

Era tan mandona.

—Claro, cielo, como tú digas —dije con sarcasmo, sin embargo ella ya había colgado.

 

 

 

Veinte minutos más tarde me encontraba en la cocina de la pequeña ogro y, como no sabía exactamente qué le gustaba, preparé tostadas francesas con azúcar y canela molida, huevos revueltos, tocino y hasta exprimí un poco de jugo de naranja. Lo que fuera por sorprender a la chica.

Después de servir en platos y colocarlos en la mesa, fui en busca de su habitación. Me encontraba pensando en alguna manera divertida —para mí— de despertarla, como arrojarle un vaso de agua, o gritar mientras brincaba sobre ella, cuando encontré su pieza.

La puerta se hallaba entreabierta y sus pies descalzos colgando del borde eran la única parte de su cuerpo que se asomaban bajo las sábanas, así que caminé de puntillas tratando de hacer el menor ruido posible y me acerqué a su lado. Había decidido despertarla con una palmada en el trasero, por lo que saqué las sábanas completamente de su cuerpo, pero entonces me congelé.

Estaba recostada boca abajo con los labios ligeramente entreabiertos, una mano sobre su cabeza y la otra retorcida incómodamente debajo de su vientre. Llevaba puesta una enorme camiseta negra que alcanzaba a cubrir hasta la mitad de su muslo y... eso era todo. No sabía si agradecer al cielo o maldecir por eso.

Su largo cabello liso se encontraba enmarañado sobre su rostro y parte de su almohada. Se veía tan cómoda que por un momento pensé en dejarla descansar y desayunar yo solo. Pero luego recordé cuanto me gustaba molestarla y supe que eso no iba a pasar. Con una pequeña voz de mi conciencia gritando que no lo hiciera, retrocedí dos pasos, elevé mi mano y tomé impulso para poder impactarla con mayor fuerza.

El sonido de mi piel chocando con la carne de su trasero fue casi tan fuerte como el ardor que sentí justo después, o como el grito que ella soltó después de retorcerse de dolor en la cama.

«Buena manera de espantar el sueño.»

Cuando ella logró ponerse las gafas que había dejado en el buró junto a su cama y me vio agarrando mi mano lastimada, se puso de pie a una velocidad alarmante con un semblante que hubiera asustado al mismo diablo.

—Ahora si te voy a matar —siseó con una mirada asesina, un segundo antes de saltar del colchón y comenzar a perseguirme alrededor de la casa.

Tomó alrededor de cuarenta minutos de rodear la mesa del comedor sin descanso para convencerla de que no me amputara un brazo o me sacara los ojos.

No solo tuve que deshacerme en disculpas y casi rogarle que no cortara mis bolas, también tuve que prometerle que la ayudaría a limpiar el desorden que tenía en el pequeño patio trasero. Accedí porque... Bueno, no podía ser tan malo limpiar el patio con mi mejor amiga.

«Alto ahí.»

¿Mejor amiga? ¿De dónde había venido eso?

Sí, ella me había dicho que yo era su mejor amigo pero... no lo sé. El título de mejores amigos conllevaba una gran responsabilidad por ambas partes y...

Oh, a quién engañaba. Era la única chica con la que pasaba tiempo de buena gana y con la que no había tratado de acostarme. Aún.

«Por favor, Derek, no eches a perder esto.»




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.