Rendirse jamás

Capítulo 09

Tras el incómodo momento en el que Jan se dio cuenta de que mi pecho desnudo y el suyo eran separados simplemente por la fina barrera de su bikini, se limpió las lágrimas y se alejó de mí con el rostro enrojecido. Sus mejillas estaban coloreadas por la vergüenza y una risa se deslizó fácilmente por mi garganta por no estar acostumbrado a verla de esa manera.

—Oh, vamos, Jan —dije picando sus costillas para provocarla—. No es como si no hubieras visto a un chico sin camiseta antes. Estoy seguro de que has llegado a ver más de un chico que solo su pecho desnudo. —Sonreí ladino.

Si pensaba que sus mejillas no podían tornarse más rojas, me equivoqué. Solo no estaba seguro de si era por repentina ira o timidez.

—Yo no... Esto... —balbuceó.

—No me digas que nunca has... Oh Dios, ¿eres virgen? —pregunté estupefacto. No era que me molestara la idea de que nunca otro hombre la hubiera tocado, pero no podía creer que una chica llegara virgen a la edad de veinte años.

Aunque claro, teniendo en cuenta cómo había sido su vida la última década, era más que comprensible que esas cosas fueran lo último en su mente.

—¿Qué? ¡No! Yo solo... —Se quedó sin palabras. Lucía como si estuviera en un callejón sin salida y alguien estuviera acechándola.

—Oh, vamos, Jan; dime la verdad. No te voy a juzgar si me dices que eres virgen o si te has acostado con cincuenta hombres al mismo tiempo. —Me miró con sus ojos entrecerrados y bufó.

—No soy virgen, pero tampoco me he acostado con tantos hombres, y menos al mismo tiempo; no seas ridículo, Parker.

—¿Entonces por qué tu reacción tan exagerada? Ah, ya sé. Me encuentras irresistiblemente atractivo. Es eso, ¿no es verdad? —Su risa me divirtió y pude ver cómo se relajaba gradualmente.

—No. Solo es que... —Me miró por el rabillo de su ojo—. Ha pasado mucho tiempo, y el chico con el que estuve no lucía... así —concluyó señalando mi torso con un movimiento de su mano.

Mi ego se elevó bastante, cosa que, por cierto, no necesitaba.

—¿Ah no? —Sacudió su cabeza y acomodó sus gafas que resbalaban por el puente de su nariz. Hizo una mueca apenada y esquivó mi mirada.

—No, teníamos apenas quince años, ¿sí?

Me quedé en silencio un momento esperando a que dijera que era una broma, sin embargo ese momento nunca llegó. Mi mente no podía procesarlo por alguna razón.

Janelle siempre era tan hermética, tan cerrada en lo que no concerniera a su hermano, y no podía imaginarla estando tan enamorada como para entregarle su virginidad a algún tipo.

¿O era que en realidad no había estado enamorada?

—A ver, espera un segundo —pedí aún estupefacto—. Me estás diciendo que... ¿hace cinco años que no te acuestas con nadie? —inquirí.

Mi cerebro estaba tratando de procesar esta información lo más rápido posible y casi podía sentir cómo mis neuronas se freían. Tal vez Jan no era la chica más hermosa que me había tocado conocer, pero por lo menos debían de haber un par de chicos decentes que anduvieran tras ella.

—Ya, no es para tanto. —Limpió la poca tierra que estaba aferrada en su vientre y yo no pude desviar la mirada del movimiento sobre su suave piel.

—Pero...

—Ya, Parker, déjalo.

Se dio la vuelta para entrar al departamento y empezó a caminar.

—No puedo dejarlo. ¿En serio me estás diciendo que no ha habido algún chico por ahí interesado en ti? —cuestioné incrédulo. Ella resopló y se volvió hacia mí.

—No he dicho tal cosa. Solo dije que hace cinco años que no tengo sexo. Además, no es como si hubiera sido sexo de ese capaz de hacer temblar tu mundo. Solo fue... sexo.

La palabra sexo saliendo de sus labios repetidamente no debió de haberme afectado, pero lo hizo.

Vaya que lo hizo.

Aclaré mi garganta para hablar bien y me obligué a seguirla.

—Bueno, si alguna vez necesitas ayuda con eso, puedes... ya sabes, acudir a mí. Yo podría arreglar tu problema —me ofrecí.

Ella puso los ojos en blanco sin dejar de caminar y entonces entró al lugar. Llegamos a la cocina, sacó una jarra de agua helada del refrigerador y nos sirvió dos vasos grandes.

No pude evitar hacer un sonido de satisfacción cuando el líquido me refrescó. Beber agua fría en un día caluroso cuando mueres de sed tiene que ser uno de los más grandes placeres de la vida.

—Aprecio tu oferta, de verdad, pero no es necesario que te sacrifiques tanto por mí —dijo. El sarcasmo goteaba por su voz.

—No lo tomes como un sacrificio, mejor piensa en él como... un favor. Ya sabes, como tu mejor amigo debo estar pendiente de tu bienestar y todo eso. —Me miró divertida.

—Lo pensaré.

—No te atrevas a jugar con mis sentimientos, Ferrati.

Su carcajada resonó por toda la habitación.

—Cállate —exigió con la sonrisa aún jugando en sus labios.




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