Sus labios eran increíblemente firmes, suaves y tersos contra los míos.
Y parecían estar sellados.
No sabía si estaba asustada o simplemente no le gustaba mi beso, pero tuve que pasar un par de minutos besándola con lentitud, solo toques suaves y ligeros, para que se abriera y me dejara invadir su dulce boca.
Cuando por fin separó sus labios y me dejó entrar con ese pequeño gemido, no pude controlar mi reacción. Nuestro beso había empezado suave y así fue como traté de mantenerlo por un rato, pero tras algunos minutos fue aumentado su ritmo. Más presión, más intensidad, más profundidad, incluso un pequeño toque de agresividad, y esto solo me hacía sentir más desesperado por su cercanía.
Ella había colocado sus manos en mi corto cabello marrón, sus dedos tirando de puñados de mi cabello y ese pequeño punto de dolor extrañamente me gustaba.
La besaba de una manera tan profunda que me sorprendía el que aún no se hubiera retirado para tomar aire. Yo habría encontrado la manera de que me salieran branquias con tal de no soltar sus labios jamás.
Quería impregnarme dentro de su alma, ser una parte intrínseca de ella; quería que me necesitara tanto como yo estaba empezando a necesitarla y traté de lograrlo en ese simple beso.
Aunque el beso definitivamente no tenía nada de simple. Era de todo menos simple. Era dulce y agresivo, tierno y desesperado, calmado y excitante. Era un beso que la describía a Jan a la perfección.
De algún modo terminé sobre ella y ahondé el beso. En esa posición podía alcanzar los lugares correctos haciéndola gemir y retorcerse debajo de mi cuerpo, entre mis brazos.
Mis caderas tomaron vida propia al sentirla tan receptora y tuve que contenerme, hacer uso de todo mi autocontrol, para no mecerme contra las de ellas.
Debió de haber adivinado lo que estaba deseando, porque sus piernas me rodearon y me jalaron más cerca, presionándome así contra ella.
Gimió sin pena cuando nuestras caderas se encontraron.
—Derek... —susurró sin aliento.
Escuchar mi nombre salir por primera vez de sus labios, fue un punto crucial para desatar mi libido.
Mis manos, antes en su cabello, se movieron a sus costados acariciando los contornos exteriores de su pecho, sus costillas, hasta llegar a su pequeña cintura, la cual pude abarcar casi por completo con mis dos manos.
Uno de mis brazos pasó por debajo de su espalda baja y se enganchó en su cadera, jalándola para que la unión entre sus muslos chocara contra mí.
Mi mano estaba haciendo su camino por debajo de su blusa cuando sentí la primera gota caer en mi cuello, pero nada en el mundo podría lograr que me separara de esa chica en algún momento cercano. Ni siquiera el fin del mundo.
Bueno, eso tal vez sí.
Tal vez, dije.
Sus manos, antes en mi cuello, viajaban con libertad por mi espalda; arañando, tirando, tratando de acercarme más. Podía sentir cómo se restregaba contra mí, haciéndome perder el control. Estaba desesperada por sentirme, al igual que yo.
Las gotas de lluvia empezaron a caer más fuerte, con más frecuencia, empapándonos en cuestión de minutos; pero, aun así, no podíamos detenernos.
Mis manos encontraron sus pechos cubiertos por el sostén y rompí el beso por un segundo, juntando nuestras frentes, para ver la silueta de mi mano bajo su blusa mojada.
Respirábamos con dificultad y mis dedos jugando con ella la hacían jadear y retorcerse, lo cual no aliviaba el problema que tenía dentro de mis pantalones, sino que lo agravaba.
—Jan... —gruñí. Mi voz se escuchaba más ronca de lo normal y ella se estremeció—. Por favor, pequeña, dime ahora si quieres parar porque estoy casi en el punto de no retorno.
Ella sonrió un poco, una sonrisa fugaz en medio de un encuentro acalorado, y luego guio su boca a mi oreja, atrapando mi lóbulo entre sus dientes.
—No pares —pidió, y con eso fue suficiente.
La levanté con rapidez, como si no pesara nada para mí, y retomamos el ardiente beso que habíamos pausado.
Era tanta mi desesperación que ni siquiera logré hacernos entrar al departamento, o por lo menos llegar a un lugar seco, antes de estrellarla contra el muro exterior de la casa y empezar a tirar de su ropa para sacarla de su cuerpo lo antes posible.
Su cabello que había estado atado en una coleta, estaba ahora suelto y pegado a su rostro, sus gafas se habían perdido en algún momento cuando nos revolcábamos en el césped, y su boca estaba roja y algo hinchada por los besos de antes.
Se veía hermosa.
Cuando logré sacarle la blusa que se había puesto para cubrir su bikini y el pequeño pantalón corto que llevaba, me quedé como un idiota ahí contemplándola con nada más que su ropa interior azul claro.
Mi pantalón de chándal parecía una tienda de campaña y vi cómo su mirada se desviaba hacia abajo, al lugar donde mi reacción a su estado de casi completa desnudez era evidente.
—Dios, Janelle, no sabes lo que me gustaría hacerte —susurré. Ella me miró a los ojos, luego de nuevo a mi erección y sonrió con un deje seductor.