Rendirse jamás

Capítulo 12

Una semana pasó desde que le dijeron a Jan que era probable que Dean no lo lograra y cada uno de esos días había sido completamente deprimente.

Verla caminar por ahí, luciendo como todo un zombi, con ojeras y ojos apagados, me estaba volviendo malditamente loco. Y lo que era aún peor, Jan había sido despedida de su trabajo como mesera.

El sábado siguiente a la noticia-bomba, ella al parecer se había comportado un poco grosera con algunos clientes. Y no la culpaba, quiero decir... ¿qué persona es capaz de seguir su vida como si nada, cuando sabe que una parte importante de ella, de su vida, está muriendo con rapidez y no hay nada que ella pueda hacer para impedirlo?

Ninguna. Al menos yo no creía que hubiera alguna y por eso lo entendía.

Pero, vamos, Dean era un chico fuerte y aun cuando en cada una de las visitas él había lucido un poco débil, su sonrisa había vuelto junto con sus ganas de vivir. La luz en sus ojos y la emoción en su voz cuando Jan y yo entrabamos en la habitación no tenía precio. Eran esos momentos en los que Janelle fingía que todo estaba bien, sonreía y dedicaba toda su atención a su hermano.

Ahora nos encontrábamos en mi auto rumbo al hospital para visitar a Dean porque ella, accidentalmente, había descompuesto el de Lora. Yo aún no sabía cómo decirle que me iba en dos días con mis padres y me hallaba algo nervioso. Estaba esperando el momento adecuado para decirle, pero nunca parecía correcto, por lo que decidí que era mejor dejar de esperar y hacerlo de una vez.

—Oye, Jan... —dije cuando nos paramos frente a una luz roja. Ella dejó de ver por la ventana para fijar aquellos ojos en mí.

Dios, sus ojos.

Desde aquella vez en la que terminamos revolcándonos en el césped y sus gafas habían terminado completamente aplastadas y rotas bajo el peso de nuestros cuerpos, ella había empezado a utilizar lentes de contacto, lo que me permitía admirar sus ojos con más claridad.

Debí de haber permanecido mucho tiempo contemplándola sin decir nada porque sacudió la cabeza divertida.

—El semáforo acaba de cambiar a verde —me informó. La sonrisa en su voz era inconfundible—. ¿Qué ibas a decirme? Digo, antes de que te quedarás embobado mirándome y se te comenzara a caer la baba.

—Ja ja. Qué graciosa eres, de verdad. ¿No has pensado en ser comediante? —dije sarcásticamente. Ella resopló, pero no respondió. Estaba esperando a que continuara y me puse un poco nervioso mientras elegía las palabras correctas—. Yo solo... Eh, mi mamá me habló.

Frunció el ceño un poco y me miró con confusión.

—Supongo que eso es bueno. ¿O me equivoco?

Llegamos al hospital y entré en el estacionamiento en busca de un lugar para dejar el coche.

—Me pidió que vaya a visitarlos el lunes —dejé escapar como si nada. Ocho palabras inocentes que causaron una calma mortal en el auto, como si hubiera soltado una bomba.

El silencio en el auto era tan tenso que casi podía palparlo. Tragué saliva dos veces y suspiré.

Sabía que la noticia no le iba a venir bien, pero no esperé tampoco que no tuviera alguna opinión al respecto. Cuando me arriesgue a echarle un vistazo ella parecía a punto de romperse por la tensión. Temblaba y sus ojos parecían perforar hoyos en los míos.

—Me vas a dejar —masculló. No era una pregunta.

Sonreí con algo de pesar y asentí con lentitud.

—Solo serán un par de días, Jany. Volveré antes de que te des cuenta que me he ido, lo prometo.

Ella seguía mirándome y entonces su tensión fue convirtiéndose en enojo. Lucía... fúrica, pero entonces su enojo se fue evaporando y dejando en su lugar una profunda tristeza.

Dios, no era como si me fuera a mudar.

—Te necesito. Derek. Por favor... no te vayas —susurró con su voz quebrada.

En ese segundo supe cuánto esfuerzo le había costado dejar escapar esas palabras. Solo escucharla decir mi nombre me hacía querer darle todo lo que deseara. Pero aquello no podía hacerlo.

Sentí como si mi corazón se encogiera dentro de mi pecho y, literalmente, hice una mueca de dolor.

—Ven aquí —pedí extendiendo mis brazos, pero por primera vez, Jan se negó a entrar en ellos. Esperé varios segundos a que se acercara y cuando vi que no lo iba a hacer, me incliné hacia ella y la jalé a mi regazo. No era que ella hubiera puesto mucha resistencia de todos modos—. Te haces la difícil, ¿eh? —bromeé contra su pelo. Escuché cómo sorbía y me golpeé mentalmente por ser tan idiota.

«¿Qué no ves que últimamente es una bola de hormonas sentimentales?»

Yo prácticamente era su pañuelo andante, lleno de lágrimas, mocos y eso.

—Lo siento, pequeña, había olvidado lo mal que te sientes últimamente —mentí. Era incapaz de olvidar cualquier cosa acerca de ella, mucho menos cómo se sentía.

—No te preocupes —murmuró—, creo que ya llega mi periodo.

—Okey, pongamos límites. Ese tema es un límite para mí. Demasiada información para mi cerebro, ¿sabes? —Su risa después de tantos días de lágrimas me hizo demasiado feliz—. Mira, ¿qué te parece si te llamo tres veces al día todos los días que este allá?




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