—Hijo de... ¡¿Por qué mierda no me habías dicho antes?! —pregunté casi gritando. Me encontraba realmente enfurecido.
La noticia de que Jan estuviera trabajando durante la noche en un bar con mala muerte definitivamente no me agradaba. Menos aún la idea de que su uniforme consistiera en una falda corta y una blusa que no cubría su vientre ni escote.
«Para atraer clientes.»
Ya dos semanas habían pasado desde que Janelle me había contado que iniciaba un nuevo trabajo. ¡Dos semanas! Era mucho tiempo para que hubiera podido pasar algo ahí.
Tenía ganas de golpear algo por la frustración que sentía y Marcus se encontraba demasiado cerca de mí. Me alejé un poco no queriendo cometer ninguna locura y tomé asiento en el sillón. La información que mi amigo me acababa de brindar opacó cualquier alivio que hubiera sentido por la noticia anterior, la que quería compartir con Jan lo antes posible.
Marcus había ido dos o tres veces esta semana y hasta el día de hoy se había dignado a decirme lo que había visto.
—Cálmate, hombre, no es como si estuviera quitándose la ropa. Además solo son amigos, ¿no? ¿Cuál es tu problema? —quiso saber. Apreté los dientes con el recordatorio de nuestra «relación».
Jan me había evitado desde aquel día en que salimos del café, y yo se lo había permitido porque no quería presionarla, pero esto era demasiado. No iba a dejar que los hombres se la comieran con los ojos mientras ella los seducía con su dulce voz. Solo pensar en ello me hacía cerrar los puños preparado para pelear.
Cerré los ojos y tomé un par de profundas respiraciones para tratar de tranquilizarme.
—¿Dónde? —pregunté.
—¿Huh? —Marcus lucía confundido y me hubiera reído si no fuera porque estaba a punto de golpearlo.
—¿Dónde trabaja? —repetí lo más calmado posible.
Él se rascó la nuca y supe que no me iba a gustar su respuesta.
—Saxochicks —respondió quedo.
Mi sangre se congeló al escuchar ese horrible lugar. Ese maldito bar tenía una fama bastante mala; era conocido por dos cosas solamente.
1. Dejaban beber a los menores de edad; y
2. Era donde las prostitutas iban a buscar clientela.
Pensar en Jan cerca de ese tipo de gente no agradaba para nada. Pensar en Jan cerca de cualquier hombre no me agradaba, si debía ser sincero conmigo mismo. Jamás me había considerado celoso, pero siempre hay una primera vez para todo.
Ya había anochecido por completo así que era seguro que el bar ya había abierto. No iba a esperar más por ella. Tomé las llaves de mi auto y me puse mis zapatos.
—Vamos —dije mientras le lanzaba las llaves a Marcus.
Jan se iba a llevar una gran sorpresa esta noche. No me importaba si yo mismo tenía que darle dinero cada semana, ella no volvería a pisar ese lugar.
El bar se hallaba atestado de gente y la música estaba a un volumen demasiado fuerte. Mientras me abría paso entre la multitud, con la mirada buscaba a Jan entre el mar de personas para poder sacarla de ahí.
Me sentía extraño y no me gustó para nada cuando sentí que alguien me tocaba una nalga. Entre el espeso gentío jamás iba a encontrar al responsable de manosearme, así que apresuré el paso e ignoré todo lo demás.
«Ya verás cuando te encuentre, Ferrati.»
A lo lejos pude visualizar una pequeña figura de espaldas a mí, vestida con el uniforme que Marcus me había descrito anteriormente, y se hallaba hablando con una alta morena. Me acerqué con cautela sin querer parecer un acosador y, cuando me acerqué lo suficiente, pude reconocer que era Lora; mi sangre hirvió al darme cuenta de que ella la había apoyado en que trabajara aquí en vez de convencerla de que buscara en otro lado.
En dos grandes zancadas ya me encontraba detrás de ella.
La tomé por la cintura y Jan dio un pequeño brinco por el susto, luego se giró entre mis brazos para palmearme el pecho.
—Tonto, me asustaste —dijo mientras colocaba una mano sobre su escote, el cual prácticamente exhibía—. ¿Qué haces aquí? —cuestionó curiosa.
Fruncí el ceño al estudiar más de cerca su apariencia. Maldición, lucía… bien. Muy bien, de hecho, y me molestó que todos en esa habitación pudieran darse cuenta de ello.
—¿Qué haces tú aquí? —contraataqué. Mi mirada se reunió de nuevo con la de ella y vi sus mejillas un poco más hundidas que la última vez que la había visto.
¿Acaso no había estado comiendo bien?
—Estoy trabajando.
Su tono condescendiente no se me pasó por alto. Cruzó los brazos sobre su pecho y tuve un momento difícil tratando de evitar que mi mirada viajara a su escote nuevamente.
—Dios, Jan. Mírate —le dije— pareces una...
—No te atrevas —interrumpió en un sise con sus dientes apretados y su dedo índice apuntándome—. No te atrevas a decir algo de lo cual luego vas a arrepentirte.