Rendirse jamás

Capítulo 18

Las dos semanas restantes de vacaciones pasaron volando y al día siguiente regresábamos a clases. Jan y yo como una pareja.

¡Por fin!

En ese momento habíamos regresado de visitar a Dean en el hospital, de comentarle las opciones que tenía, y de tomar una decisión. Bueno, él había sido quien tomó la decisión de que ya no quería seguir en el hospital. Decía quería ir a la escuela, hacer amigos, estar con su hermana, salir. Dijo que quería vivir.

Era apenas un niño que tenía todo un mundo de posibilidades y eligió vivir de verdad, ya fuera poco o mucho tiempo.

Así que el fin de semana siguiente, ayudaría a Jan a limpiar la pequeña habitación contigua a la suya —donde prácticamente habíamos vivido encerrados este último par de semanas— para poder arreglarla conforme los gustos de Dean. Su hermano que, después de casi cinco años, por fin saldría de ese hospital.

Lo bueno de todo era que como Jan había estado pagando los tratamientos, cirugías y demás gastos a tiempo, no tenía una gran deuda que saldar y tenía suficiente dinero ahorrado para poder comprar las cosas necesarias para la remodelación. Sí. Ahí era donde iba a parar todo su dinero y por eso vivía haciendo malabares con sus ahorros.

Así que ahí estábamos, tumbados en su cama, respirando con dificultad y hablando sobre todo lo que haríamos en la habitación de Dean. Más bien ella era la que hablaba. Yo solo me prestaba a escuchar con atención. Me gustaba verla hablar.

—... y le podemos poner cortinas oscuras para que hagan juego con los muebles. ¿Qué opinas de que el edredón sea color vino? Creo que es un poco maduro para él, pero pues él también es más maduro que los chicos de su edad —decía. No pude evitar reír por sus divagaciones. Me encontraba jugando con su cabello mientras ella estaba recargada en mi pecho sin parar de hablar con los ojos brillando por el entusiasmo y un reciente orgasmo—. ¿De qué te ríes? —preguntó mientras movía su cabeza para que nuestros ojos se encontraran.

—De nada. Solo creo que te ves muy linda así, desnuda y divagando. Creo que es mi combinación favorita —dije sonriendo. Ella rodó los ojos, resopló y me dio una palmada en el pecho. Yo besé su cabello.

—Es tarde, pero no creo que pueda dormir. Estoy muy entusiasmada porque mañana empiezan las clases —admitió en medio de un bostezo.

—Solo tú podrías entusiasmarte porque las vacaciones se han acabado —me burlé—. Tal vez yo no estaría tan reacio a entrar si hubieras admitido tus sentimientos por mí desde el principio del verano.

—Parker, al principio del verano lo único que quería hacer era cortarte las bolas —admitió. Solté una carcajada que ella no tardó en seguir y la apreté más contra mi cuerpo.

—Ay, Jany. ¿Y ahora? —cuestioné. Se encogió de hombros.

—Ahora me gustan demasiado ahí donde están.

—Picarona.

Me giré en un movimiento rápido para estar sobre ella y comenzó a reír. Su cabello desparramado en la almohada y su sonrisa sincera junto con los ojos satisfechos, me hacían sentir realmente feliz. Sentí cómo se suavizaba la sonrisa en mi cara antes de hablar.

—Sabes que te amo, ¿no? —murmuré. Ella parpadeó sorprendida antes de sonreír nuevamente.

—Lo sé. —Se levantó un poco y plantó un pequeño pico en mis labios antes de salir corriendo—. Necesito hacer pipí.

Reí. Tres meses atrás no hubiera imaginado que estaría enamorado. Y de nada menos que la chica más antipática de la universidad. Pero ahora que la conocía mejor, sabía lo frágil, dulce y cariñosa que podía llegar a ser; aunque eso no le quitara lo gruñona. Si debo ser sincero, creo que ese fue uno de los puntos principales que más me atrajeron de ella. Igual, con todo y sus defectos, la amaba.

No era que yo fuera perfecto, pero casi. Tienen que admitirlo.

Me hallaba recostado, con las manos cruzadas tras mi cabeza, viendo el techo y pensando en que no quería entrar a clases, cuando escuche la puerta cerrarse. Sin dejar de mirar el techo hablé.

—Ven aquí, pequeña. Estoy listo para la segunda ronda. —La sonrisa en mi rostro se desvaneció cuando escuché cómo sorbía. Rápidamente me levanté y me encontré con una Janelle llorosa—. ¿Jan, estas bien?

Su cabeza se movió despacio en una negativa.

—Es Dean —dijo, y eso fue lo último que salió de su boca antes de que yo saltara de la cama y empezáramos a cambiarnos a toda velocidad.

 

 

 

Estábamos en la sala de espera del hospital, en la maldita sala de espera. Dean había sido introducido de emergencia al quirófano por una infección en su pierna.

La semana anterior habían raspado parte de su hueso y habían extraído el músculo donde se encontraba el tumor, además de que le habían retirado parte del músculo abdominal para reemplazarlo en la pierna. También tuvieron que quitar injertos de piel de su otra pierna para colocarlos sobre la que había sido operada, y según los doctores, el cuerpo los estaba rechazando.

No había cicatrizado bien, y con el clima cálido en el que vivíamos, había sido propenso a que una infección se formara en la pierna afectada.




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