Traté de abrir los ojos pero estaba demasiado cansado para incluso hacer eso. Mi garganta dolía; mi cabeza dolía. Todo mi cuerpo dolía.
¿Qué rayos había pasado? Sentía como si un camión me hubiera atropellado.
Escuchaba voces cerca de mí, pero no estaba muy seguro de quiénes eran.
—Él te ama, ¿sabes? —se escuchó con más claridad. Esa era mamá. Su tono de voz era… triste.
—Lo sé. —Y esa era Jan.
Quise hablar para decirles que podía oírlas, pero no pude. Cualquier movimiento que intentara hacer, así fuera levantar un dedo, dolía como el infierno.
Ah, maldición.
Quería contarles que tuve ese maldito sueño donde yo moría y no la volvía a ver nunca más. Quería abrazarla para estar seguro de que solo fue mi imaginación. Quería besarla y asegurarme de que estaba vivo. Quería decirle cuánto la amo… pero no podía.
Sentí una presión húmeda en mi frente y luego un te amo susurrado en mi oído por Jan.
«Te amo más, pequeña, no te vayas. No me dejes, por favor.»
Si eso era un sueño quería que durara lo más posible. Estaba desesperado y sintiéndome frustrado por no poder hablar, sin embargo luego sentí que me iba relajando y que poco a poco me hundía nuevamente en la oscuridad.
JANELLE
Alrededor de tres horas después volví a entrar a la habitación de Derek, la cual se encontraba vacía, y no pude resistir la tentación de acostarme a su lado, así que lo hice sin más. Me recosté lo más suave posible y coloqué mi brazo sobre sus costillas con mucho cuidado de no lastimarlo; tomé su mano fría y relajada y entrelacé mis dedos con los suyos.
Extrañaba tenerlo cerca y que me abrazara. Extrañaba escuchar su voz. Si no despertaba pronto, moriría de la angustia. Cada segundo, cada minuto, cada hora que pasaba sin que él despertara, un pedacito de mí moría.
Había sido fuerte mucho tiempo y él había llegado para que compartiera mi carga con él. Me había visto sostener la vida sobre los hombros y llegó, con esa sonrisa y esa actitud tan positiva y me liberó de mi amargura.
Fue tan persistente conmigo. A pesar de que lo traté mal, nunca se dio por vencido y le agradecía tanto por ello. Siempre lo haría. Por verme y auxiliarme, por hacerme feliz, por ser como era... Por no rendirse jamás. Por no dejar que me rindiera a pesar de que a veces quería hacerlo. Le estaba agradecida por haberme dado la oportunidad de amarlo.
Cerré los ojos e inhalé profundo. Cuando me estaba quedando dormida sentí un ligero apretón en mis dedos y rápidamente elevé mi cabeza y la giré para verlo.
—Derek —llamé. Otro apretón a mi mano y luego sus parpados revoloteando. Me bajé de la cama y me acerqué a su rostro—.Derek, cariño, soy yo, despierta —pedí.
Mi mano temblorosa acariciaba su rostro con delicadeza. Un pequeño gemido salió de él y luego su cara giró lentamente hacia mi toque. Sus ojos se abrieron en pequeñas rendijas y entonces sonrió. Parpadeó un par de veces y luego un par de lágrimas cayeron por sus sienes. Mi frente se arrugó con preocupación.
—¿Te duele? —cuestioné. Hizo un sonido pero el tubo que tenía en su boca amortiguaba cualquier palabra—. Un parpadeo sí, dos no.
Parpadeó dos veces y yo sonreí con los ojos humedecidos.
—Te extrañé, no vuelvas a asustarme así —rogué. Puse mi frente sobre la suya y cerré los ojos—. Si vuelves a hacerlo pateare tu trasero. —Besé su nariz y me alejé para limpiar las lágrimas que se habían empezado a formar en mis ojos antes de que cayeran.
Lo quería tener para mi solita, pero sabía que tenía que avisar a los demás que ya había despertado así que toqué el botón sobre su cama.
—Ahorita vendrán a revisarte —le avisé. El parpadeó con fuerza dos veces y me miró asustado—. No me iré de tu lado, cariño, aquí estaré. —Su mirada se relajó un poco y no mucho tiempos después la gente comenzó a entrar a la habitación.
Doctores, enfermeras, asistentes, aprendices; todo mundo estaba en la habitación de Derek y pude ver cómo empezaba a entrar en pánico, sus ojos nunca dejándome.
Le brindé una sonrisa para tranquilizarlo y moví mis labios diciendo te amo. Él parpadeó una vez y luego desvió su mirada a un doctor que le hacía preguntas.
Habían dicho que era probable que perdiera la memoria, pero al parecer a mí no me había olvidado y eso era un gran alivio.
Suspiré y cerré los ojos elevando el rostro al cielo mientras gruesas gotas de alivio caían por las esquinas de mis párpados sellados.
«Gracias, Dios.»
No sé cuánto tiempo pasó desde la última vez que vi a Jan, pero se sentía como una eternidad. Lo único que quería era salir de este maldito hospital, mandar a todos a la mierda y luego encerrarme con ella en una habitación por lo menos una semana.
Había varios espacios en blanco en mi mente y los doctores querían tenerme en observación por un tiempo, pero yo solo quería a Jan. Me habían quitado el tubo de la garganta y por lo único que había preguntado era por Janelle y por mis padres.