Rendirse jamás

Capítulo 25

—Estoy nerviosa —confesó Jan en un susurro. Parecía que iba a tener un ataque de pánico en cualquier momento. Respiraba con dificultad y estaba más blanca que el papel, por lo que no pude evitar preocuparme—. Siento... Ay, Dios, creo que me voy a desmayar —soltó con prisa.

Me miró fijamente como si esperara que terminara con esas sensaciones y no pude hacer nada más que atraerla a mi costado y abrazarla.

—Cálmate, Jany, no te va a pasar nada mientras yo esté contigo. No lo voy a permitir. A ver, inhala... —Aspiré para darle el ejemplo—. Exhala. —Poco a poco solté el aire contenido en mis pulmones.

Jan empezó a hacer lo que le dije y tras unos intentos se empezó a relajar un poco.

—Perdón —dijo con vergüenza.

—No te disculpes, yo también estoy un poco nervioso —mentí. La verdad era que estaba más ansioso y emocionado que nada.

¿No se suponía que el hombre era el que tenía que entrar en pánico antes de la boda?

Me miró a los ojos unos segundos y luego sacudió la cabeza.

—Pues no lo parece. Te ves... Pareces convencido de lo que vas a hacer.

—¿Y tú no lo estás? —cuestioné elevando una ceja. Ella abrió y cerró la boca varias veces sin decir ni una palabra y comencé a preocuparme.

¿Tenía dudas? ¿Estaba arrepintiéndose? ¿Y si al último segundo decidía que no quería hacerlo y se iba llorando dejándome solo y con el corazón roto?

Vale, no para tanto, pero estaba comenzando a pensar que debí de haberle dado un poco más de tiempo.

—Sí lo estoy —expresó tras un largo instante—. Estoy completamente convencida de que quiero casarme contigo, pero me concediste muy poco tiempo para adaptarme a la idea y ahora... Ahora todo es tan claro. Cuando salgamos de aquí seremos marido y mujer y... No lo sé, es un poco difícil de asimilar. No lo tomes a mal, pero... —Oh, Dios. Los peros nunca eran buenos.

—¿Pero...?

—Nada, olvídalo. —Jan comenzó a retorcer las manos en su regazo y yo me tensé.

—Tienes dudas, ¿no es así?

—No, no, no es eso. No quiero que pienses eso, Derek, es solo... Ya sabes, sigo teniendo inseguridades, pero no acerca de ti. Nunca acerca de nosotros, son las de la plática que tuvimos. No ser suficiente y esas cosas. Tú mereces lo mejor y una vez que demos este paso ya no podrás echarte atrás. Prácticamente te tendré amarrado. Si te das cuenta de que yo no...

—Janelle. Basta —pedí. Suspiré exasperado por volver a tocar ese tema que ya estaba empezando a cansarme. Odiaba que siguiera teniendo inseguridades. Jan agachó la cabeza y yo puse mi mano bajo su mentón—. Mírame nena, ya hablamos sobre esto. No importa si no te merezco o si tú no me mereces. Nos hacemos felices, ¿no? —Ella asintió—. Eso es lo único que importa ahora, que nosotros juntos nos sentimos correctos, nos sentimos bien. Y sobre lo de no echarme atrás... —La miré divertido.

»Cualquiera que me conozca bien diría que soy yo quien está esperando impaciente la boda para que  no puedas escapar de mí. Una vez que firmemos esos papeles serás mía y no pienso dejarte libre en por lo menos setenta años. —Me encogí de hombros y ella sonrió. Vi cómo sus músculos se relajaban gradualmente con alivio y mis hombros se destensaron por lo mismo.

—Siempre sabes que decir para hacerme sentir segura —confesó colocando su mejilla sobre mi pecho.

Tomé su rostro con mis manos y la hice mirarme para así poder plantar un beso en sus labios rosas.

—Solo digo la verdad, pequeña.

Ella sonrió una vez más y me pregunté cuánto tiempo debería esperar para volver a tenerla para mí solo. Siempre se veía hermosa, pero ese día... Precisamente ese día me dejó sin palabras.

Llevaba el cabello suelto con ondas un poco despeinadas, como si acabáramos de salir de la cama. Su maquillaje era mínimo como siempre, pero hacía ver sus pestañas más largas, sus ojos más grandes y sus labios más apetitosos.

Había comprado un sencillo vestido blanco que llegaba un poco más arriba de sus rodillas y unos zapatos del mismo color que la hacían ver un par de centímetros más alta y lucían sus delgadas y torneadas piernas de tal manera que...

«Calmado, hombre.»

Si mis pensamientos seguían en esa dirección terminaría tumbándola sobre el suelo alfombrado incluso antes de que terminara la «ceremonia». Digo entre comillas porque no era una ceremonia en sí, solo serían un par de firmas y luego saldríamos de ahí.

Sin fiesta.

O por lo menos eso le hice pensar a Jan, pero como sabía como de importante era compartir esto con nuestros seres queridos, le tenía una sorpresita.

Cuando escuché nuestros nombres ser llamados, la tomé de la mano y le di un pequeño apretón.

—¿Estás lista, pequeña? —cuestioné ansioso. Ella me dio un asentimiento y luego me sonrió confiada y segura de sí misma.

—Nunca en mi vida lo he estado más.

 

 

 

—Firmen aquí y aquí, justo arriba de sus respectivos nombres. —Eso hicimos—. Listo, ahora son marido y mujer. Felicidades. —El amable hombre mayor nos brindó una sonrisa sincera, nada prejuiciosa. Si había sacado conclusiones del porqué dos personas se estaban casando tan jóvenes, no lo hizo obvio.




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