Rendirse jamás

Capítulo 28

Me estiré sobre la cama, mis manos tocando el cabecero y mis pies sobresaliendo del colchón, y emití un sonido de satisfacción. Había sido una buena noche. Una gran noche.

Abrí los ojos y vi la luz filtrándose por la pequeña abertura entre las cortinas e iluminando tenuemente la habitación. Me sentía increíble a pesar de que había tenido escasas horas de sueño. Cansado, pero satisfecho. Feliz.

Miré el reloj. Apenas las 8:03 am.

Me puse a hacer cálculos… y resultó que solo dormí poco más de tres horas. El tiempo anterior a esas tres horas lo había pasado tratando de compensar a Jan por la mala broma que le había jugado. Sonreí ante el recuerdo.

Nada mejor que mi mujer gritando mi nombre para aumentar mi ego.

Giré sobre mi costado para encontrar a Jan a mi lado sumida en un sueño profundo. Sus labios estaban entreabiertos y mechones de su cabello le caían sobre el rostro. Pasé mi dedo por su nariz pecosa, por sobre sus labios y por la longitud de su cuello con delicadeza.

Lucía tan tranquila que no podía despertarla, pero al mismo tiempo quería que se levantara para pasar con ella el mayor tiempo posible.

Me levanté cuando se me ocurrió algo. La dejaría dormir por un poco más de tiempo y la despertaría con una sorpresa. Me puse un pantalón de chándal y con un último vistazo hacia ella me dirigí a la cocina.

—Buenos días, Derek —saludó Dean mientras mezclaba lo que sea que había en el tazón. Tenía el ceño fruncido y la lengua entre sus labios, pareciendo muy concentrado en la tarea que tenía entre manos.

Sonreí.

Su piel y labios antes pálidos habían ido adquiriendo color desde que dejó el tratamiento, su cabello estaba más crecido y sus abundantes pecas eran aún más notorias. Me alegraba ver cómo había mejorado su aspecto y aumentado su energía. Era el mismo niño alegre y sabio de siempre, pero lucía mejor. Inclusive había crecido un par de centímetros.

—Hola, campeón. ¿Cómo amaneciste? —pregunté acercándome al refrigerador.

—Acostado.

Giré mi cabeza para verlo y noté la sonrisa contenida en sus labios. Apunté hacia él con una zanahoria que había tomado y chasqueé la lengua.

—Eres un listillo. Justo como tu hermana.

A la mención de Jan, Dean dejó de hacer lo que estaba haciendo y me observó fijamente con una tenue sonrisa decorando su rostro.

—Gracias —susurró. No pude hacer nada más que verlo confundido.

—¿Gracias por qué? —Cerré el refrigerador y me di la vuelta completamente para estar frente a frente y poder encararlo.

Dean se encogió de hombros y rascó su nuca haciendo una mueca.

—Por todo. Ya sabes, por cuidarla, por preocuparte por ella y no darte por vencido cuando se puso difícil; por buscar lo mejor para mi hermana, y para mí también, pero sobre todo por hacerla feliz. Ya se lo merecía. Ha sido difícil para ella todo este tiempo sola encargándose de nosotros y solo... Eso. Gracias por todo. Le has hecho la vida más fácil y alegre.

Volvió a encogerse de hombros un par de veces y se giró a mezclar lo del recipiente mientras yo me quedaba ahí de pie asimilando sus palabras.

—De nada —susurré aún un poco descolocado—. ¿Sabes? A veces siento como si tuvieras más de tus nueve años. Eres más sabio, pero supongo que debe ser por todo lo que tu hermana y tú tuvieron que pasar a una edad tan temprana.

—Las enfermeras solían decirme lo mismo. Y mis maestros también lo hacen. Quién sabe, tal vez solo percibo la vida diferente a los demás niños de mi edad; he visto más que ellos —admitió en voz baja.

Cuando Dean salió del hospital aquella vez que tuve el accidente, mis padres se habían encargado de que pudiera tener una inscripción tardía en una buena escuela. Inmediatamente se habían encariñado con él y no repararon en gastos para poder lograrlo. Tiempo antes le habíamos comentado que sería bueno que esperara un año para adaptarse y para entrar a la escuela, pero él no había querido atrasarse más y solamente basto un examen de conocimientos para colocarlo en el grado correspondiente.

Después de todo Jan había conseguido a alguien que de vez en cuando fuera a enseñarle y, como Dean era un niño muy listo y vivaz, aprendió bastante.

—¿Cómo te va en la escuela? —quise saber—. ¿Alguna chica especial?

Dean sonrió apenado.

—No, todas las niñas son muy raras.

—En unos cuantos años no pensaras lo mismo, colega.

—No sé, de verdad son muy raras —dijo mientras vertía la mezcla con cuidado en un sartén caliente. Reí al escucharlo y sacudí la cabeza.

Ahí estaba el niño de nueve años.

—Esos son... ¿Esos son panqueques? —cuestioné cuando el olor llegó a mi nariz. Mi boca comenzó a hacerse agua por el aroma y el color tostado de los mismos.

—Sí. Jan me dijo cómo hacerlos hace mucho. Le quedan muy buenos —afirmó.

—Y que lo digas. —Recuperé el hilo de mis pensamientos anteriores y toqué su hombro—. Hey, si alguna vez necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en pedírmelo, ¿está bien? —cuestioné revolviendo su cabello.




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