Rendirse jamás

Extra 1- Primer aniversario

Hoy era nuestro primer aniversario. Un año completo de casados y no tenía ni una maldita idea de qué le podía regalar.

¿Qué sería bueno? Estaba pensando en regalarle algo que vi un momento atrás, pero cuando me di cuenta de que era mi reflejo en el espejo tuve que comenzar a pensar de nuevo.

Jan era una mujer de gustos sencillos, exceptuándome a mí, y no podía pensar en algo que no tuviera y que necesitara o quisiera.

¿Ropa? Nah, ya tenía mucha y además siempre usaba la misma. ¿Dinero? Conociéndola seguramente lo donaría o se lo daría a Dean. No estaba en contra de que le diera dinero a Dean, pero todavía era muy pequeño y, además, se suponía que era su regalo de aniversario.

¿Un viaje? Creía que eso estaría bien. Un viaje a algún lugar con playa. Sol, arena, Jan desnuda… Sonaba como el paraíso para mí. Sería como una segunda luna de miel.

Me encontraba anudando mi corbata para ir al trabajo, cuando Jan entró a la habitación con dos tazas humeantes en las manos luciendo nada más que mi camiseta. Seguía afectándome igual o más de lo que hacía un año atrás. La vida de casada le había sentado bien a las curvas de su cuerpo.

—Buenos días —saludó al tiempo que se ponía de puntillas y me daba un casto beso en los labios.

—Buenos días, preciosa. ¿Cómo amaneciste? —Terminé de hacer el nudo y tomé una de las tazas que ella me ofrecía. Di un pequeño sorbo y el sabor del café con esencia de canela alegró mis papilas.

—Acostada. —Rodé los ojos ante su respuesta. Si en algo no había cambiado, era en lo listilla, terca y enojona. Pero por alguna razón el verla molesta me hacía querer arrancarle la ropa, por lo que siempre buscaba molestarla un poco nada más.

—Desparramada, querrás decir. Yo estaba hecho un ovillo en una esquina del colchón mientras que tú lo abarcabas todo —respondí juguetón. Jan me palmeó el brazo.

—No es así, Derek. Yo estaba acostada en la parte derecha y tú en la izquierda, así que no me vengas con tus mentiras.

Dejé la taza en el tocador y me acerqué a una molesta y sexy Jan.

—Me encanta cómo te ves enojada —murmuré. Ella rodó sus ojos.

—A ti te encanto hasta bañada en lodo —alegó. Pensé en ello un momento y me di cuenta de que tenía razón. Sonreí con picardía.

—Mmm, una fantasía para tener en cuenta. —Palmeó mi pecho al escucharme y puso los ojos en blanco.

—Pervertido —murmuró mientras se alejaba al baño con una sonrisa en su rostro. Reí entre dientes.

Cómo amaba a mi mujer.

—¿Sabes qué día es hoy? —pregunté elevando el volumen para que pudiera escucharme tras la puerta cerrada. El sonido del agua cayendo llegó a mis oídos y me imaginé que ya estaba en la ducha.

—Viernes —me gritó en respuesta. Yo resoplé.

—Sé que es viernes.

—¿Entonces para que preguntas?

—Solo quería que... Bah, olvídalo —me rendí. No sabía por qué me sorprendía que Janelle se hubiera olvidado de nuestro aniversario. Era distraída y siempre tenía otras cosas en mente.

Bajé a la cocina con la intención de prepararme unas tostadas francesas y rellenar mi taza de café, pero cuando llegué ahí, vi un plato lleno de panqueques. Una enorme sonrisa se formó en mi rostro. Me serví unos cuantos en un plato y me serví más café. Estaba saboreando las delicias que había preparado Jan, cuando escuché sus pasos bajando las escaleras.

—Pensaste que me había olvidado, ¿eh? —inquirió mientras se acercaba a mí con paso decidido y una sonrisa dulce en el rostro—. Sé que no es mucho, pero es una buena manera de iniciar la mañana.

Tenía toda la razón del mundo. La observé fijamente y me di cuenta de que su largo cabello estaba escurriendo por las puntas y solo llevaba una bata que se amarraba en la cintura.

Yo sabía de otras maneras para iniciar bien el día.

Elevé una ceja interrogante.

—¿Tienes mi regalo ahí debajo? —pregunté.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Por qué siempre tienes que pensar en eso? No, no lo tengo aquí debajo. Te lo daré una vez que llegues de trabajar. —Se sentó en mi regazo y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello—. Feliz aniversario, cariño. De verdad espero que te guste la sorpresa —dijo con ternura. Elevé mi mano y acaricié su suave mejilla con delicadeza.

—Sabes que no tienes que darme nada. Amanecer a tu lado todos los días es más que suficiente para mí —expresé serio.

Jan rio al escucharme y acercó su boca a la mía.

—Eres tan cursi —susurró, entonces bajó sus labios a mi cuello y empezó a besarme. Mis manos fueron inmediatamente a sus caderas y las apreté en modo de advertencia cuando sentí la temperatura elevarse un poco.

—Me tengo que ir en un momento, no hagas eso —gruñí.

—¿Que no haga qué? —preguntó justo antes de morder ligeramente el lóbulo de mi oreja. Me estremecí y sentí la sonrisa que se formaba en su rostro.

—No es divertido ir a trabajar con una gran cantidad de frustración sexual, pequeña.




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