En medio de un frondoso bosque se alzaba una pequeña casa de madera, rodeada por árboles altos y enmarañados arbustos. El sonido de los pájaros y el susurro del viento le daban un aire misterioso y sutilmente inquietante.
En el interior de la casa, un hombre de mediana edad llamado Richard despertó confundido. Miró a su alrededor, tratando de recordar dónde estaba. Reconocía la habitación en la que se encontraba, con sus paredes de madera y escasa iluminación, pero había algo que no encajaba, tenía una horrible presentimiento. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras intentaba comprender la situación.
Entonces, una sensación de angustia se apoderó de Richard al darse cuenta de que su esposa, Emily, no estaba a su lado. La cama mostraba las marcas de alguien que había dormido allí, pero ella había desaparecido sin dejar rastro. Preocupado y con el corazón acelerado, Richard se levantó y comenzó a buscar por cada rincón de la casa en busca de alguna pista.
Después de recorrer varias habitaciones, Richard escuchó un suave llanto proveniente de la habitación contigua. Con rapidez, se dirigió hacia allí y encontró a su hija de seis años, Lucy, sentada en la cama, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro lleno de temor.
—Papá, tuve una pesadilla horrible —dijo Lucy sollozando mientras Richard se acercaba a ella y la abrazaba protectoramente—. No podía encontrarte ni a mamá, y estaba sola en un extraño lugar.
Richard acarició el cabello de Lucy con ternura, tratando de consolarla.
—Está bien, Lucy. Estamos juntos ahora. No te preocupes. Vamos a encontrar a mamá, ¿de acuerdo? —dijo Richard, tratando de mantener la calma a pesar de la creciente inquietud que sentía.
Decidido a descubrir lo que estaba sucediendo, Richard tomó la mano de Lucy y comenzaron a explorar los alrededores de la casa en busca de pistas. La densa vegetación y los senderos sinuosos del bosque no facilitaban su búsqueda. Cada paso que daban les adentraba más en un mundo desconocido y enigmático.
Pero Richard no se dio por vencido. Sabía que tenía que encontrar respuestas. A medida que avanzaban, se percató de que la tranquilidad del bosque era enmascarada por un murmullo sutil pero constante, como si algo o alguien estuviera susurrando entre los árboles.
Finalmente, mientras seguían los sonidos misteriosos, Richard y Lucy llegaron a un claro. Allí, ante sus ojos, estaba Emily, su esposa. Estaba de pie, con una expresión perdida en el rostro, mirando fijamente hacia el horizonte.
Richard corrió hacia ella, preocupado y aliviado al verla sana y salva. Emily se sobresaltó al sentir su presencia, como si hubiese estado en trance.
—Emily, ¿qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? —preguntó Richard, ansioso por obtener respuestas.
Emily parpadeó lentamente, volviendo a la realidad. Su mirada se encontró con la de Richard y luego con la de Lucy, quien se aferraba a la falda de su madre, sin soltar su mano.
—Yo, no sé…— Emily se veía confundida y asustada a la vez.
Richard miró a su alrededor volviendo a escuchar los susurros entre los árboles y llevó su mano a la espalda de su esposa para salir de aquel bosque cuanto antes.
—Volvamos a casa, no me gusta este lugar.— dijo mientras cargó a Lucy en brazos.
—Saca a Lucy de aquí, por favor.— Richard miró a Emily de nuevo con el ceño fruncido mientras ella volvía a mirar al horizonte. La voz de Emily sonaba temblorosa y miró a su esposo un instante con los ojos llenos de lágrimas.— Sálvala.
En ese momento Emily empujó a Richard haciéndo que retrocediera varios pasos antes de que varias sombras negras se abalanzaran sobre ella.
—¡No, mamá!— Gritó Lucy al ver a su madre siendo arrastrada en dirección al bosque, por una enorme bestia que les gruñía.
—¡Emily!— Richard gritó el nombre de su esposa antes de avanzar un paso queriendo ir a por ella, pero un lobo negro más alto que él le cortó el paso mirándolo desde lo alto mientras gruñía.
Lucy apretó los ojos con fuerza gritando lo más alto que le permitieron sus pulmones, presa del terror que sentía, y entonces volvió a abrir los ojos.
—¡Mamá!— Tenía la respiración acelerada y sentía el sudor recorriendo su rostro y su espalda.
Aún no había amanecido, pero la farola frente a la ventana de su habitación iluminaba lo suficiente para reconocer su propia habitación, pero no era la misma que en sus sueños, esa era una casa que no veía desde hacía ya muchos años.
Esta habitación ya no tenía tantos peluches, ni juguetes, ahora había libros apilados, un escritorio donde pasaba la mayor parte del tiempo estudiando, y un enorme ropero con las puertas abiertas.
—Lucy, ¿qué ocurre? ¿Estás bien?— La jóven se sobresaltó al escuchar la voz de su padre que entró a su habitación tras haberla oído gritar.
Lucy miró a su padre aún con la respiración acelerada, el tiempo claramente había transcurrido por él sin piedad. Su aspecto desaliñado, la melena oscura cayéndole hasta los hombros y la frondosa barba le daban un aire muy descuidado.
—He vuelto a soñar con esa noche. Cuando mamá desapareció.
—Oh, mi amor… ¿Cómo te sientes?