—¿Desde cuándo hay hombres lobo en este pueblo?— Lucy se había cubierto con la manta mientras Noah se encargaba de encender la chimenea.
Pasado un rato desde que la adrenalina de aquella noche, el frío de la noche volvió a calar a Lucy hasta los huesos, por lo que agradeció el calor que le ofrecían las pequeñas llamas de la chimenea.
—No sabría decirte con exactitud, pero diría que... Desde siempre.—dijo Noah volviendo a sentarse junto a ella, encogiéndose de hombros.—La historia de la manada se remonta muchísimas generaciones atrás. Incluso antes de la existencia del pueblo, nuestra manada ya habitaba estos bosques.
—¿Quieres decir que... Eres inmortal?— dijo Lucy mirándolo sorprendida, a lo que Noah no pudo evitar soltar una carcajada.
—¿Inmortal? Pues claro que no. Me refiero a mis antepasados. De hecho la familia Hall y la mía, los Reed, son las familias de licántropos más antiguas de la zona. Casi toda la extensión del pueblo es propiedad de Alexander Hall y su familia, como ya sabrás, pero esta zona del bosque pertenece a los Reed.
—¿Y cómo es que nunca he oído hablar de las personas sobrenaturales que hay en este pueblo?
—Los humanos no pueden saber de nuestra existencia.— dijo Noah bajando la mirada.— Ya hubo algunos que nos descubrieron hace algunas generaciones y según cuentan las historias, no pueden entender que nuestra conciencia sigue intacta, no somos monstruos que matan personas. Lo único que consiguen al descubrirnos es crear una histeria colectiva y partidas de caza para matarnos.— Noah permaneció varios segundos en silencio mirando directamente a las llamas hasta que suspiró con pesadez.—Si algún humano llegara a descubrirnos hay que proteger la integridad de la manada. Debemos buscarlo y acabar con él.
Las palabras de Noah hicieron que el corazón de Lucy se acelerara más de lo normal y casi como por acto reflejo, se apartó un poco de él.
—No voy a matarte, Lucy.— dijo Noah sin apartar la mirada del fuego.— Por eso estás aquí. Todo el mundo en la mansión se percató de tu presencia, pero ninguno de ellos es más rápido que yo.
Lucy se quedó callada unos segundos pensando en sus palabras, algo dentro de ella le gritaba que tenía que huir de allí, pero otra parte le decía que Noah estaba siendo sincero, y ella lo que quería era más respuestas así que no se movió de su asiento.
—Esa batalla con Lucas parecía algo importante.— dijo Lucy. —Y por lo que dijo el señor Hall, al haber huido, Lucas ha ganado.
Noah suspiró ante las palabras de Lucy y se dejó caer sobre el enorme sofá con las manos sobre su rostro. No le agradaba la idea de que ahora Lucas fuera el alfa de la manada. Ahora tendría que obedecer a todo lo que diga y eso lo enfureció.
—Por tu expresión creo que eso no es nada bueno.
—Ahora Lucas será el líder de nuestra manada. Eso significa que puede hacer lo que quiera hasta que alguien lo desafíe y lo derrote, pero nunca antes nadie ha desafiado a un alfa.
—Yo no entiendo de batallas lobunas, pero diría que tú le habrías ganado, si no te hubieras ido por mí culpa.—Noah alzó la mirada hacia ella con una leve sonrisa.
—Ya lo sé, pero no podría haberme quedado sabiendo que todos los demás irían a por ti. Aunque vivan entre los humanos, esa ley la tenemos muy arraigada. Ha habido demasiados problemas siempre que un humano se ha enterado de lo que somos.
En ese momento un horrible recuerdo bombardeó la mente de Lucy, aquella noche en la que tenía seis años. La última noche en la que su padre y ella vieron a su madre. Viendo con claridad en su mente como un enorme lobo negro le gruñía mientras otro de ellos se llevaba a Emily hasta lo más profundo del bosque.
—No puede ser... —dijo Lucy en un susurro.
—¿Qué ocurre?— Noah se acercó a ella con preocupación buscando su mirada, y ella lo miró con terror en su rostro.
—Mi madre... Hace años...— El corazón de Lucy se aceleró rápidamente y comenzó a sentir cómo le faltaba el aire.—Los lobos... Se la llevaron.
Noah entendió en seguida a qué se refería, tal vez su madre había descubierto a alguno de la manada y tuvieron que hacerse cargo de ella para que no contara nada a nadie.
Noah observaba a Lucy desde la distancia, sus ojos vidriosos reflejando el dolor que le atormentaba. Su cabello caía en desorden sobre sus hombros, y sus manos temblaban. Noah ansiaba acercarse a ella, ofrecerle consuelo, contarle la verdad, pero tenía miedo de la reacción que podría provocar. Desde el primer momento en que sus ojos se encontraron con los de Lucy, Noah sintió una profunda conexión con ella, un lazo que trascendía su condición de licántropo.
Sus pensamientos se agolpaban en su mente. ¿Cómo podría proteger a Lucy ahora? ¿Cómo podría reparar el daño que su manada le había causado? Su corazón latía con furia, deseando vengar a la madre de Lucy, pero al mismo tiempo, sabía que la venganza solo traería más sufrimiento.
En la oscuridad de la noche, Noah se prometió a sí mismo que encontraría la manera de proteger a Lucy, de sanar las heridas del pasado y de demostrarle que, a pesar de todo, ella nunca estaría sola. El destino de los dos estaba entrelazado de una forma que ni él mismo comprendía por completo, pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerla a salvo y velar por su felicidad, incluso si eso significaba enfrentar a la manada que había sido su hogar durante tantos años.
—Lo siento mucho...—Noah apartó el temor que tenía por la reacción de Lucy y se acercó a ella para rodearla con sus brazos.
Lucy se sorprendió ante aquel acto, pero el tacto de sus brazos rodeándola, y el aroma de su pecho la reconfortaba un poco.
—Hace dos días... Estaba con mi padre y había un grupo de gente... Todos vimos a un lobo como vosotros.— dijo Lucy con la voz temblorosa.—Toda esa gente. Todos nosotros... ¿Nos matarán?
—No. Lucy, mírame.— Noah se separó un poco de la chica y colocó una mano sobre su barbilla para que alzara la vista mirándola directamente a los ojos.—Tú misma acabas de decirlo, vieron un lobo, no a una persona transformándose. No te preocupes.