Cuando niña me gustaban las misiones; tenía un mapa mundi colgado en la pared de mi camarote, con el cual oraba por las naciones.
No recuerdo la edad exacta cuando me dieron una profecía: Profeta a las naciones, sería el martillo que golpea y destruye a las naciones, moriría entre Israel y el mundo islámico, pero mi muerte no quedaría ahí, sino que resucitaría al tercer día dando poder al Santo en Gloria, cubriría la Tierra y su gobierno se manifestaría. Mencionaron a un Rodrigo H., quien sería mi segundo al mando para establecer la paz.
Si hubo algo más, no lo recuerdo.
Como cristianos sabemos que si te dicen algo de parte de Dios, hay que entregarlo a él y olvidarte del asunto; si se cumple, es de Dios y si no, nunca lo fue. El asunto que lo olvidé por años.
Fuera del evangelio en Valparaíso, esta familia comenzó su acoso mencionando la profecía; debía renunciar a ella y al legado espiritual, dado que ellos eran superiores, mis señores, yo, una simple pobretona, no valía nada.
Mencionaron en más de una ocasión la profecía del descendiente y nunca encontré respuesta de ello, hasta años más tarde que conocí a unos criptojudíos que me orientaron a ella.
Ahí entendí el acoso, pero nunca esta gente comprendió que los pactos con el Creador o Dios no se pueden renunciar; no es una entidad y lo que supuestamente los brujos le vendían y me cobraban a mí era mi espíritu, mi alito de vida, el cual, si muero, tampoco lo obtendrían.
La profecía criptojudia, que ahora no encuentro en ninguna parte en internet, dice lo mismo, pero con una pequeña diferencia: el Descendiente gobernará la tierra.