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Capitulo 2: El paciente 265

La enfermera Eugenia Álvarez y el Doctor José Horwitz, se encontraban en la oficina de este último, revisando el largo expediente del paciente 265 con iniciales AP. Horwitz se había especializado en enfermedades como el alcoholismo en las personas, pero su credibilidad y sus numerosos estudios en el extranjero e investigaciones, le habían ganado mucho fama y estaban a punto de nombrarlo director de ese hospital, y él lo sabía, es por eso que lo habían dejado a cargo de la recuperación del paciente 265, el paciente más peligroso del Hospital Psiquiátrico de Recoleta, era la primera vez que ingresaban a un menor de edad y a la vez a un asesino múltiple a ese recinto.

El informe psiquiátrico del paciente 265 decía lo siguiente:

Este paciente presenta delirios; Ideas erróneas de las que el paciente está completamente convencido.

Sufre de alucinaciones visuales y auditivas.

Sufre de trastornos del pensamiento: El lenguaje del paciente se distorsiona y se hace incomprensible y con poca fluidez.

Alteración de la percepción de sí mismo: La persona siente que su cuerpo está cambiando, se ve a sí mismo como alguien raro. El paciente afirma que no se reconoce al mirarse al espejo y tampoco reconoce su voz. Dice que puede adivinar lo que otros piensan.

Eugenia Álvarez llevaba cinco años trabajando en el Hospital Psiquiátrico de Recoleta, en donde había trabajado su madre y también su abuela. Llegaba a las siete en punto de la mañana para atender al paciente 265, este no se encontraba en los sectores con los otros pacientes sino en una habitación especial por su peligrosidad, amarrado a un catre. En la habitación había dos camas, una de estas se encontraba vacía, había una ventana grande de madera, que todos los días Eugenia abría, para ventilar la habitación. Esa habitación era la única que había quedado después del incendio ocurrido en el año 1943 donde se quemó el antiguo manicomio de la ciudad y en donde la abuela de Eugenia y su madre habían muerto de forma trágica, el edificio lo habían vuelto a construir solo quedaba esa habitación y las bodegas. Ese día entraron dos rayos de sol que pegaron justo en la cabeza del paciente, este se despertó, hace días que dormía por los fuertes medicamentos que le suministraban. La terapia del paciente consistía en suministrarle terapias de electroshock por un mes y medicinas suficientes para quitarle la esquizofrenia, el paciente ya llevaba tres, le faltaban otras dos más.

  • Hoy te toca la penúltima terapia. Le dijo la enfermera con voz suave
  • Eso no es una terapia es una tortura. Le contestó el paciente.
  • Si sigues diciendo, que lo que ves es cierto, lo seguirán haciendo todo el año y ni siquiera recordaras esta conversación. Sentenció la enfermera.
  • ¡Son reales, son muy reales! Gritó el paciente.
  • ¡Ya basta de mentir! Los demonios no existen, todo es una falla en tu cerebro.

 

La enfermera le quitó las amarras, le ató la bata y lo llevó hacia los baños, ahí lo metió a una tina en donde lo comenzó a bañar con agua fría con ayuda de otra enfermera, el paciente no reaccionaba, las medicinas eran tan fuertes que no podía sentir si algo era frio o caliente. Después de haberlo bañado lo llevó al cuarto de electroshock, aun con el cabello mojado. El cuarto de electrochoque quedaba en el mismo pasillo donde estaba la habitación del paciente, también era una de las habitaciones sobrevivientes al incendio del año 1943. Entraron los dos a la habitación y el doctor los recibió.

  • ¿No se quiere quedar hoy? Me sería de gran ayuda. Le dijo el Doctor a la enfermera.

A pesar de la rigidez de su cara y de sus pocas expresiones faciales, la enfermera Eugenia era una persona muy sensible por dentro, por eso nunca se quedaba para las sesiones de electrochoque de los pacientes del doctor Horwitz, no le gustaba el sufrimiento humano y ningún tipo de sufrimiento, trabajaba en el psiquiátrico porque no había podido entrar a un hospital y como su abuela y su madre habían trabajado ahí hace muchos años, su contratación fue bastante rápida. Ponga al paciente en la silla le dijo el doctor, la enfermera de inmediato lo sentó y luego amarró sus piernas y sus brazos, por ultimo amarró su cabeza y colocó un pedazo de cuero en su boca. El doctor le hizo señas a la enfermera para que se alejara de la silla en donde se encontraba el paciente. Luego, el doctor accionó la maquina eléctrica y esta rápidamente llevó la electricidad al cuerpo del paciente, que le producían espasmos musculares y espuma en su boca, el doctor paró la carga y le pidió a la enfermera que limpiase al paciente. Otra vez más el doctor accionaba la máquina y el paciente cerraba sus ojos con fuerza y su cuerpo se accionaba con espasmos repetidos sus manos se apretaban, era como si un rayo atravesará su cuerpo. La enfermera volteó su cara y cerro sus ojos, no podía ver tal sufrimiento y menos a un niño. Con esto es suficiente, le dijo el doctor, por favor lleve al paciente a su cuarto. El doctor Horwitz salió de la habitación y mientras la enfermera le quitaba todas las amarras en ese momento el paciente le dijo a la enfermera.

  • Bebé, con tu mamá estamos bien, no te preocupes por nosotras. La voz que salía del paciente era la voz de una mujer mayor.

La enfermera soltó las amarras y cayó sentada hacia atrás, luego se levantó rápidamente muy asustada.

  • ¿Por qué dijiste eso? Preguntó la enfermera sorprendida.
  • Tu abuela sabe que trabajas acá, ellas viven acá, te ven todo el tiempo, cuando vienes a trabajar. Dijo el paciente ahora con su voz.
  • No es posible, ellas murieron hace mucho tiempo. Le contestó la enfermera con temor.
  • Tu abuela quiere que sepas algo, dice que el día del incendio no pudieron salir porque las encerraron con llave, encerraron a todos los trabajadores que protestaban para matarlos.
  • ¡Cállate! Le gritó la enfermera




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