A las cuatro de la tarde el olor a pescado y mariscos hacia pesado el ambiente en el local número 35 del Mercado Central de Santiago, era verano y las altas temperaturas hacia que se descompusieran rápidamente, el señor Jorge Araneda era el dueño de ese local, era de baja estatura, gordo y de brillante cabeza. Su pasión por la comida desbordaba su ser, sabía todo acerca de los mariscos, de su preparación, de sus sabores, de su procedencia, además era un excelente vendedor, había estudiado gastronomía en la universidad, pero nunca termino su carrera porque tenía una familia que alimentar. Tenía dos vendedores nuevos; el joven Arturo y la señora Eugenia, el señor Jorge era muy delicado con el tema del aseo, le gustaba todo limpio y ordenado, notaba enseguida si algo olía mal o estaba mal ordenado, era muy meticuloso con ese tema. El joven Arturo todas las madrugadas lo acompañaba a comprar los pescados y mariscos al terminal pesquero. Esa era la rutina que tenían los dos cada dos días. El señor Jorge se había portado bastante bien con los dos, les pagaba el sueldo mínimo y además les había conseguido un lugar donde vivir en el centro de Santiago, muy cerca del mercado, así no gastaban la plata en el transporte. Eugenia le había comentado a Jorge que se había separado de su marido y que Arturo era su hijastro.
Todas las noches Arturo llegaba a su casa ubicada en Calle Rosas en la Comuna de Santiago y en su cuarto comenzaba a practicar sus dones, cada día aprendía algo nuevo, quería meterse en la cabeza de Eugenia, pero ella no lo dejaba, le decía que como era posible que hiciera eso, que sus pensamientos eran privados y Arturo le decía que solo quería practicar. Arturo comenzó a identificar a los demonios poco a poco en el mercado, sabía que el señor Jorge no era uno de ellos, pero en los locales de al lado tenia a varios demonios identificados, desde lejos podía escuchar sus pensamientos lujuriosos o de codicia, podía ver sus caras demoniacas, sus sonrisas diabólicas. Todas las mañanas antes de entrar al local le daba comida a un perro de la calle, que siempre que pasaba el señor Luis dueño del restaurante más grande el perro le ladraba, Arturo sabía que el señor Luis era una de esas criaturas, ya lo tenía identificado. Se había dado cuenta que los perros podían detectar a las criaturas al igual que él, así que se llevó el perro a su casa, Eugenia al principio no quería al perro, pero por la insistencia de Arturo terminó aceptando al animal que tenía como nombre Rucio por su pelaje amarillento. Arturo y Eugenia se acostumbraron a salir con Rucio a todas partes, así podían identificar rápidamente a los demonios. Lo llevaban al Mercado Central y lo amaraban en una reja cercana a ese recinto, ahí le ponían un letrero que decía; “este perro tiene dueño, por favor no se lo lleve”.
Eugenia había comenzado a salir con el tendero del local de al lado, un señor de cincuenta años llamado Hugo, la invitaba a salir los fines de semana, la invitaba a almorzar con sus padres y a reuniones clandestinas con su grupo revolucionario. Hugo era del partido comunista y no había podido salir del país porque no tenía plata para comprarse un pasaje y menos para vivir en el exterior, se ocultaba como vendedor en ese local y pasaba desapercibido. Entre Eugenia y él se desarrolló una relación muy especial, Eugenia se sentía segura a su lado y él necesitaba compañía, vivían separados y Eugenia le insistía en que se mudaran juntos, pero él no quería por el peligro que corría. Hugo a veces se pasaba la noche en casa de Eugenia para que esta no le reclamara tanto. Mientras tanto Arturo le gustaba que Hugo pasara noches en la casa porque así podría practicar “leer mentes” en dos ocasiones logró meterse en los pensamientos más profundos de Hugo, y después de eso no quiso adentrarse más, Hugo tenia pensamientos muy dolorosos de su infancia que todavía lo afectaban. Arturo había identificado cuatro tipos de demonios entre ellos estaban:
El demonio codicioso: Se alimentan principalmente de dinero y oro. La mayoría de estos demonios son dueños de grandes empresas, manejan mucho personal, son dueños inalcanzables, semi dioses, rara vez hablan con sus trabajadores y tienen subalternos que se comunican con los demás. Evitan el contacto a toda costa con los humanos más humildes.
El demonio lujurioso: Se alimenta del sexo, vive para el sexo, pasan viendo mujeres y hombres desnudos todo el tiempo, estos seres pasan en prostíbulos y se pasan masturbando, les encanta masturbarse en la calle cerca a mujeres. Son principalmente violadores, de todas las edades. Les encanta principalmente violar niños y mujeres.
El demonio violento: Se alimentan del miedo, le gusta pegarle a las mujeres y a niños y a todos los que se metan con él. Le gusta torturar y violentar a las personas inferiores que él.
El demonio maltratador de animales: Este ser es un ser sádico por naturaleza, le encanta torturar a perros y gatos, les encanta el sufrimiento y el llanto de los animales.
También Arturo sabía que los demonios no podían comunicarse por teléfono y que los aparatos electrónicos como grabadoras, tv y radios los podían delatar, ya que sus verdaderas voces salían al descubierto, y por último los perros los detectaban fácilmente. Se aseguró que Hugo pasara por todas esas pruebas antes de entrar a su casa y también había sometido al señor Jorge a esta prueba antes de entrar a trabajar con él.
Un día Arturo estaba caminando por la Alameda con su perro Rucio, y se encontró de frente con un desfile militar, su perro comenzó a ladrar sin parar y quería arrancarse el collar, Arturo se alteró y miro hacia donde estaba el grupo de militares marchando y no pudo ver sus rostros, sus caras eran deformes, distinguía a puras criaturas, que lo miraban fijamente, Arturo agarró fuertemente a Rucio y salió corriendo hacia su casa, en ella se encontraban Hugo y Eugenia.