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Capitulo 4: Los cinco de cada mes

Era un odiado día lunes de invierno en la ciudad de Santiago de Chile, y los trabajadores de toda la ciudad, salían en bandadas apurados de las estaciones del metro, empujándose unos a otros para no llegar atrasados a sus trabajos. Ese día en especial, el aire era puro, producto de la lluvia que había caído en la madrugada del domingo, el cielo estaba totalmente despejado y más azul que nunca, las montañas estaban completamente blancas hasta sus faldas y los rayos del sol que las iluminaban, las hacían brillar. Pero los trabajadores que salían del metro, no podían ver tan majestuoso espectáculo natural, porque sus miradas estaban perdidas, sus miradas eran de preocupación, de desdén, de inseguridad y lo único seguro en sus vidas, era que a la mayoría les pagaban a fin de mes. Pero no era el caso de Arturo y sus compañeros de trabajo, a ellos les pagaban los cinco de cada mes, ósea, tenían que esperar cinco días más que el resto, para poder calmar su ansiedad, para poder calmar su angustia, para poder pagar sus deudas.

Arturo Parra trabajaba hace veinte años en una empresa llamada Álamo, la cual se dedicaba a arrendar autos de lujo en la ciudad de Santiago, en la comuna de Providencia. Una vez, hace muchos años atrás, intentó pedirle unos días libres al dueño de la empresa, el señor Rómulo Abadón. Nadie sabe con exactitud lo que paso ese día en la oficina del jefe, ya que el señor Parra, nunca más se le acercó, ni para pedirle un dulce.

Arturo era un ser profundamente amargado y producto de su amargura se estresaba más de la cuenta en su trabajo. Según sus colegas, Arturo era el peor empleado de la empresa; le gustaba discutir con los clientes, se confundía al entregar la información y siempre había alguien queriendo pegarle, porque Arturo tenía nulas habilidades sociales y ofendía a la gente sin darse cuenta y porque según él, nunca había suficientes autos disponibles para arrendar.

Tenía en ese entonces cincuenta y cuatro años, y se le notaban en su grisácea y grasosa cabellera, que peinaba hacia un lado con mucho cuidado, tenía la nariz muy grande al igual que las orejas y utilizaba unos lentes fondos de botella, que hacía que sus ojos se vieran enormes. Parra, era el tipo de persona, que era hasta mezquino con la limpieza de su cuerpo.

Los días viernes, era cuando Arturo se ponía indiscutiblemente ansioso antes de salir del turno de la tarde, era el día en que se juntaba con su supuesta novia. Se iba al baño lejos de todos, y la llamaba para invitarla a salir. Luego, le metía conversación y se hacia el interesante, le preguntaba si sabía cuándo había nacido Phil Collins, y era obvio que ella no sabía, porque trabajaba como prostituta y lo único que escuchaba, eran puros reggaetones y rancheras y él lo sabía, pero solo quería escuchar su hermosa voz.

En esa ocasión, la mujer le cortó la llamada, porque estaba con otro cliente y el viejo Arturo se puso muy celoso y triste a la vez, luego la volvió a llamar a los veinte minutos, para que se juntaran en la noche, y ella le pidió que le llevara un shampoo anti caspa y una coca cola normal de litro y medio. Entonces el viejo Arturo, salió desesperado a comprar al súper mercado que quedaba diagonal de Álamo, de Calle Bilbao con Hernando de Aguirre, y luego se subió en el bus B03 sin pagar, y el conductor le gritó 

  • ¡Paga viejo hp! En voz alta, para que todo el mundo escuchará que Arturo se había subido sin pagar.
  • ¡No te metas hijoeputa! ¡Que este bus no es tuyo! Le replicó Arturo con mucha rabia.

Entonces, el conductor comenzó a renegar todo el viaje y Arturo se desesperó, avergonzado de que todo el mundo lo mirará, y se le hizo el viaje eterno, y eso que solo duraba treinta minutos hasta el centro de Santiago.

Luego, llegó alterado a la pieza donde vivía su amada, en un cité que quedaba en Av Matta con Santa Rosa, le dio el shampoo y la bebida gaseosa, le dio un beso en la mejilla y se le sentó al lado. Así Arturo se calmó, como si ella fuera ese placebo que le quitaba la histeria. Enseguida, el viejo le dijo a su damisela que le hiciera esas cosas ricas, de las que ella era una experta, luego ella lo tocó donde a él le gustaba. Después de pocos minutos, el viejo era feliz y la amaba y la necesitaba, pero ella al instante se levantó del sofá y le extendió la mano, pidiéndole la plata de ese trabajo, y él rápidamente sacó de su billetera un billete de diez mil pesos y se lo entregó, le dijo que no tenía más, y ella le reclamó, porque su trabajo constaba veinte mil y lo echó de su pieza, entonces el viejo le dijo que le pagaban el cinco, que ese día le tendría la plata, porque los cinco de cada mes, era cuando pagaban en Álamo.

 

Arturo Parra, se sentaba solo en el pequeño comedor de la cocina de la empresa, nadie lo invitaba a almorzar ni por error. Llevaba siempre un pequeño pote metálico donde guardaba los guisos que el mismo se cocinaba. Ese día por casualidad, se encontró a Leandro Lobos en la cocina, hablando por celular. Parra, con sus grandes orejas trataba de escuchar parte de la conversación, solo para distraerse un poco de la soledad de su almuerzo.

  • ¿Cómo estai poh compadrito? ¿Todavía no sales de vacaciones? Le preguntó su compañero.
  • Todavía nada, esos malditos no se pronuncian, así que yo creo de nuevo cagué este año. Cuando salgan de nuevo a un bar invíteme poh compadre. Le respondió Arturo.

Pero Leandro hizo como que no lo escuchaba. Tratando de desviar la conversación. Nunca invitaban a Arturo a ninguna celebración, su presencia incomodaba sobre todo a las féminas, ya que lanzaba comentarios desubicados y misóginos pensando que caería bien.

  • Oiga, pero usted debería renunciar, no puede ser que en tantos años no se haya tomado ni unas vacaciones. No cree que es muy injusto. Le preguntó Leandro.
  • ¿Quién me va a contratar a mi edad? Si no se ni manejar un computador. Tengo que aguantar aquí hasta que me pueda jubilar con algo de dinero.




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