A las dos en punto de la tarde, llegó a la sucursal de Álamo, Selene Méndez, una joven universitaria, de dieciocho años, era del tipo de mujer que parecía recién salida de un entierro, muy callada, sin muchos movimientos faciales, de frente amplia y sudorosa, cejas muy pobladas y negras que combinaban con su oscura cabellera.
Selene había congelado la universidad en el segundo semestre, se había quedado sin trabajo y no tenía como pagar el crédito universitario, y menos el arriendo de su pequeño departamento. Era autodidacta en la programación, era hacker en sus días de ocio, y por esa muestra de expertiz, había sido elegida para conformar el equipo de trabajo del call center de esa empresa a pesar de su edad.
Ella contaba, que un día se había tirado al río Mapocho para rescatar a un perro. Ese día, había llamado a carabineros y bomberos para que la ayudaran a rescatar al perro y cuando por fin lo había tomado en brazos y se la había pasado a un bombero, este último, con torpeza la había dejado caer de nuevo al caudaloso rio y cuando vieron que ya no podían hacer nada por la perrita, y que la gente ya no estaba sacando fotos ni grabando, se fueron y la dejaron sola en el hediondo rio. Ese día, Selene estaba llena de rabia, su frente y su boca se veían más amplios de lo normal, sus gritos de impotencia se podían escuchar por todo el Parque de las Esculturas de Santiago. Cuando por fin logró calmarse, llamó a unos amigos que la ayudaron a sacar al can del rio. A Selene no le daba miedo nada ni nadie, contaban las malas lenguas por ahí, ni tirarse al rio Mapocho, ni enfrentar a las autoridades, ni decirle la verdad en la cara a alguien. A los hombres les daba miedo sentarse al lado de ella, les producía cierta inseguridad su presencia, no sabían lo que podía pasarles, o con lo que ella les podía salir, intimidaba con esos profundos, rasgados y enigmáticos ojos negros. Selene tenía solo una debilidad sufría de una condición llamada Amaurosis fugaz; perdía la visión temporalmente cuando se podía excesivamente nerviosa. Por eso su actitud antes la vida era muy a la defensiva.
Ese día, Arturo vio como entraba una escuálida y compungida fémina a la oficina del call center de la empresa. Las labores de Selene eran contestar las llamadas nacionales e internacionales, además de responder el chat de la página de la empresa y realizarles las cotizaciones a los clientes. Su puesto de trabajo quedaba al lado del de Arturo, quien ese día no sabía qué hacer ante tan inesperada compañía. Buscaba las palabras indicadas para hablarle a Selene, cuando por fin encontró que decirle, Selene extendió su brazo y abrió su mano y dejó su palma a cinco centímetros de la cara de Parra y le dijo.
Arturo quedó en shock, después de esa tremenda introducción. Movió su cabeza como diciendo que había entendido, y se fue a su asiento como perrito amaestrado. Desde ese momento, Selene Méndez marcó terreno en Álamo, nadie en esa oficina y en esa sucursal se atrevía a dirigirle la palabra ni por error. Cada mañana, Arturo llegaba veinte minutos más temprano que ella, y este, le prendía el computador, le calentaba agua y le dejaba al lado de su teclado el diario La Hora, para que Selene comenzará bien el día, Arturo tenía bastante claro el carácter de Selene, así que trataba por todos los medios de no alterarla porque si no, sabía que su día también sería un infierno.
La convivencia en la oficina entre Arturo y Selene, pensaban los otros compañeros que iba a ser muy mala, todos comentaban de esa terrible combinación, les tenían apodos; la bella y la bestia, el sapo y la princesa y así muchos otros más. Pero sus compañeros en realidad no sabían, que la relación entre Arturo y Selene iba de maravillas. Arturo Parra, en un mes se había ganado la confianza de Selene y a ella le encantaba que le prendieran su computador y tener agua caliente para prepararse sus infusiones. Además, Arturo colocaba sus cds con buena música; The Rolling Stone, The Cure, Led Zepelling entre otros, y así el ambiente era genial, muy cool pensaba ella. Parra, ya le metía conversación, le hablaba de alguna noticia en contingencia y Selene ya le respondía. También hablaban de cosas banales, de alguna música rara que ella había escuchado, de aquel fatídico cantante del cual los dos eran fans, de un poema muy loco que habían leído recientemente, de un cuento que nunca terminaron, hablaban de ellos, hablaban de todos.
A las dos en punto de la tarde, llegó a la sucursal de Álamo, Selene Méndez, una joven universitaria, de dieciocho años, era del tipo de mujer que parecía recién salida de un entierro, muy callada, sin muchos movimientos faciales, de frente amplia y sudorosa, cejas muy pobladas y negras que combinaban con su oscura cabellera.
Selene había congelado la universidad en el segundo semestre, se había quedado sin trabajo y no tenía como pagar el crédito universitario, y menos el arriendo de su pequeño departamento. Era autodidacta en la programación, era hacker en sus días de ocio, y por esa muestra de expertiz, había sido elegida para conformar el equipo de trabajo del call center de esa empresa a pesar de su edad.
Ella contaba, que un día se había tirado al río Mapocho para rescatar a un perro. Ese día, había llamado a carabineros y bomberos para que la ayudaran a rescatar al perro y cuando por fin lo había tomado en brazos y se la había pasado a un bombero, este último, con torpeza la había dejado caer de nuevo al caudaloso rio y cuando vieron que ya no podían hacer nada por la perrita, y que la gente ya no estaba sacando fotos ni grabando, se fueron y la dejaron sola en el hediondo rio. Ese día, Selene estaba llena de rabia, su frente y su boca se veían más amplios de lo normal, sus gritos de impotencia se podían escuchar por todo el Parque de las Esculturas de Santiago. Cuando por fin logró calmarse, llamó a unos amigos que la ayudaron a sacar al can del rio. A Selene no le daba miedo nada ni nadie, contaban las malas lenguas por ahí, ni tirarse al rio Mapocho, ni enfrentar a las autoridades, ni decirle la verdad en la cara a alguien. A los hombres les daba miedo sentarse al lado de ella, les producía cierta inseguridad su presencia, no sabían lo que podía pasarles, o con lo que ella les podía salir, intimidaba con esos profundos, rasgados y enigmáticos ojos negros. Selene tenía solo una debilidad sufría de una condición llamada Amaurosis fugaz; perdía la visión temporalmente cuando se podía excesivamente nerviosa. Por eso su actitud antes la vida era muy a la defensiva.