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Habían pasado alrededor de cuarenta y cinco minutos desde que Debbie avisó sobre el cadáver hasta que la policía finalmente llegó. Ambos chicos, se encontraban sentados en las escaleras de la entrada, con mantas blancas sobre sus hombros, igual que en los finales de las películas que solían ver cuando niños.
Solo que aquella escena, marcaba el principio de todo.
El principio del fin.
Al moreno le resultaba ridículo estar pasando frío allí afuera en vez de estar dentro de la mansión resguardados de la intemperie. Pero la policía había sido muy clara, y sus padres —Eduard y Robert—, como si ellos también fueran niños, obedecieron al pie de la letra a los oficiales.
Desde su lugar, Alex podía ver la lancha con sirenas de color rojo y azul, estaba amarrada a uno de los tantos postes del muelle y sobre ella, se encontraban dos oficiales, trasladando el cuerpo sin vida en una bolsa color negro.
Él joven cerró sus ojos, presionándolos con fuerza mientas la imagen de la mujer demarrando sangre pasaba por su cabeza. Tragó saliva y entonces, miró a la jovencita rubia a su lado.
Debbie se mantenía abrazada a sus rodillas, y sus pies, se movían sobre los escalones de madera húmedos por el rocío de la noche.
Alex hizo una mueca de disgusto, y con algo de vergüenza —y miedo—, posicionó su mano sobre la de ella, tranquilizándola un poco.
—N, no pue, puedo cree, creer, creerlo... —Tartamudeó mirando al frente.
—Tranquila todo...
—¡¿Cómo diablos pretendes que esté tranquila?! —Exclamó con desesperación, Alex alejó su mano al instante y la colocó en el bolsillo de su jean. —Acabamos de ver un cadáver.
—¿Crees que no lo sé? —Bufó, todo era demasiado; el viaje a la isla, sus vacaciones arruinadas, el cadáver y ahora, el maltrato de Debbie hacia él. —Solo intentaba... Distraerte —Su cabeza se inclinó hacia adelante. —Vi lo mismo que tú, y no tienes derecho de tratarme así —Pronunció al ponerse de pie.
Por un segundo, se detuvo en su lugar sintiendo como la manta blanca se deslizaba por su espalda hasta caer sobre el césped mojado. Acto siguiente, respiró profundo y caminó hacia la entrada.
Mientras avanzaba, escuchó un gruñido detrás de él y luego, una mano en su hombro.
—Tienes razón... —La voz de Debbie ya no sonaba enojada, sino, tranquila e incluso, apenada. —Todo esto es horrible, no solo para mí. Disculpa por ser una idiota.
Alex giró su cuerpo y llevó su vista hacia la joven, sus ojos estaban cristalizados y su mandíbula tensa. Él tragó saliva y dio un paso adelante para abrazarla.
—Alex, Debbie... —La voz de Eduard entró en la escena y ambos niños miraron en su dirección.
—Él es el Sheriff Garrett —Informó señalando a un hombre de poco más de un metro setenta, de piel pálida, dentadura descuidada, ojos cafés y cabello blanco.
Alex no sabía si el estado del hombre era por su edad, o por el estrés del trabajo.
—Hola niños —Saludó el Sheriff. —Quiero hacerles unas preguntas —Añadió dando un paso al frente.
—Él Sheriff necesita saber qué es exactamente lo que vieron en el muelle —Explicó Eduard, arrodillándose frente a ellos para estar a la misma altura y luego, colocando sus manos en sus hombros. —Sé que es díficil, pero es muy importante que le cuenten lo que pasó.
Alex y Debbie asintieron nerviosos.
Él señor Harrinton se puso de pie y se alejó lentamente de las tres personas junto a él. Fue entonces que los niños se miraron a los ojos e inevitablemente, se tomaron de la mano.
—Muy bien... —Comenzó el hombre retirando una libreta y un bolígrafo de su bolsillo trasero. —Les prometo que esto será rápido... —Agregó mientras los niños, sin pedir permiso, volvían a sentarse en los escalones húmedos, el Sheriff levantó la mirada de la libreta, viendo a los niños sentados, y empezó a escribir. —La joven que vieron dijo alguna palabra.
—No... —Debbie fue la primera en responder, Alex, sorprendido, giró su cabeza para verla. Ella no había estado cuando dijo sus últimas palabras.
—Chico...
—¿Qué, qué? —Alex miró hacia adelante, nervioso.
Los nervios lo estaban consumiendo, cada vez que miraba al oficial, las últimas palabras de la chica se reproducían en su mente: "No confies en nadie".
Tenía tantas cosas en la cabeza, que en verdad temía que la advertencia del ahora cadáver, fuera verdadera.
—¿Tienes algo que decir? —Arqueó una ceja, escribiendo en la libreta y trayendo al chico de nuevo a la realidad.
—Eh... No —Pronunció sin poder controlar sus nervios.
—No... ¿Qué?
—Ella no dijo nada —Aclaró un poco más tranquilo, él había reemplazado su cara asustada por una completamente seria.
No sabía si aquella frase era un delirio por la cantidad de sangre que la joven había perdido, pero prefería quedarse callado y no confiar en nadie.
—Muy bien... —El Sheriff continuó anotando, y en cuanto terminó, volvió a hablar: — ¿Ella les enseñó o dio algo? —El corazón de Alex se detuvo en ese instante, quería ponerse de pie y salir corriendo, pero sabía que hacer eso sería la peor desición de su vida.
Entonces, arqueó una ceja mientras la chica a su lado también lo hacía.
—¿Disculpe? —Preguntó la rubia.
—¿Llevaba algo consigo? —El hombre se aclaró la garganta. —Una cadena, algo que nos ayude a identificarla.
—No —Se apuró a contestar el moreno.
—Con todo respeto Sheriff —El tono con el que Debbie estaba hablando la hacía parecer una mujer de al menos veinte años, no parecía ser ella y menos aún, estar asustada. —Pero lo que Alex y yo vimos hoy puede ser lo peor que veamos en nuestra vida, y no creo que lo que podamos decirle lo ayude en la investigación —La rubia hizo una pausa, tragando saliva. —Vimos un cadáver, y nada más.
Los ojos de Alex y de el Sheriff se abrieron por completo. Debbie, por su parte, mantenía una expresión seria en su rostro. El oficial escribió algo más en su libreta, y sin decir una palabra, volteó y se alejó de ambos niños.
Editado: 06.10.2018