Réquiem a una eternidad

Único capítulo

Entonces se suicidó?»

Viktor mira atentamente las ventanas del segundo piso. En algunas de ellas, todavía pueden observarse vestigios de cortinas viejas que han sido carcomidas por la inclemencia del sol, de la lluvia y seguramente muchísimas alimañas que se han intentado alimentar de ellas. Algunos cristales están rotos, pero pronto se da cuenta cuál puede ser la razón de eso: uno de los amigos de su hermano ha tomado una roca y la ha lanzado contra la casa. No ha dado en el blanco, pues golpeó contra la pared en lugar de los pedazos todavía intactos del cristal de una ventana. No obstante, Viktor sabe demasiado bien que no es él único que lo ha intentado, y que muchos más antes de él sí han tenido buena puntería.

«¡No hagas eso, imbécil», reclama otro de los amigos.

«¿Qué? ¿Le tienes miedo al fantasma?», se burla el primero, a la vez que intenta mover su cuerpo como si se tratara de un espectro.

«Obviamente no hay ningún fantasma, pero igual será divertido investigar, ¿no, Viktor?», su hermano Narkov le ha hablado. Viktor asiente apenas, solo mirándolo de reojo.

De estar ambos solos, se hubiera atrevido a expresar su miedo, su nulo deseo de entrar a ese lugar. No obstante, que también estén ahí los amigos de su hermano le incomoda. Tiene ya suficiente con que se burlen por la palidez de su piel, y su cabello y cejas platinas, casi blancas, como para que a eso se le sume el «mariquita».

Narkov sonríe satisfecho por la respuesta de Viktor, así que no pierde tiempo para incentivar al grupo a entrar de una vez. La puerta está casi vencida, por lo que es sencillo hacerla a un lado, aunque teniendo la precaución de que no caiga completamente al suelo.

El interior es un desastre, pero un desastre esperable después de los casi quince años que lleva abandonada: algunos azulejos del suelo han cedido por el desgaste del tiempo, mientras que las paredes se notan despintadas y troceadas por la suciedad.

Los primeros pasos crean un denso crujir bajo sus pies. Viktor se pega al brazo de Narkov, pero este pronto lo sacude como una silente advertencia de que no se comporte como una niñita miedosa. Eso provoca que el menor de los hermanos deba tragar su miedo y continuar adelante. Una vez más tiene sobre sus labios ese imperioso deseo de rogar para que se vayan de ahí, pero la timidez extrema que ha forjado su carácter tras años de intimidación y burla provoca que cada palabra termine por atorarse en su garganta.

Aún hay una tenue luz proveniente de las farolas de la calle, pero tanto Narkov como los otros dos chicos extraen sus celulares y encienden las lámparas para iluminar mejor el camino que pisan. El lugar en el que se encuentran es un gran recibidor con detalles de mármol, mismo que se extiende hasta una sala con sillones sucios, roídos y polvosos a la derecha, y una puerta a la izquierda que conduce al comedor y la cocina.

Si pasan de largo por aquella puerta, hasta casi llegar a la pared que parece ser el fin de la casa, encontrarán las escaleras que llevan al segundo piso. No obstante, Viktor se detiene y gira su mirada hacia uno de los costados, pues puede observarse, aún en la oscuridad, como una amplia puerta de cristal, ya caída y rota justamente del medio, da paso a un amplio jardín cuya maleza parece haberlo dominado todo por completo.

La imagen le incomoda muchísimo, en especial si intenta imaginar lo que podría encontrarse tras esa hierba que casi iguala su altura; sin embargo, no puede retirar sus ojos de ese punto, como si estos fueran conscientes que ahí, en ese sitio donde se posan, entre la maleza espesa y demás hierba, hay algo que debería poder ver.

«¡Viktor, no te quedes atrás!», el grito de su hermano logra erizarse la piel, extraerle un pequeño grito ahogado que, sin embargo, sí llega a oídos de todos. Tanto Narkov como los otros rompen en carcajadas por esto, lo que le provoca al menor de quince años un intenso sonrojo que domina cada parte de su rostro, especialmente por su extrema palidez.

«¡Miralo! Ahora parece un tomate». Y las risas se alzan mucho más fuertes mientras todos se apresuran al siguiente piso, seguidos de cerca de un Viktor que aprieta los labios y contiene las lágrimas con todas sus fuerzas.

El segundo piso se conforma por un largo pasillo que lleva a diversas puertas. Comienzan a abrirlas una por una, y descubren un baño completo de detalles elegantes, dorados, pero evidentemente oxidado y raído por la suciedad. También dos habitaciones, un estudio y lo que parecía ser un área social algo similar a otra sala. Como en el piso de abajo, los muebles de antaño se han quedado en el sitio, pero es notable su desgaste y destrucción por el tiempo.

Los chicos avanzan, entran a la que parece ser la habitación de la pareja que antes vivía ahí con la esperanza de poder encontrar algún tesoro olvidado. No obstante, Viktor se ha quedado abstraído en la segunda habitación, una con detalles azules y pósteres de pianos, partituras y personas que no logra reconocer, además de una cama individual y juguetes, trofeos, medallas que, si se acercara a leer, notaría que todas están relacionadas con premios de concursos de música.

Se atreve a entrar a ella a pesar de que siente su corazón latir como un loco, pero hay algo en el interior que lo atrae como un magneto. Incluso, aunque le aterra la idea de entrar a un cuarto donde ya no tendrá el resguardo de la luz de los celulares de los otros, sus pasos no se detienen.

Mira a su alrededor, intentando entender qué es aquello que lo atrae por completo... Y entonces siente esa sensación envolverlo cuando gira su cabeza y, a lado de la puerta de entrada, encuentra un armario que, sorprendemente, permanece en un excelente estado a diferencia de todo lo demás.

La curiosidad le pica en las manos y, sin que la oscuridad dentro sea tan densa como lo creyó en un principio, se anima a acortar la distancia y mirar lo que hay en el interior del armario. Por un segundo, el miedo parece haber caído a sus pies sin incomodarlo, sin eliminar esa sensación atrayente que lo lleva a tomar los tiradores del armario. No obstante, antes de poder abrir, las puertas se agitan desde adentro con una gran fuerza, como si algo en el interior se esforzara en tratar de romperlas para salir.




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