Réquiem: Melodía para un amor inconcluso

I.- Memorias de un vagabundo

 

Creo que todo partió con un sueño que tuve, donde me veía tocando en un gran escenario frente a miles de personas, una gran orquesta me acompañaba, y las luces brillaban a mi alrededor. Recuerdo estar muy concentrado interpretando una compleja melodía, extasiado por una nueva y extraña habilidad que se había apoderado de mis manos.

Decenas de hermosas mariposas revoloteaban junto a mí, como si bailaran al compás del sonido del cello. De vez en cuando, incluso algunas se posaban sobre el arco sin ninguna timidez, para a los pocos segundos, agitar sus alas y volar. Podía sentir la emoción del público al escuchar mi interpretación, y es que la música vibraba en mi interior de una manera que hasta hoy no puedo describir. Me sentía realmente inspirado, una mágica sensación lo inundaba todo, y yo sólo me dejaba fluir en ella.

Cuando desperté de esta bella experiencia onírica, me levanté con rapidez y corrí a buscar mi instrumento. Estaba desesperado por tocar y emular el sentimiento que hace tan sólo minutos me había hechizado.

Pero por más que lo intenté, no pude.

Con el transcurrir de las semanas, probé diferentes métodos: A veces tocando solo, otras ocasiones con la orquesta, con diferentes músicos, y también, en diversos escenarios. Como era costumbre, recibía entusiastas aplausos, y las críticas me favorecían elogiando el virtuosismo de mi técnica. Sin embargo, eso no era suficiente para mí, ya que aún no lograba recrear esa atmósfera de mi sueño.

Entonces, poco a poco lo que comenzó como una simple inquietud, se transformó en una verdadera obsesión.  

Sabía que a mi espectáculo le faltaba algo, pero no estaba seguro de qué. Lo conversé con varios músicos de reconocida trayectoria, intentando obtener algún consejo que pudiera serme de ayuda, pero la mayoría de sus opiniones no fueron lo que esperaba. Incluso uno de ellos me llamó «loco obsesivo» y me aconsejó visitar un psiquiatra. En ese momento comprendí que la respuesta no la encontraría en nadie más que en mí mismo.  

Así fue como comencé una verdadera odisea, con el único fin de calmar mi espíritu. Vi muchas presentaciones de diversos momentos de mi carrera, y también analicé los conciertos de grandes maestros a quienes admiraba desde pequeño, tratando de encontrar alguna pista que pudiera orientarme en la búsqueda, alguna señal a la cual aferrarme para seguir.

Pero no fue sino después de un largo periodo, que finalmente lo descubrí.

El cello, a diferencia de otros instrumentos, no permite el movimiento, el desplazamiento sobre el escenario, porque para tocarlo correctamente necesitas estabilidad. Así que es la música la que se mueve, la que llena todo el espacio y fluye a través de los rincones. Cual epifanía, cerré los ojos por un momento y empecé a imaginar una seda flotando a mi alrededor, una sombra etérea que pudiera acompañar mis melodías, y es ahí cuando entras tú, mi querida Ema…

Aún recuerdo ese día de abril, el día que te vi por primera vez, en ese entonces eras una de las mejores bailarinas del ballet nacional. Muchos ansiaban tu lugar, pero lo cuidabas celosamente. Nadie podría reprocharte lo contrario, te esforzabas mucho, a veces demasiado.

Amaba la pasión que transmitías al bailar, por eso siempre pensé que las piezas dramáticas eran las que encajaban mejor con tu estilo.  A menudo me sentaba en las butacas laterales de aquel hermoso teatro para verte, tu forma de bailar no era común. Normalmente cuando piensas en una bailarina, te imaginas una frágil ave revoloteando a través de las flores, pero cuando te veía, sólo podía pensar en una tempestad, en una tormenta en medio del océano. Es que la pasión de tus movimientos se transmitía con tal intensidad, que llegaba incluso a tocar mis manos.  Sin darme cuenta, te empezaste a transformar en la musa de mis propias creaciones, en esa hermosa seda que flotaba apasionadamente a mi alrededor.

Y de alguna forma lo supe, te quería en mi espectáculo a como dé lugar.

Siguiendo la costumbre y formalidad, le pedí a mi representante que te contactara para ofrecerte el trabajo: Acompañarme en una gira de conciertos de tres meses por Europa y Asia que comenzaría después de las fiestas de fin de año. Como sabía que eso significaba alejarte de tu puesto como primera bailarina y declinar varias oportunidades, debía ofrecerte un salario que fuese imposible de rehusar y que compensara el hecho de alterar tu rutina, además, de la posibilidad de internacionalizar tu carrera fuera del continente.

Definitivamente, nadie en su sano juicio perdería esta oportunidad.

Sin embargo, pasaban las semanas y aún no respondías… Dios, ¡Cómo te hacías de rogar!

Pensé que quizá debía contactarte yo mismo, pero me preocupaba parecer demasiado ansioso. La experiencia me ha enseñado que nunca debes mostrar todo tu interés, por lo que concluí que lo mejor sería esperar, no quería ocupar ese último recurso sin agotar otras estrategias.

Fue una buena decisión, ya que como si el universo me hubiese escuchado, pasó menos de una semana cuando recibí inesperadamente la solicitud para tocar como músico invitado en la gala de invierno del teatro; sí, la misma donde tú participarías. No lo niego, me sentí feliz, por fin la vida nos reuniría, sería la ocasión perfecta para conocernos y lo principal, convencerte de mi propuesta.




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