Réquiem: Melodía para un amor inconcluso

IV.- Un Amor Inconcluso

Ahora lo comprendo.

Sé que no es un sueño, aunque mi corazón así lo desea.

No entiendo qué ha pasado para que yo esté aquí, sólo espero que tú estés bien Ema.

Es increíble pensar que habiendo intentado tantas veces acabar con mi vida, siempre fallaba. Quizá en mi interior nunca desee morir, tal vez esta sea una de aquellas veces, pero aún no sé por qué.

¿Por qué estoy aquí?

Viví por años escondiendo el deseo de desaparecer, porque simplemente hay veces que vivir se transforma en una carga demasiado pesada, a veces la vida puede ser tu propio infierno, una larga agonía de la cual el único consuelo que te queda es saber que un día se acabará. No niego que en más de una ocasión intenté apresurar ese momento haciendo actividades extremadamente riesgosas e irresponsables, esperando tener la suerte de que en una de ellas algo saliera mal, pero para mí desgracia nunca sucedió.

Mi dolor era demasiado grande, tan intenso, que pensé que me volvería loco. Nadie que no haya pasado por ese sufrimiento podría entenderlo, no importaba lo que hiciera, era una herida que siempre estaba abierta… pero cuando ella apareció, sin darme cuenta, algo comenzó a cambiar.

De pronto, los días ya no parecían tan grises, no tenía que fingir felicidad frente al mundo, porque ella devolvió la alegría a mi vida, esa alegría que había perdido el día que te fuiste.

—Sé que estás aquí, lo sé… Estoy seguro. Ya no te escondas por favor, necesito verte Sofi.

Una delicada silueta pareció flotar lentamente entre la luz hasta quedar frente a Max. Pudo sentir como su corazón se apretaba al verla. La miró en silencio hasta convencerse a sí mismo de que estaba ahí y entonces el brillo de sus ojos cambió.

—Pensé que nunca vendrías ¿Por qué tardaste tanto? —reprochó dolido.

—No quería venir —dijo una dulce chica de cabello largo y oscuro.

—…

—No me malinterpretes, es sólo que no quería ser yo quien te dijera la verdad.

—¿La verdad? No comprendo a qué te refieres.

—Max, revisa el bolsillo de tu pantalón.

El musico la miró confundido, rápidamente introdujo su mano y sacó una partitura doblada en varias partes. La abrió con cuidado y leyó detenidamente las notas.

—¿La reconoces?

—Sí, es un fragmento del Réquiem.

 

—Entonces sabes lo que eso significa, yo seré quien te guíe en el viaje.

—¿De qué viaje hablas?

—Max ¿Es que no lo entiendes?

—¡No! ¡Yo aún no he muerto! No me obligarás a cruzar esa línea. Si aún sientes algo por mí, no lo harás.

—¡Acaso piensas que para mí es fácil! No te imaginas lo que me significa verte sufrir por ella. Prometiste que nunca me olvidarías, pero tu promesa fue tan frágil y débil como el amor que me juraste. Sin embargo, yo jamás he dejado de quererte, no ha pasado un instante en que no recuerde tu rostro, y a pesar de que tus sentimientos han cambiado, mi alma aún te ama.

—Por favor no me digas eso, yo tampoco he dejado de pensar en ti. Cuando te fuiste quise irme contigo, enloquecí completamente, no podía vivir sin ti, y aunque no lo creas jamás te he sacado de mi corazón, mi querida Sofi, es sólo que...

—La amas.

—¡Tú estabas muerta! Entiéndeme, pasaron varios años, me sentía solo, pero ella hizo que reviviera, ella me devolvió la vida.

—Max, ahora podemos continuar nuestra historia. Este es un lugar maravilloso, seremos inmensamente felices. Te prometo que la olvidarás —señaló extendiendo su brazo frente a él—.  Sólo toma mi mano y caminemos juntos.

—Eso fue lo que dijiste la última vez.

—¿Qué?

—Esas palabras «Toma mi mano y caminemos juntos» De verdad creí que nunca nos separaríamos. Era lo que sentía y lo que más deseaba en este mundo, estar a tu lado Sofi. Si no te hubieras ido mis sentimientos no habrían cambiado.

—Max, yo también recuerdo ese día. Recuerdo tu fragancia, tu cabello, tu sonrisa y el brillo de tus ojos. Aún recuerdo el último beso que nos dimos...

 

***

Era un día hermoso, el sol brillaba con intensidad en el cielo y se podía escuchar el canto de las aves revoloteando alrededor de los cerezos totalmente florecidos, una suave brisa acariciaba nuestros rostros. Mi corazón latía ansioso. Llevabas una camisa blanca y los pantalones azules que te regalé para unas fiestas. Cuando te vi, no pude evitar sentirme nerviosa.

—¡Qué bien te ves Max! —dije tímidamente un poco cohibida por lo atractivo que lucías.

—Gracias, tú también. Aunque para mí siempre estás hermosa.

—¡Lo digo en serio!

—Yo también hablo en serio.

Ambos reímos, supongo que tú también estabas nervioso. Era extraño, después de que dejaste el grupo todo cambió, ya no nos veíamos con la misma frecuencia. Tú empezaste una carrera como solista, y yo con los chicos tratábamos de buscar un nuevo cellista para nuestro cuarteto.




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