Réquiem: Melodía para un amor inconcluso

V.- La Ilusión de un Sí

 

La casa en la playa era realmente fabulosa, de diseño moderno y vanguardista, destacaba fácilmente del resto de viviendas cercanas que poseían una arquitectura más bien tradicional. Ubicada en una zona apartada y situada en lo alto de un roquerío bordeando el mar, otorgaba una vista impresionante y privilegiada para quienes amaban los atardeceres.

En el salón principal, destacaba un alargado sillón negro en forma de L y una amplia mesa de vidrio y metal de aspecto futurista, decorada con curiosas conchas y caracolas traídas de diversos lugares del mundo. En una de las esquinas se encontraba el cello del músico. A menudo, Max solía tocarlo en las noches mientras veía el mar, la atmósfera y quietud de la oscuridad lo inspiraban.

Si quería impresionar a Ema, sin duda no había un lugar mejor. Porque estaba decidido, ya no podía ser sólo su amigo, necesitaba y anhelaba una cercanía mayor.

Habían pasado casi dos años desde el día en que la conoció en ese teatro y se obsesionó con su talento y particular forma de bailar, periodo en el que pudieron compartir sus vidas y su tiempo libre, y en los que se había forjado no sólo una relación laboral, sino también de amistad; la cual, sin proponérselo, ayudó a sanar su corazón lastimado.

Esta vez se declararía, la miraría directamente a los ojos y le confesaría que se había enamorado de ella.

A pesar de lo inquietante que resultaba pensar en ese momento, se sentía medianamente seguro, y es que tenía un punto a favor, sabía que él no era del todo indiferente para Ema, pero se preguntaba si ese interés sería suficiente como para que ella lo aceptara, ya que a pesar de que eran cercanos, la bailarina a veces resultaba ser bastante impredecible, no quería que su propuesta fuese a dañar su valiosa amistad.

Simplemente no había cabida para el error, sabía que debía ser perfecto, pero por suerte era un profesional. Todo estaba planeado con sumo cuidado sopesando hasta el más mínimo detalle. Había invitado a Ema a pasar un fin de semana en aquel paradisíaco lugar, con la excusa de que le haría bien relajarse y salir de la rutina antes de una importante presentación que tendría durante la semana.

Cada día fue pensado estratégicamente por el músico, ya que su invitada no era una persona común, era un artista y como tal era sensible a la belleza, quería que se sintiera absolutamente impresionada por el lugar y por él…

Encargó dos docenas de tulipanes rojos que llegarían en la mañana temprano, sabía que eran sus flores favoritas y las usaría para darle la bienvenida.  También preparó una habitación especialmente para ella, así se sentiría cómoda y no querría irse.

Estaba feliz, pero también muy ansioso, este sentimiento que se desbordaba en su interior no le era del todo desconocido, años atrás lo había experimentado, pero volver a sentirlo era extraño. No podía evitar sentirse culpable por su felicidad, después de todo, su corazón y cabeza aún no olvidaban a su antiguo amor.

Ema era tan distinta a Sofi, que a menudo se preguntaba cómo fue que se enamoró de ella. Desde su trágica separación, siempre pensó que estaba condenado a la soledad, a pasar el resto de su vida ignorando esa parte de su ser, esa parte que tanto anhelaba: amar y ser amado.

Todas sus esperanzas estaban puestas en ese sí, en ese sí que saldría de los labios de Ema, por eso no quería pensar en una negativa. El destino le debía benevolencia, le debía una oportunidad.

Eran alrededor de las once de la noche y la ansiedad por su llegada le impedía dormir. Se sentía más despierto que nunca y con una energía inusual que le permitiría realizar hasta tres conciertos seguidos sin problemas, así que decidió tocar un poco antes de acostarse. Se sentó frente al cello y comenzó a practicar aquella melodía que tanto le gustaba e intrigaba en su juventud y, que ahora, había decidido adaptar con algunos arreglos para su próximo concierto.

Inesperadamente se detuvo «¿Y si me rechaza?» —se preguntó nervioso. Aquel pensamiento se apoderó de él y lo angustió. A pesar de que sabía que Ema no tenía compromisos, conocía el carácter caprichoso de la hasta ahora su amiga, sabía que ella escondía un secreto y eso lo preocupaba, porque él más que nadie reconocía ese tipo de dolor, el dolor de la separación.

Decidió que lo mejor sería intentar dormir, así no pensaría, le dejaría todo al destino…

La mañana siguiente, a diferencia de lo que habían anunciado en las noticias, resultó ser muy fría, el cielo estaba nublado y posiblemente habría lluvias «¡Qué lástima!» —pensó. Sabía que a Ema no le gustaban los climas fríos y había planeado una salida a la playa, no le quedaría más remedio que improvisar. Lo que sí tenía muy claro, es que no jugarían billar, no quería que ella recordara aquel penoso incidente de la apuesta, ya que podría enfadarse nuevamente. Aunque debía reconocer, que no le desagradaría para nada rememorar el episodio de las sábanas de seda y él masajeando la delicada espalda de la bailarina, quizá con un poco de suerte podría repetir tan encantadora situación, aquel pensamiento lo hizo sonreír.

La noche anterior estudió cuidadosamente su atuendo para este día, quería verse relajado, pero a la vez sexy y atractivo. También se había puesto el perfume que a ella le gustaba, sabía que todos los detalles sumaban así que, cuando escuchó el timbre, se dirigió ansioso a la puerta, no sin antes acomodar su cabello rápidamente frente a un pequeño espejo, ubicado estratégicamente cerca de la entrada.




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