Réquiem: Melodía para un amor inconcluso

VI.- Nocturno en un Mar Furioso

 

Efectivamente, el mar se veía imponente, las olas reventaban con fuerza golpeando las rocas y más la lluvia, resultaba un paisaje seductoramente peligroso. Max se sentó en la silla y acomodó el cello entre sus piernas mientras Ema se acercaba al ventanal aún sorprendida por aquella vista.

—¿Recuerdas esa vez que tocaste flauta? Creo que de todos los conciertos ese fue mi favorito —acotó burlesca.

—Por favor no seas cruel, no me recuerdes esa interpretación —respondió avergonzado al tiempo que colocaba resina al arco—.  Por suerte esta vez estoy en mi instrumento y puedo complacerte con la canción que desees ¿Qué te gustaría escuchar?

—No lo sé, lo que decidas está bien. Sé que será hermoso.

Sin saber por qué, sus manos comenzaron a tocar aquella melodía que solía interpretar junto a Sofi a mitad de los conciertos, a medida que avanzaba no pudo evitar pensar en ella y en esa promesa de una vida juntos. Un extraño sentimiento de culpabilidad se apoderó de él, se sentía traicionándola pese a los años que habían transcurrido desde su partida. De pronto, miró a Ema que estaba de pie en un extremo contemplando aquella noche de tormenta, y la imaginó con unas pequeñas alas negras, como esa vez en la fiesta de disfraces de Halloween.

Inesperadamente dejó de tocar, ella lo miró extrañada.

—Hay algo que nunca te he dicho —confesó.

—¿Qué cosa? —preguntó confundida.

—Cuando estuvimos en aquella fiesta de disfraces ¿la recuerdas? No pude evitar verte cuando estabas en el balcón.

—Pero Max ya lo sé, recuerda que incluso conversamos y además te arrojaste hasta donde yo estaba, es más me enojé contigo porque fue muy peligroso. Casi fui testigo de un suicidio —dijo riendo.

—Lo sé Ema, pero no me refiero a eso… Te vi llorar.

La expresión sonriente de la bailarina cambió drásticamente. Ahora su rostro lucía muy serio.

—No quiero hablar de eso. Mejor continúa la canción —agregó cortante.

—¿Por qué lo evades?

—Porque no lo entenderías Max. Tú no sabes lo que es perder a alguien que amas.

—Tienes razón, tal vez no lo sé —respondió mientras pensaba en Sofi. No quiso presionar a Ema, ya que notó que era una herida aún abierta, decidió no insistir. Él más que nadie sabía que hay cosas que es mejor no decir, cosas que solamente podemos guardar en nuestros corazones y respetó el silencio de su acompañante, ya que él también guardaba su propio secreto.

Se levantó de la silla y se dirigió a una de las salas contiguas, volviendo con mantas, una botella de vino y dos copas. Se acomodó frente al ventanal junto a Ema.

—¿Qué celebramos? —preguntó la bailarina.

—Mmm... Que tú estés aquí y tal vez algo más.

—¿Algo más? ¡Que misterioso estás!

—Pronto lo sabrás.

Descorchó la botella y comenzó a verterla sobre las copas.

—Ya me imagino estar afuera, estaría totalmente congelada. No soporto el frío.

—Lo sé.

—¿Alguna vez has intentado tirarte desde esa roca que está más baja? parece un pequeño puerto, podrías tener tu playa privada si quisieras, claro que tendrías que saber nadar muy bien, ya que fácilmente deben ser al menos unos diez metros de profundidad, o quizá más.

—El verano pasado Carlos y Julián se lanzaron, yo preferí colocar una toalla y tomar sol. El antiguo dueño me dijo que ellos siempre nadaban ahí. Pero hay que tener cuidado al bajar, como en la noche la marea sube humedece las rocas y se producen sectores muy jabonosos.

—¿Y tú Max, nunca te has lanzado a nadar? en verano debe ser exquisito.

—La verdad es que no, te parecerá ridículo lo que diré, pero me da un poco de miedo.

—¿Qué? ¿Acaso el intrépido Max le teme a algo?

—No te burles Ema, es sólo que el mar me trae recuerdos. Cuando niño me ahogué y estuve a punto de morir.

—Wow, realmente es verdad cuando dices que has estado cerca de la muerte varias veces. Entonces es un trauma de infancia, yo te ayudaré a que lo superes. Un día caluroso nos tiraremos desde esa roca, no creo que sea algo peligroso. Además, no deben haber más de cincuenta centímetros de diferencia con el nivel del mar. Tú sabes que soy precavida ¡Prometo cuidarte! —exclamó riendo.

—¿Acaso escucho un tono de burla?

—No te enojes —sonrió—. Además, si acepté tu invitación no era para que peleáramos. En realidad, hace tiempo que quería hablar contigo.

—¡Qué curioso! Yo también Ema.

—¿En serio? —preguntó sorprendida—. Entonces cuéntame.

—A decir verdad, lo que voy a decir es importante y puede que cambie algunas cosas. Por eso es mejor que tu hables primero.

—No quiero, hazlo tú.

—No entiendo por qué dices eso, es como si no me tuvieras confianza Ema. Prometo que después te contaré lo mío.

—Porque te conozco, vas a reír y comenzarás a burlarte. Me harás sentir avergonzada, entonces...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.