Réquiem: Melodía para un amor inconcluso

Epílogo

Habían transcurrido dos meses desde del accidente, la herida de Ema había sanado y el episodio en el mar era sólo un recuerdo en esta nueva etapa de sus vidas. Hoy era un hermoso día de primavera y una suave brisa agitaba los árboles…

 

—¡Qué lindo es este lugar Max! Me encanta como se ven los cerezos florecidos, no conocía este parque ¿Vienes hace tiempo?

—Sí, una persona muy importante para mí me lo enseñó, solíamos venir al menos una vez todos los meses, claro que eso fue hace muchos años. Sabes, estar nuevamente aquí me llena de recuerdos...

—Por tu rostro imagino que son bellos recuerdos.

—¡Los mejores sin duda! —afirmó abrazándola con cierta melancolía.

De pronto, una mariposa se posó suavemente en el hombro de Max.

—Oh, qué hermosa ¡Quédate quieto! te tomaré una fotografía —dijo Ema sacando su celular—. Una vez leí que si una mariposa se posa sobre ti es de buena suerte.

—¿En serio?

—Creo que este lugar podría convertirse en nuestro sitio especial, donde vengamos solamente los dos ¿Qué te parece Max?

—Te amo, pero no puedo aceptar algo así, porque este lugar no nos pertenece. Este lugar es mi pasado, son mis recuerdos. Prefiero dejárselo a las mariposas —dijo girando su rostro contemplando al bello ejemplar azul que descansaba sobre él—.  Ellas merecen tener un lugar hermoso donde vivir… Su vida es tan breve comparada con la nuestra Ema, sin embargo, alcanzan en ese corto periodo a mostrarnos toda su belleza y sabiduría.

Sabes, cuando rompen su capullo y obtienen la ansiada libertad, también significa que pronto llegará el ocaso de su vida. Pero aun así, se muestran ante nosotros para enseñarnos que no importa la longitud de tu existencia, sino lo que hagas con ella. En tan sólo un día son capaces de entender el misterio de la vida, lo que a nosotros nos cuesta decenas de años e incluso algunos mueren sin siquiera comprenderlo... Ellas no cuestionan su destino, simplemente lo viven, tal vez por eso su belleza no se opaca…

—Wow, eso es muy lindo Max, deberías ser poeta o ecologista.

El músico rio.

—A propósito —agregó Ema—. ¿Qué pasó con esa persona? la que te mostró este lugar.

—Ella… ella murió hace un par de años.

—Deberías llevarle algunas flores y ponerlas en su tumba, de seguro estaría feliz.

—No es necesario, lo que hay en ese ataúd es sólo un envase, como la cáscara de un huevo. Su alma ya no está aquí, ahora está en un lugar mejor y estoy seguro que desde allí contempla el florecer de los cerezos y la quietud de este lugar.

—Y también a las mariposas —añadió la bailarina.

—¡Es verdad! también a las mariposas. No te imaginas cuánto le gustaban —sonrió.

—Debe haber sido una buena persona para que la hayas querido tanto, ojalá donde esté sea feliz.

—Más que nadie merece toda la felicidad —respondió con nostalgia—. Ema, ¿Sabes lo que es un animal espiritual?

—Obvio que sí —afirmó, ante la sorpresa del músico—. Mi animal es el tigre.

—Ah eso explica muchas cosas —dijo riendo.

—¿Por qué te ríes?

—Por nada, por nada.

—¿Y cuál es el tuyo? —preguntó curiosa.

—Una vez me dijeron que los animales espirituales llegan a tu vida cuando los necesitas. Siempre pensé que yo no tenía uno, pero curiosamente hace poco descubrí que sí.

—¿Y cuál es?

—Es un secreto.

—¡Max dímelo! —exclamó impaciente—. No me puedes dejar con la curiosidad.

El celular de Ema comenzó a sonar.

—¡Es Guillermo! creo que debemos irnos! —indicó mirando la hora—. La fiesta ya debe haber empezado.

—Por suerte esta vez no fue de disfraces...

Las fiestas que organizaba el presidente del círculo de artistas eran fabulosas, se podría decir que eran todo un evento de la farándula, por lo que acostumbraban a asistir los personajes más relevantes de la escena musical y artística. Era común crear alianzas y buenos contratos en estas fiestas, por lo que acudir se consideraba parte fundamental del trabajo.

Los amigos de Ema conversaban animadamente en una de aquellas mesas, cuando apareció en compañía de Max.

—Tardaste demasiado, ya estamos en la tercera ronda —confesó Guillermo con el rostro sonrojado.

—No le hagas caso Ema, aún hay sobrios en esta mesa —señaló Felipe sonriendo—. Siéntense ¿Cómo te ha ido Max?

—Gracias, muy bien —respondió estrechando su mano—. Estoy preparando una nueva gira, ya sabes, mucho trabajo, pero confió en que todo saldrá bien.

—Me disculpan un momento —interrumpió Ema—. Quiero ir a saludar a alguien —dijo dirigiéndose hacia un hombre que estaba en la barra.

—¿Así que están saliendo formalmente? —preguntó Felipe moviendo su silla cerca de Max.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.