Réquiem Por Los Caídos

CAPÍTULO 2

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SIYUT

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La clase de Matemáticas avanzaba con la misma lentitud con la que la profesora escribía en la pizarra. Sienna copiaba todo con cuidado, el lápiz deslizándose rápido sobre el cuaderno, mientras yo apenas lograba concentrarme.

la profesora hablaba de matrices y problemas, pero sus palabras me llegaban como un murmullo lejano. Yo solo pensaba en lo mal que había dormido las últimas noches. Los pensamientos, el miedo, el frio, las vueltas y vueltas en la cama. Ahora lo sentía todo de golpe, en los párpados pesados y en la mente nublada.

Sienna me dio un leve codazo, recordándome que anotara lo que estaba en la pizarra. Yo levanté el bolígrafo, pero me quedé mirando la hoja en blanco unos segundos, preguntándome cómo iba a sobrevivir el resto del día.

El timbre sonó, y con un suspiro colectivo, recogimos las cosas para salir. Sienna fue la primera en levantarse, cerrando con cuidado su cuaderno. Salimos juntas del aula y caminamos por los pasillos saturados de estudiantes apurados. El ruido, las voces y las risas me envolvían, pero algo empezó a distorsionarse. La luz que entraba por los ventanales parecía parpadear, como un filtro roto que no terminaba de estabilizarse.

Empecé a ver sombras moviéndose fuera de lugar, figuras borrosas en el borde de mi visión que desaparecían cuando intentaba mirarlas de frente. El ruido se volvió un zumbido, distante, como si estuviera bajo el agua. Mi respiración se aceleró, y un sudor frío cubrió mi frente.

Intenté concentrarme en Sienna, pero su rostro se volvió vago, casi irreal. La línea entre la realidad y lo que mis ojos querían mostrarme se desdibujaba.

Una luz blanca explotó y de pronto ya no estaba en el colegio, sino en una calle que no conocía. La calle pareció doblarse, como un papel arrugado. Intenté dar un paso atrás, pero mis piernas se sintieron pesadas, atrapadas en una marea invisible.

El zumbido se hizo más intenso, y una voz, apenas un susurro, decía algo. No era el ruido de la calle ni de nadie a mi alrededor. Era una voz que parecía venir de dentro.

"Liora"

La palabra resonó con un peso que hizo que mi pecho se hundiera.

—¿Rue? —La voz de Lucien me trajo de vuelta—. ¿Estás bien?

No supe en que momento llegó, pero ahí estaba, mirándome con un tono notable de preocupación. Por dentro agradecí que apareciera y me sacara de aquel transe. Aun así no pude responder, todo me daba vueltas. El suelo se sentía inestable, y el aire, denso.

Con esfuerzo, di un paso, luego otro. Sin decir nada, me separé de ellos. No podía hablar de las pesadillas, los ataques o las alucinaciones. Lo menos que quería es que Lucien me mirara como desde hace años ya me miraban los profesores.

—No comí bien, creo que me mareé. Voy a casa —susurré, casi sin voz.

No esperé a que me respondieran y aceleré el paso. Cada vez que miraba hacia atrás, veía destellos que no podían ser reales. Mi corazón latía tan fuerte que parecía querer salirse del pecho. Tenía que llegar a un lugar seguro, a un espacio donde esas imágenes no pudieran seguirme.

Llegué a casa con el corazón todavía desbocado y las manos temblando. No había nadie. El silencio era absoluto. Cerré la puerta con un golpe que sonó más fuerte de lo que esperaba y corrí escaleras arriba, directo a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí con llave.

Me dejé caer contra la pared, intentando respirar con calma, pero una voz persistente resonaba en mi cabeza, una que no quería escuchar pero que no podía apagar. Era un susurro tenue, apenas audible, y sin embargo inconfundible. Algo me llamaba. Algo que me hacía dudar de mi propia cordura. No sabía por qué pasaba esto, estaba segura de que me había estado tomando las pastillas y no se me había pasado ninguna. Los ojos me ardían. Me repetía que estaba cansada, que no había dormido bien desde hacía semanas, que era el estrés, pero en el fondo sentía que me estaba volviendo loca.

Estaba encendiendo mi móvil para llamar a la doctora Miller cuando un ruido vino desde abajo, como pasos leves. Me tensé y contuve la respiración. Bajé las escaleras con cuidado, sintiendo que la madera de cada escalón crujía bajo mis pies. Miré la sala vacía. Nada. El silencio volvió a envolver todo.

Volví a subir, intentando convencerme de que todo estaba bien, pero antes de llegar al último escalón, escuché algo en la cocina. El sonido seco de un objeto cayendo. Mi corazón se disparó. Bajé de nuevo, más rápido esta vez, solo para encontrar la cocina exactamente igual que siempre. Ningún indicio de lo que había roto. Esta vez mi cabeza me estaba traicionando de la peor manera.

El timbre sonó, inesperado y fuerte, sacudiendo el aire pesado. Caminé hacia la puerta, con las piernas flojas y el pulso en la garganta.

Abrí y allí estaba Lucien, con esa expresión tranquila que tanto me costaba entender, pero que en ese momento me reconfortó más que cualquier palabra.

—Hey —dijo él, con una sonrisa medio tímida—. Te fuiste rápido del instituto y pensé que tal vez, no sé... ¿Estás bien?

—Sí, solo un poco cansada —mentí, bajando la mirada— he dormido poco, nada más.

Lucien arqueó una ceja, pero no insistió. En cambio, se quedó ahí, con las manos en los bolsillos.

—Si quieres, podemos dar una vuelta —propuso, mirando hacia la calle—. Aire fresco, despejar la mente.

No me parecía buena idea, no estaba en condiciones de ir a ninguna parte, no estaba en condiciones ni siquiera de estar de pie. Pero si lo pensaba bien, era mejor eso que quedarme aquí sola sintiendo que la casa estaba en mi contra . Asentí sin decir más.

Las luces de la calle lanzaban sombras alargadas, y el aire nocturno tenía ese olor a tierra mojada que siempre me gustó, pero que hoy no disfrutaba. los ruidos me parecían más fuertes, la noche más oscura y sentía que los arboles ocultaban cosas. Cerré los ojos y me pasé las manos por la cara.




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