Réquiem Por Los Caídos

CAPÍTULO 12

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MISHPAJÁ

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Volver al instituto después de todo lo que había pasado con Lilith, con el demonio, con Rylan... y con Lucien, se sentía como regresar a un sitio al que ya no pertenecía. Mis pies pisaban el mismo suelo, pero yo ya no era la misma.

Los últimos días los había pasado con Lucien. No todo el tiempo, claro, pero lo suficiente como para sentir que en medio de todo el caos, él era mi única constante. No hablábamos de cosas profundas, no nos prometíamos nada... pero estar con él me calmaba. Me abrazaba sabiendo que lo necesitaba, me miraba como si no tuviera que explicarle nada, como si bastara con estar ahí.

Sienna tardó exactamente diez minutos en arrastrarme fuera al pasillo.

—¿No me habías dicho que volvías el lunes? —me soltó, cruzándose de brazos, con esa mezcla de reproche y alivio que solo ella sabe usar—. No entiendo qué te ha pasado, se supone que nosotros no nos enfermamos. Sam está decepcionado.

—Bueno —respondí, dejándome caer contra la pared—, al menos estoy aquí.

Me miró en silencio, evaluándome como si estuviera calibrando hasta dónde podía presionar. Finalmente, suspiró y bajó un poco el tono.

—Tengo que contarte cosas. —Su voz recuperó la emoción de siempre—. Empezamos a organizar lo de la fiesta de fin de curso, ¿te acuerdas? Mayo va a ser una locura con los exámenes y todo eso, así que había que empezar ya.

La fiesta de fin de curso. Vestidos, decoraciones, luces. Todo eso se sentía a años luz de mi cabeza, como si perteneciera a la vida de otra persona.

—Claro... —murmuré, sin saber si para entonces siquiera podría estar de pie entre tanta gente fingiendo normalidad.

De vuelta en clase, el murmullo general ahogaba cualquier esfuerzo del profesor por captar la atención. Nadie parecía dispuesto a escuchar, y Sienna aprovechó la distracción para ponerse de pie en su asiento, alzando el cuaderno como si fuera un manifiesto.

—Vale, escuchad todos —anunció con voz firme, más propia de una líder revolucionaria que de alguien organizando una fiesta—. El Velour Club está reservado para el viernes 18, justo después de la cena de graduación. Es lo que queríais y lo he conseguido. —Dejó la frase en el aire, disfrutando del efecto—. El único problema es que toca compartir.

Varias cabezas se giraron hacia ella de inmediato. Incluso el profesor levantó la vista, pero al verla tan convencida, solo resopló y siguió con lo suyo.

—¿Compartir con quién? —preguntó alguien desde el fondo.

—Con el Santa Clara, el Newfield y el Crown —respondió Sienna, pasando la hoja del cuaderno para mostrar los logos de cada colegio, dibujados con distintos colores.

Un murmullo general recorrió el aula.

—¿Cuatro colegios? —repitió otra voz, incrédula—. ¿Es en serio?

—Es la idea, ¿no? —dijo ella, con esa sonrisa desafiante que le sale natural—. Que no sea la típica noche aburrida donde bailamos los mismos de siempre y nos vamos a casa con las mismas historias.

—¿Pero con un colegio público? —saltó una chica de las primeras filas, cruzando los brazos—. Eso es arriesgado.

Sienna se encogió de hombros con una seguridad que yo envidié.

—No va a pasar nada. Los del Santa Clara hacen esto cada año y no son animales. Habrá portero, lista cerrada, pulseras de colores para los que paguen barra libre... todo está pensado.

Su seguridad contagiaba, aunque no a todos. Yo, en cambio, la escuchaba con una mezcla rara de admiración y desconexión. Había algo tranquilizador en verla organizarlo todo como si el mundo siguiera exactamente igual. Como si lo único que importara fueran fiestas, preocupaciones tontas y adolescentes que podían creer que el peor riesgo de una noche era mezclar alcohol con energética.

—¿Y si no queremos ir? —preguntó alguien más, desafiante.

—Pues no vayáis —respondió ella, dulcemente venenosa—. Nadie está obligado, pero yo estaré ahí. La clase de ciencias completa ya ha dicho que sí, así que es problema vuestro.

El aula estalló en comentarios y risas, y Sienna volvió a su sitio tomando nota de cada persona que se acercaba a confirmarle su asistencia. Yo, en cambio, apoyé el codo en la mesa y la mejilla en la mano, dejando que mi mirada se perdiera en la ventana.

No dije nada. No me apunté ni protesté. Solo pensé en lo que vendría, en si para entonces sería capaz de bailar con normalidad, de reírme como los demás, de beber como si nada me hubiera pasado. Quizá en un mes todo esto quedara atrás, quizá me acostumbraría. O quizá no.

Lucien no había aparecido en toda la mañana. Ni en clase de historia, ni en lengua, ni siquiera en el pasillo donde solía colarse para saludarme entre bloques. No es que me estuviera volviendo paranoica. Bueno, tal vez un poco. Pero después de estos días, después de... todo, no poder verlo desde temprano me tensó los nervios más de lo que me gustaría admitir.

Llegó a la hora de la comida, caminando con ese paso tranquilo y el pelo algo revuelto por el viento. Se sentó junto a nosotros y saludó como si no hubiéramos pasado la noche juntos, como si no me hubiera tenido entre sus brazos hace unas horas. Lo imité. Como si fuera fácil.

Sienna, entusiasmada con su nuevo rol de jefa de fiesta, se lanzó a contarle todo lo que había pasado durante la mañana:m. Él sonreía, asentía, hacía preguntas y no me miraba más de la cuenta. Yo, por el contrario, no podía dejar de mirarlo. Ni evitar que, cada vez que lo hacía, me invadiera esa voz molesta que me decía que no debía confiar.

Es un ángel, me repetía. Uno de ellos.

Las clases terminaron y salimos como cualquier otro miércoles, arrastrando mochilas, con ganas de desaparecer en una cama. Yo tenía que ir al bar a entrenar. Lucien parecía irse por su cuenta, caminando hacia su coche como si no me viera, pero yo lo vi. Lo alcancé en el aparcamiento, antes de que subiera.




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