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CELOS
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Me acomodé la mochila al hombro y me dirigí a clase con paso firme, aunque por dentro dudara de cada movimiento. Al entrar, Sienna me levantó las cejas con esa sonrisa que era mezcla de burla y cariño.
—¿Esta vez sí vas a durar más de un día en clase? —me susurró mientras me hacía un hueco a su lado.
Me encogí de hombros y me dejé caer en la silla.
—Haré mi mejor esfuerzo—dije sin más.
No había visto a Lucien desde el viernes. Ningún mensaje desde entonces, aunque no lo culpaba. También él tenía sus cosas. Supongo. No quería pensar demasiado en eso, porque pensar en eso me llevaba a desconfiar.
Lilith tampoco había dado señales. Supuestamente estaba hablando con Samael. Esa frase en sí ya era lo bastante surrealista como para que tuviera que repetirla mentalmente dos veces.
Durante la primera hora, algunos hablaban de los exámenes finales, otros de la graduación, y Sienna ya estaba repartiéndose en cinco conversaciones distintas sobre la dichosa fiesta de fin de curso. Esta vez no era solo el típico salón con luces, estaban organizando algo grande. Todo el mundo tenía opiniones, que si era peligroso, que si era emocionante, que si qué horror juntarse con escuelas públicas, que si barra libre... La idea sonaba genial en teoría.
—Rue —me susurró Sienna inclinándose hacia mí—, te has quedado colgadísima. ¿Estás bien?
—Sí, lo siento. Estaba... pensando en otra cosa.
—A ver si la "otra cosa" te deja bailar esa noche —me dijo sonriendo.
No respondí. Solo forcé una media sonrisa y volví a mirar al frente. Supongo que ni siquiera sabía si estaría viva para entonces. Y aun así, parte de mí quería ir. Bailar. Reírme. Besarlo.
La mañana se me pasó entre intentar atender a las clases y preguntarme si Lucien me escribiría. No lo hizo. Pero no quise obsesionarme. No estaba enfadada... solo incómoda con el silencio. Y esa incomodidad me iba arrastrando de una clase a otra hasta que sonó el timbre y Sienna me arrastró con ella a la cafetería.
Nos sentamos juntas en una de las mesas junto a la ventana, donde el sol de apenas alcanzaba a calentar algo más que nuestras ganas de largarnos de allí.
Sienna sacó su móvil y lo apoyó en la mesa entre las dos.
—Tienes que ver esto —dijo bajando la voz, como si habláramos de algo que no quería que nadie escuchara.
En la pantalla había una captura de un hilo de X (Twitter, como se le seguía diciendo aunque ya no se llamara así). Eran fotos borrosas, mensajes cruzados, publicaciones eliminadas. Un barrio de las afueras, otra ciudad.
Rumores. Supuestas víctimas.
Frases como "mismos signos", "marcas en la piel", "ojos abiertos, sin expresión", "el mismo asesino".
Y luego esa palabra que me heló aunque nadie la confirmara del todo:
"Serie de muertes sospechosas. ¿Asesino en serie o algo más?"
—Lo están empezando a mover en todos los grupos —dijo Sienna mirando alrededor por si alguien más nos escuchaba—. Ya sabes... de esos temas de conspiración. Lo típico de gente que quiere atención, pero... ya sabemos lo que es.
Me quedé en silencio un momento, leyendo los comentarios, viendo cómo la gente comenzaba a construir teorías sin saber realmente de qué hablaban. Por un segundo me imaginé a Jael o a Dixon leyendo lo mismo en sus teléfonos, con ese gesto seco de resignación que tanto tenían.
—A lo mejor —dije al fin, sin apartar los ojos de la pantalla— no son nefilims. También hay humanos que matan, ¿no?
Sienna asintió, pero lo hizo con la misma duda que yo. Podía decirlo en voz alta, podía intentar convencerme... pero en mi interior, algo sabía que no era una coincidencia.
Mi móvil vibró y lo miré con una mezcla de resignación y miedo. Un mensaje corto.
Jael: "Dixon quiere verte esta tarde."
Cerré los ojos y suspiré por la nariz.
—¿Todo bien? —preguntó Sienna al notar el cambio en mi cara.
—Sí, solo tengo que ir al bar esta tarde
La pantalla del móvil seguía brillando frente a mí, el mensaje de Jael todavía clavado en la retina como una pequeña alarma silenciosa. Guardé el teléfono justo cuando Lucien apareció en la cafetería, caminando con esa tranquilidad suya que a veces me resultaba irritante. Casi no parecía que me no había dado señales de vida en días, otra vez.
—Al fin —dijo Sienna alzando la mano—. Pensé que te habías evaporado en la clase de química.
—Casi —respondió Lucien, sonriendo mientras se sentaba frente a nosotras—. La profesora decidió que hoy era un buen día para explicarnos absolutamente todo lo que no hemos entendido en el trimestre.
—Por eso siempre será mejor hacer letras —replicó Sienna con aire satisfecho—. No hay ácidos, ni fórmulas, ni gente obsesionada con tubos de ensayo.
Lucien bufó con diversión.
—Perdón si nos gusta entender cómo funciona el mundo real.
—Lo real también se escribe —le dijo ella con una sonrisa—. Y no necesitas una calculadora para hacerlo.
Mientras debatían, yo fingía estar más interesada en mi zumo que en el temblor pequeño, casi imperceptible, que me subía por las costillas cada vez que Lucien me miraba.
Como si no hubieran pasado días. Como si no me hubiera estado mordiendo la lengua cada noche para no escribirle primero. No lo miré directamente, pero podía sentirlo.
Esa tensión contenida entre nosotros, el hilo invisible que nadie veía pero que él y yo no podíamos dejar de sentir.
La conversación siguió sin mí. Sienna hablaba de la fiesta de fin de curso, de los dramas con su madre, de la última tontería que su novio había hecho. Yo asentía. Fingía. Respiraba. Pero mi cabeza seguía atrapada en esa esquina de la mesa donde Lucien apoyaba el brazo, en la curva de sus labios cuando disimulaba una sonrisa.
Las últimas clases del día fueron un ruido de fondo. Ni siquiera sabía qué asignatura tuvimos. Me limité a copiar lo que decían, como si eso fuera a darme algún tipo de control.
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Editado: 03.10.2025