Réquiem Por Los Caídos

CAPÍTULO 14

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DELGROVE

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El despertador sonó y sentí que no había pasado ni media hora desde que cerré los ojos.

Me duché rápido, intentando lavar el cansancio de la piel. Me puse unos jeans y un top blanco de tirantes. Nada muy pensado, pero tampoco podía salir hecha un desastre. Peiné mi pelo, que ya se había secado del todo, y me quedé un segundo frente al espejo. Estaba menos ondulado que anoche, más dócil. Me puse un poco de corrector, algo de máscara de pestañas, y un toque de color en los labios. Nada demasiado obvio, solo lo justo para no parecer una indigente. Aunque tampoco sé por qué me molestaba tanto en verme bien.

Supongo que en el fondo sí lo sabía. Y no quería admitirlo.

El móvil vibró con un mensaje suyo avisándome que estaba fuera. Tomé una chaqueta fina por si hacía frío y me colgué el bolso del hombro. La casa seguía vacía, como si el silencio fuera parte del mobiliario. Cerré la puerta detrás de mí y salí.

Rylan estaba dentro del coche, apoyado contra la ventanilla, con esas gafas de sol oscuras que le daban más cara de imbécil de lo habitual. Y sin embargo, sentí el estómago darme un giro raro.

Me subí sin decir nada, y él me miró por un segundo antes de arrancar.

No le dije que no había dormido. Ni que llevaba desde anoche sintiéndome como un rompecabezas al que le faltan piezas. Solo me acomodé en el asiento, crucé las piernas y respiré hondo. Era muy temprano para tantas emociones juntas.

—¿Descansaste? —preguntó, sin mirarme.

—Sí —mentí. O no del todo. Dormí, pero no descansé.

No añadí nada más, y él tampoco insistió. El silencio entre los dos se estiró durante varios minutos. No era incómodo. Era raro. O tal vez no pasaba nada y simplemente era yo. Porque, ¿Qué clase de persona besaba a alguien una noche y la mañana siguiente tenía la cabeza perdida por otro?

—¿Te pasa algo? —preguntó, sin apartar los ojos de la carretera.

Negué con la cabeza. Rápido. Casi automático. Como si el solo hecho de ponerle palabras a lo que estaba pensando fuese a volverlo real.

Él no dijo nada más. Solo volvió la vista al frente, sin presionar. Parecía ya estar acostumbrado a que me encerrara en mis pensamientos.

Cada curva del camino me parecía un recordatorio de todo lo que podía salir mal. Rezaba, aunque ni siquiera sabía a quién. Lo hacía para que esto no terminara igual que lo de Jael, para que no apareciera otro demonio con ganas de arruinarme la vida. Lo peor era que a él no podía controlarlo, no podría obligarlo a olvidar nada. Para él sería una victoria, descubrirlo y matarme sería muy fácil.

No. Rylan no me mataría. Estoy casi segura.

¿Pero y si sí?

Joder.

—No es normal que estés tanto rato callada —soltó de pronto, devolviéndome a la realidad.

—Tengo muchas cosas en la cabeza, eso es todo.

No me pidió detalles. Solo asintió una vez, muy leve, y siguió conduciendo. Era su forma de decir "vale", aunque yo supiera que seguía queriendo saber más.

Sin aviso, estiró la mano y la apoyó sobre mi pierna. Justo por encima de la rodilla. Como si no supiera lo que eso me hacía por dentro.

—Tranquila —dijo—. No va a pasar nada.

Me quedé mirando su mano. El contraste entre su piel y mis jeans. La forma en que sus dedos parecían no pesar, pero dejaban una presencia. Una seguridad rara. Él sonrió un poco, la sonrisa de imbécil que tiene cuando está a punto de decir alguna tontería.

—Y en el peor de los casos, haré que en tu lápida pongan que diste todo de ti... aunque sea mentira.

No pude evitar reír. Bajito. Apenas una exhalación con sonido, pero se notó.

—Eres un imbécil —dije, sin quitar la vista del parabrisas.

—Lo sé —respondió, con una sonrisa que alcancé a ver de reojo.

Dejé que su mano siguiera ahí un poco más, sin atreverme a moverme, sin atreverme a decirle que parara. Porque por dentro, lo que más necesitaba en ese momento era saber que él estaba ahí.

Rylan aparcó frente a la gasolinera y, sin decir mucho, bajó del coche en dirección a la cafetería que estaba justo al lado. Yo iba a quedarme en el asiento, pero me miró por encima del techo del coche.

—Vamos a comer algo.

—No tengo hambre —dije, cruzando los brazos como si eso fuera argumento suficiente.

—Rue... —me miró con esa cara de "no empieces". Y siguió—. Es medio día , no vas a aguantar, así que o vienes o te dejo sola en el coche, sin aire acondicionado.

Bufé y me arrastré detrás de él. La cafetería era pequeña, con mesas de madera algo viejas y olor a café. Había una tele encendida con el volumen muy bajo y una camarera con uniforme rosa chicle que nos miró con demasiado entusiasmo apenas entramos. Bueno, no nos miró. Lo miró a él. Obvio.

Nos sentamos en una mesa junto a la ventana.Yo me quedé mirando el vaso de agua que nos trajeron primero, metida en mis propios pensamientos, en bucles mentales que ni siquiera sabía cómo detener. Tal vez Rylan tenía razón y no pasaría nada. No podía tener tanta mala suerte de encontrarme con otro que pudiera delatarme.

—Un café negro y un sándwich de pollo —pidió sin dudar, con esa voz grave que parecía llenar el espacio. Y antes de que yo abriera la boca, añadió—: Para ella, una hamburguesa con solo queso y bacon. Muy hecha. Si ve algo rojo, no se la come.

La camarera asintió, embobada, garabateó en la libreta y se fue a toda prisa. Yo me quedé inmóvil, con el vaso a medio camino hacia la mesa.

—¿Cómo sabes..?

—Te he escuché pedírsela a Leo —dijo, interrumpiéndome ante de que pudiera terminar.

No dije nada. No pude. Me quedé observándolo en silencio, intentando convencerme de que no significaba nada, de que cualquiera podía haberlo recordado, pro no nos mintamos. Rylan no era cualquiera.

—Si no comes —dijo Rylan, volviendo a interrumpirme justo cuando si pensamientos empezaban a traicionarme— te lo hago tragar a la fuerza.




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