Requiem por mi mano ausente

Capítulo 3

Capítulo 3

 

 

París nunca duerme…

 

… y yo esa noche tampoco. Tenía los nervios a flor de piel y en ese estado me era imposible conciliar el sueño. Abandoné la cama con intención de darme una ducha para relajarme cuando sonaron unos golpes en la puerta. Extrañado, consulté el reloj. Eran más de las tres de la mañana. No tenía ninguna intención de abrir. «Alguien se ha equivocado de habitación», pensé. Pero quien llamaba insistía y, al final, intrigado y molesto, decidí ver quién era. Francesca esperaba sonriente ante la puerta con una botella de champán y dos copas en las manos. La inesperada visita me dejó inmóvil durante unos instantes que ella aprovechó para introducirse en mi habitación y cerrar la puerta tras de sí.

—Disculpa que te invada. No me apetecía beber sola.

La contemplé atónito. Llevaba puesto un albornoz blanco y tenía el pelo mojado.

—¿Qué haces aquí a estas horas?

—Creo que es evidente —me respondió, elevando la botella sobre su cabeza—. Invitarte a tomar una copa de champán para brindar por tu futura vida.

—Perdona, Francesca, son más de las tres de la mañana y esta noche ya hemos bebido y brindado demasiado. Es mejor que vuelvas a tu habitación. Lo dejaremos para otra ocasión.

—¿Otra ocasión? ¿Cuándo? No habrá otra ocasión, ya no. —Su voz adquirió un tinte melodramático al añadir—: ¡A saber cuándo volveremos a vernos! Pueden pasar meses, años o, tal vez, no lo hagamos jamás.

Solté una carcajada por su ficticia vehemencia.

—Sigues siendo igual de exagerada, Francesca. Jamás suena muy fuerte. Lo más probable es que nos encontremos en cualquier ciudad del mundo. Así y todo, no creo que debas estar aquí.

—Quién sabe… —continúo ella haciendo caso omiso de mi advertencia—. Por si eso no sucede, este Veuve de Clicquot está abierto y sería una lástima desperdiciarlo. ¡Anda, por favor! —Viendo que a pesar de sus argumentos yo continuaba de pie junto a la puerta en una clara invitación a que se marchara, frunció los labios en un mohín e insistió mimosa—: Vamos, no seas malo. Solo es una inocente copa de champán. Si te preocupa la rusita, no va a enterarse si no se lo dices. Brindemos por tu nueva etapa y por los viejos tiempos.

Mientras argumentaba, se había acomodado en un silloncito y no parecía que tuviera intención de moverse de allí.

—Está bien —accedí, más que nada por terminar cuanto antes con esa situación—. Una copa y te vas.

Francesca cruzó las piernas de forma provocativa dejando al descubierto la mayor parte de sus muslos. En su rostro mostraba la satisfacción de haberse salido con la suya.

—Eres incorregible —afirmé—. No tengo nada que ocultarle a Katrina. Si tus intenciones son tan inocentes, sobra el comentario.

—Vale, disculpa. Lo decía porque me parece que es bastante celosa. Aunque la entiendo… Yo también lo era cuando estábamos juntos.

Obvié la alusión a nuestra antigua relación y contrataqué:

—¿Y a Andrei le parece bien que su pareja esté a estas horas en la habitación de otro hombre?

—Andrei no es mi pareja.

Elevé las cejas, incrédulo.

—Ah, ¿no? Pues os vi muy amartelados, y actúa como si lo fuera.

—Eso es lo que me enerva de él, que se cree que soy de su propiedad, como su batuta.

—Nadie pertenece a nadie. Nos debemos a nosotros mismos. Sin embargo, cuando se sale con alguien hay un compromiso implícito.

Francesca me fulminó con la mirada. «¿Dónde estaba el tuyo cuándo me dejaste?». No hizo falta que lo verbalizara, el reproche cortó el aire a cuchillo y tensó la atmósfera. Al momento me percaté de que mi comentario sobre su relación con Andrei no había sido muy oportuno. Tomé la botella de champán, volví a llenar las copas y me preparé para recibir el estallido de Francesca. Pero ella dulcificó el rostro, bebió un sorbo y respondió con suavidad:

—Bueno, eso es muy discutible, pero yo no me siento ligada a Andrei. A veces estamos algún tiempo juntos, lo pasamos bien, somos amigos con derecho a roce, es un buen amante… De eso a ser mi pareja hay mucho trecho —me aclaró—. Esta noche ha estado especialmente insoportable. Al parecer esperaba dedicación exclusiva y se ha ofendido porque, según él, he estado hablando demasiado con los demás. Yo no soy coto privado de nadie.

—Es que no le has hecho ni caso en toda la velada. Él y yo éramos los dos únicos hombres fuera de tu radio de acción. A mí no me afecta —me apresuré a aclarar—, pero puedo entender su malestar. Lo que sigo sin comprender muy bien es qué haces ahora en mi habitación.

—Pensé que estabas enfadado por lo que he dicho sobre Katrina en la cena y quería disculparme. Después de lo nuestro, estuve bastante tiempo despechada y confieso que en más de una ocasión no me porté bien. Odié a Katrina. Me ponía mala cada vez que os veía juntos. Esa es la razón por la que cuando coincidíamos en alguna ciudad coqueteaba contigo a propósito, para ponerte en apuros y provocar sus celos. Era mi pequeña venganza. Pero aquello pasó. Me di cuenta de que, si no hubiera sido Katrina, habría sido cualquier otra. Los dos éramos demasiado jóvenes. —Francesca se quedó unos momentos pensativa, observando el interior de la copa de champán como si en el fondo viera reflejado los buenos momentos vividos. Después se la llevó a los labios y apuró la nostalgia. Levantó la mirada y con una sonrisa continúo diciendo—: Pero lo pasamos bien y fue hermoso mientras duró. Siento mucho si por mi culpa has tenido problemas con tu novia, de verdad que lo lamento. Por eso estoy aquí, para excusarme y despedirnos como buenos y viejos amigos.

La escuchaba suspicaz. No podía creer que fuera tan sincera ni que tuviese esa necesidad de pedir excusas. No, no me fiaba de que sus intenciones fueran tan inocentes a pesar de que su cara había adquirido una expresión angelical. No obstante, di por buenas sus palabras y, a continuación, la invité a volver a su habitación alegando que debería dormir un poco.




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