Requisito absurdo

Rey

Reynaldo Quispe era el nombre de aquel llamativo varón con rasgos característicos de la población altoandina de Perú. Adelaida Quispe era el de la joven, que resultó ser su hermana menor, a quien este llevaba casi quince años de diferencia. Rey, como le llamaban de cariño, tenía treinta y cinco años, era soltero y el chofer de Los Mendiburu. Llevaba trabajando con la pareja de ancianos desde que cumplió la mayoría de edad, por lo que para ellos él era más que un empleado, era una compañía en la soledad, ya que Rey conoció la vida de esa familia cuando todo era alegría y vio el cambio que sufrieron tras el accidente en donde Don Alejandro perdió la vista y Doña Patricia su corazón porque la muerte del joven Fernando, su único hijo, la devastó.

Adelaida era como una especie de ama de llaves, ya que solo coordinaba con los empleados del servicio doméstico del edificio y la cocinera sobre los deberes de limpieza, lavado, planchado y cocina. En lo que más ocupaba su tiempo era en servirle como compañía a Doña Patricia, labor que le encantaba realizar desde que empezara a trabajar un par de años atrás, cuando cumplió dieciocho años, ya que la anciana le enseñaba a tejer, bordar y tocar el piano. Ambos hermanos vivían en el dúplex junto a los sexagenarios esposos, y el cariño que les tenían era tal que pudiendo retirarse de la vivienda los domingos para visitar a sus familiares que vivían en el distrito popular de El Agustino, no lo hacían, ya que ellos consideraban a ese par de tristes ancianos su verdadera familia tras haber perdido a su madre cuando Adelaida apenas había cumplido los quince años de edad.

Los hermanos llevaban el apellido de su madre, ya que el progenitor nunca los reconoció como sus hijos. En su natal Cerro de Pasco la madre había quedado embarazada a los catorce años, naciendo Rey cuando ella acababa de cumplir sus quince. En ese momento, el padre del bebé, apenas un par de años mayor que la joven madre, no quiso hacerse cargo de su responsabilidad y fugó hacia la capital, aludiendo que se iba a trabajar para enviar dinero, algo que nunca hizo. El tiempo transcurría y tras necesitar el bebé una partida de nacimiento, la joven madre fue sola a registrar a su hijo, evitando mencionar al padre, solo indicándose ella misma como única responsable de dicho niño. Las oportunidades para que una joven madre soltera pudiera salir adelante eran escasas en la ciudad donde vivía, capital de uno de los departamentos con mayor nivel de pobreza en el Perú, así que no lo pensó dos veces y decidió unirse a la familia de uno de sus tíos que migraba hacia la capital para tener un mejor futuro.

Años después, cuando Rey había cumplido los trece, la madre se reencontró por casualidad con el padre y lo que una vez tuvieron renació. Intentaron ser una familia, pero no se pudo porque él resultó ser un gran ocioso a quien no le interesaba sacar adelante a su hijo. Un año después, la madre lo terminaba echando de sus vidas, sin saber que en su vientre estaba creciendo otro hijo. Adelaida nació y nuevamente esa madre apareció ante el funcionario del Estado Peruano sola para que su bebé tenga una identidad. La vida no había sido perfecta, pero dentro de todo esos tres eran felices, hasta que la madre enfermó gravemente y murió. Los médicos nunca pudieron decir con exactitud el mal que afectó el cuerpo de la madre, por lo que los familiares y vecinos pensaban que la nueva mujer del padre le había hecho brujería, ya que siempre amenazaba con matarla por sus celos enfermizos por situaciones imaginarias que esa mujer tenía en su cabeza porque después de haberlo echado de su humilde vivienda la madre nunca más volvió a ver al padre, ni siquiera le pidió ayuda económica para sus dos hijos.

Al terminar la escuela, Rey empezó a trabajar cargando bultos en el Mercado Mayorista de Frutas. La paga no era buena, pero ahí aprendió a manejar, y un comerciante mayorista le ayudó a obtener su licencia de conducir o brevete, como se le llama en Perú. Al cumplir dieciocho años inició la búsqueda de un mejor empleo, ya que tenía la ilusión de poder estudiar y con lo que le pagaban no podía invertir en su educación, ya que casi todo se le iba en aportar a su hogar. Un día la amiga de su madre que trabajaba como cocinera en una casa de gente rica le pasó la voz de que necesitaban a un muchacho para que se encargue del cuidado de los perros del patrón, a quien le gustaba ese tipo de animales y tenía varios de distintas razas. Así llegó a la casa de la Familia Mendiburu. Con el tiempo se ganó el cariño de los patrones y la amistad del joven hijo, cinco años menor que él. Cuando sucedió el accidente que dejó a Don Alejandro ciego y acabó con la vida del joven Fernando, de apenas veinte años, Rey estuvo ahí apoyándolos, sin dejarlos ni permitirles decaer, ya que Doña Patricia intentó acabar con su vida un par de veces en menos de un año. Cuando la madre de Rey falleció, ellos le devolvieron todo el amor que él les dio al cuidar de ellos acogiendo a Adelaida. Tres años después la jovencita empezaría a trabajar formalmente para ellos encargándose de coordinar los temas domésticos y manteniendo entretenida a Doña Patricia, quien encontró en ella a la persona perfecta para enseñar el arte del tejido, el bordado y a tocar el piano. Los Mediburu y Los Quispe encontraron entre ellos lo que necesitaban: hijos y padres a quienes amar.

Fernanda empezó a frecuentar a Los Mendiburu. El que llevara el nombre femenino del hijo que perdieron fue tomado por los ancianos como una señal de Dios, y acogieron con alegría a su nueva vecina. Adelaida y Fernanda se llevaban bien, solían ir juntas a hacer las compras los sábados al supermercado, compartían recetas y se recomendaban películas o series de una plataforma de streming que ambas frecuentemente veían, pero la relación con Rey no había mejorado tras haberle pedido perdón por tratarlo tan duramente como lo hizo esa mañana en que Goliat la empujó sin mala intención.




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