Rescatando a Papá

Capitulo 3

En el barrio donde creció Trini, los carros de lujo no entraban. Ni por equivocación. Ni con Waze. Allí los únicos motores que brillaban eran los pasolas tuneados y el carro de Don Eusebio, que tenía más parches que pintura.

Por eso, cuando una camioneta negra, blindada, con vidrios polarizados y emblema de lujo en la parrilla dobló la esquina lentamente, todos pensaron lo mismo:

—¡Llegó un capo!

—¡Se vinieron a lamber a uno!

Las doñas dejaron de barrer, los niños soltaron las pelotas y hasta el gallo de la vecina se quedó congelado, en modo vigilancia.

La puerta trasera se abrió con un click elegante, y de ella bajó Trinidad del Carmen Pérez, con sus zapatos bajitos de la Duarte, sus greñas rizadas y la mochila desgastada de siempre colgándole del hombro.

—Buenas tardes, vecinaje querido —dijo con su sonrisa de actriz de televisión, saludando con la mano como si fuera candidata a regidora.

Y el barrio… colapsó.

—¿¡Y ese yipetón!? —gritó su hermano Josué, saliendo con la boca llena de empanada.

—¿¡Trini, tú te ganaste la loto!? —chilló su hermana menor desde el balcón.

—¡Eso es droga! ¡A mí no me engañan! —exclamó la abuela, persignándose con un cigarro en la mano.

—¡Trinidad, ven acá ahora mismo! —gritó su madre desde el interior de la casa, mientras se secaba las manos con un pañito de cocina como si fuera a lanzarlo como bandera de guerra.

Trini apenas alcanzó a entrar a la galería cuando su familia la rodeó como si fuera una estrella internacional.

—¡Pero muchacha, explícate! ¿Qué es eso? ¿Tú andas con pelotero o con narco? —preguntó el papá desde su silla plástica, sin soltar su cerveza.

—¡Esa camioneta cuesta lo que cuesta este barrio entero, mi don! —añadió Josué, que ya estaba tomando fotos para subir a Facebook con el pie de foto: "Mi hermana en alta, gracias a Dios."

—Yo sabía que tú tenías algo raro —dijo la abuela, entrecerrando los ojos—. ¡Te dije que ese tic tac te estaba cambiando el carácter!

TikTok, abuela —la corrige su nieta menor.

—¡La misma vaina!

Trini levantó las manos como Jesucristo frente a los fariseos.

—¡Mi gente! ¡Calma, pueblo! No me he casado con ningún mafioso, ni me metí a nada raro. Solo conseguí trabajo. ¡Un trabajo honrado!

—¿Trabajo tú dices? ¿Y en qué empresa andan recogiendo gente en limusina y dejándolas en el barrio como si fueran reinas del Caribe? —preguntó su mamá con los brazos cruzados y el ceño tan fruncido que parecía que iba a llorar… o a llamar a la policía.

—Estoy trabajando de niñera para una familia millonaria, la que doña Altagracia me recomendó.

Silencio.

Tan seco que hasta los grillos se mudaron.

—¿Niñera? —repitió su hermana menor con cara de “esto no suma”.

—¿Y los ricos no tienen niñeras blancas, rubias y calladitas? —preguntó la abuela con su filtro habitual.

—Exacto, ¿y cómo tú terminaste ahí, muchacha? —insistió Josué—. ¡Tú ni sabes callarte cinco minutos!

—¡Porque soy la mejor! —resopló Trini, tirando la mochila en la silla—. Porque esos carajitos me adoraron, y el jefe, aunque sea más agrio que una limonada sin azúcar, me dejó quedarme. ¡Y vine en su carro porque Altagracia me hizo favor de que me dejaran frente a la casa! Punto. Se acabó el misterio.

—¿El jefe es joven? —preguntó su mamá, olfateando la telenovela como buena doña de barrio.

Trini se mordió el labio.

—Más o menos.

—¿Está bueno?

—Ma…

—¡TRINIDAD DEL CARMEN! ¿ESTÁ BUENO SÍ O NO?

Ella bufó, tirándose en el mueble.

—Sí, ma. Está bueno. Demasiado bueno. Está tan bueno que Brad Pitt le queda corto.

La madre se persignó, el padre se atragantó con la cerveza, la hermana se carcajeó y la abuela se levantó como si fuera a buscar agua bendita.

—¡No me gusta eso! ¡Te vas a enamorar y ese hombre va a destrozarte el corazón como a la doña de la novela que dejó todo por el panadero millonario!

—¿Y desde cuándo los panaderos son millonarios, abuela?

—¡Tú cállate, Josué!

Trini fue a la cocina y se sirvió un jugo. Sus hermanos la seguían como paparazzis, haciéndole mil preguntas:

—¿Y cómo es la casa?

—¿Los baños tienen aire?

—¿Te dejaron tocar algo?

—¿Te dieron comida gourmet o comiste arroz con huevo?

Trini se reía mientras respondía con la boca llena:

—La casa es más grande que la escuela entera. Tiene cinco baños, piscina, luces que se prenden solas y huele a manzanilla. Los niños son bellos, pero están más tristes que mi cuenta de banco. Y el jefe… bueno…

—¿Qué?

—Tiene tatuajes. Y cuando se arremanga la camisa, ya tú sabes… ese no era fácil de jovencito, seguro.

—¿Se arremangó la camisa? —pregunta su hermana.

—Yo quería que se la quitara, pero no. Seguro un día de estos, cuando vaya a bañarse en la piscina, le echo un ojo a ver si tiene tatuajes en otros lugares.

—¿Tiene Instagram? —cuestiona Josué.

—¿Y para qué tú quieres ver el Instagram de un hombre? ¿Serás pájaro, muchacho? —arremete la abuela.

—¡No, abuela! Yo quiero el Instagram para ver si tiene una hermanita, tú sabes, para que todo quede en familia.

—Será loco este muchacho.

La abuela empezó a rezar un Padre Nuestro mientras le daba golpes al abanico.

—¡Se los digo desde ya! —dijo Trini, levantando el vaso—. No me voy a enamorar. ¡No me voy a enamorar! ¡Yo voy a trabajar, a cobrar y a irme pa’ mi casa!

Y en ese mismo instante, su celular vibró. Un mensaje de Altagracia:

“Don Máximo quiere que vuelvas temprano mañana. Te enviarán al chofer. Mía habló y preguntó por ti. Dice que no te vayas nunca.”

Trini bajó el teléfono. Sonrió.

Ay, Mía… tú y tu papá van a meterme en problemas.

—Trini, ¿y qué haces sonriendo como loca?

—Nada, mami… que me acordé del niño. Rubito hermoso. Me agarró la cara con sus manitas… como si yo fuera suya.




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