Muy temprano, un camión de mudanzas llega a los suburbios y al estacionarse, dos sujetos bajan varios muebles de lujo y otros artículos más; pero lo que realmente llamó la atención fueron dos horripilantes gárgolas y más aún; una caja de madera, sellada, de gran tamaño y que metieron muy a prisa.
Por la ventana se encontraba observando Luis Benson, un chico como cualquier otro; del auto que se encontraba estacionado, bajó el niño nuevo, vestía un traje elegante; voltea repentinamente y contempla a Luis con una mirada penetrante, éste cierra las cortinas del sobresalto.
Terminan de descargar y el camión se aleja de la casa.
Tiempo después, ¡toc, toc! La mamá de Luis toca la puerta de los nuevos vecinos; un sujeto delgado y alto abre la puerta, se le queda viendo sin decir palabra alguna.
—¿Qué tal?, soy su vecina de enfrente y les traje un pastel de frutas, para darles la bienvenida.
El sujeto lo toma y cierra la puerta de un golpe, acto seguido, tira el pastel en un bote de basura.
La mamá regresa a su casa, desconcertada por lo sucedido.
—Mamá, ¿no crees que los nuevos vecinos son algo raros? —pregunta Luis que aún sigue en la ventana.
—Ni que lo digas hijo; hoy que fui a visitarlos, el señor me causó escalofríos.
—No sean tan injustos con ellos, acaban de llegar, vamos a darles una oportunidad —dijo el señor Benson, quien veía la tele y escuchaba la conversación al mismo tiempo.
Al otro día, el señor Benson se dirigió muy entusiasmado al cuarto de su hijo.
—Iré de pesca campeón, ¿quieres ir conmigo?
—No puedo papá, me gustaría, pero tengo que ir a la biblioteca para hacer una tarea.
—Ahí está la computadora y el internet, ¿por qué no la haces ahí regresando?
—No puedo, el libro que nos encargó leer el maestro no se encuentra en digital.
—Está bien, trata de llegar temprano; invitaré al nuevo vecino.
Fue lo último que dijo y salió. Al llegar a la casa de los nuevos residentes, pasó por el pequeño jardín con un bello césped y observó con rareza las dos espantosas gárgolas que estaban en cada una de las orillas de la entrada.
Toca la puerta y espera, no pasa nada, vuelve a tocar; hace un último esfuerzo y toca de nuevo, pero nada; se pretende retirar; sin embargo, al hacerlo, alcanza a ver de reojo una sombra detrás de la ventana…
Regresa la mirada para observarla bien, pero ya no está, sus ojos denotan intriga.
En la biblioteca, Luis se encuentra sentado en una mesa leyendo un libro; siente la presencia de alguien que lo observa; al darse la vuelta, efectivamente, es el extraño niño de los nuevos vecinos, quién se echa a correr — ¡Espera! —le grita Luis, no obstante, el chico no hace caso y sigue su camino; Luis decide perseguirlo, pero al virar entre un estante y otro lo pierde de vista; pretende regresar a su lugar de lectura, pero antes, al mirar al suelo, descubre un libro tirado en medio del pasillo. Se le hace raro, pero decide levantarlo y lo hojea un poco, en él se pueden observar dibujos de demonios y símbolos extraños; lo cierra y lee el título: Las puertas del infierno, queda absorto observando la imagen espeluznante debajo del título, reacciona de nuevo y lo regresa al hueco en el anaquel —¡Ay! —su dedo sangra.
Ya en la casa, la mamá de Luis regresa de compras.
—¡Ya llegué! —dice mientras deja todo en la mesa.
—Hola mamá, ¿cómo te fue?
—Bien… ¿Qué te pasó en el dedo?
—¿Esto? —Mostrando la vendita de su índice —No, nada, sólo me corté con papel. ¿Trajiste mis manzanas?
—Claro, no las olvidaría; por cierto ¿a quién crees que vi en el supermercado?
—¿A quién?
—A los vecinos nuevos, traté de saludarlos, pero son muy groseros y no me contestaron.
—¿Groseros? Yo diría “raros”; yo vi en la biblioteca a su hijo, pero al verme salió corriendo.
—¿En serio? —Intervino el papá —Si no había nadie en su casa, ¿cómo es que yo vi a alguien en la ventana?
—¿Cómo que viste a alguien? —Preguntó Luis sorprendido.
—Bueno, en realidad vi una especie de silueta detrás de las cortinas, o tal vez lo imaginé —bebe café de su taza.
Al día siguiente por la mañana. Luis y un amigo están jugando a lanzarse una pelota de béisbol con una manopla.
—¿Y qué opinas del nuevo vecino? —preguntó Luis mientras veía la casa.
—Pues es muy extraño, al igual que su familia; parece que tienen mucho dinero, jamás están en casa, nunca escuchan música y no hablan con nadie. Pero en ocasiones… —hace una pausa dramática.
—¿En ocasiones qué?
—No… No es nada.
—¡Vamos, dime! ¿En ocasiones qué?
—Bueno, —contesta de manera insegura —está bien... A veces yo… Veo una sombra rondando por la casa, es muy extraño porque casi siempre está sola. No quiero hablar de eso —se quita el guante, lo deja caer y se retira.