—¿Me estas diciendo que discutiste con Rebeca por que intenta protegerte?.— La pregunta irónica de Ben no servía a mi humor, había venido a buscar la cena de la princesa y mientras la preparábamos se sentó en la silla de madera del rincón y agarro una manzana verde.— Eso no tiene mucho sentido.
Gruñí y coloque el vaso de agua.— Ella no tiene sentido ¡Nada tiene sentido!.
— Oye cálmate, ella sabe lo que hace.—Me señalo con la manzana y luego reclino la silla sobre sus patas traseras, iba a hacer que se caiga si seguía defendiéndola.
—¿De que lado estas exactamente?.— Me detuve y lo mire dándole varios mordiscos a la fruta mientras rodaba los ojos.— Por que hasta donde se yo era tu mejor amigo.
Alguno de mis nuevos compañeros de cocina coloco el plato con la sopa antes de indicarle a Ben que estaba todo listo. Él enderezo la silla con un golpe y se levanto.
— Estoy de tu lado pero si ella lo hace por protegerte estoy del suyo.— Me sonrió encogiéndose de hombros.— Además, me gustan los dramas amorosos.
Rodé los ojos y volví a mis labores colgándome el trapo sobre el hombro.—Vete antes que me arrepienta.
Al final Ben rio y salió de la cocina con la bandeja.
Ya era mi séptimo día de trabajo en la cocina y me sentía un infeliz imbécil, no por trabajar ahí, obviamente no era un mal trabajo y mi madre me golpearía con un cucharon si decía lo contrario. Pero eso no era lo mío. Había violado quien sabe cuantas reglas metiéndome de guardia para hacer lo que yo quería, lo que había soñado durante toda mi vida, para que un estúpido romance con la princesa tire todo a la basura.
Dios sabia que había sido un tonto.
El día del anuncio del compromiso no me había aparecido. Tanto Ben como Javier y mi madre se aparecieron frente a mi mientras ponía los pedazos de torta sobre los platos en la cocina diciéndome que vaya a verla.
— Se que quieres hacerlo.— Dijo mi madre tomándome de la muñeca con delicadeza, la ignore.
— Hermano, es tu ultima oportunidad, ve a hablar con ella.— Comento Ben entrando de incognito, también lo ignore.
—Alex, ella te necesita.— Dijo Javier, o por lo menos eso escuche yo, pero gruñí enfadado y lo ignore. Si me necesitara no me hubiera alejado al rincón mas oscuro de la cocina.
Seguía enojado con ella.
Pero hoy era un día especial, hoy William tuvo la estúpida idea de aparecerse por la cocina a oler como cocinábamos los panes y dar consejos sobre como se cocinaba, y , como si fuera poco, no paso de mi como quería que lo hiciera.
Sonrió divertido y se acerco a mi mientras cortaba las verduras para preparar la cena.
—Hola, yo te conozco ¿No?.— No respondí, hacia rato que tenia a Ben molestándome y había aprendido a soportar mofadas de idiotas. Él se me quedo mirando unos minutos en silencio, pensando de donde demonios veía mi rostro conocido mientras yo pasaba a la siguiente zanahoria y luego a otra.— Claro, ya se quien eres, estabas en el baile, bailaste con mi prometida ese día.
— Señor se esta equivocando.— Solté lanzándole mi mejor mirada de aburrimiento, supo quien era en el momento en que me vio ahora solo estaba molestándome y no pensaba morder su azuelo.
— No, claro que eres tu, el mismo que estaba en su habitación en día después al accidente de la galería.— Fruncí el ceño y seguí cortando como si nada.
— ¿Qué accidente?.— Fue él quien cometió el error de meter el tema, eso había pasado solamente entre él y Rebeca.
¿Por que alguien cualquiera como un cocinero podría saber que paso?.
Desearía tener el humor para reírme de él.
Aparto la mirada pálido.— Se que eres tú.
Agarré otra zanahoria y comencé a cortarla sin siquiera mirar, lo años de practica me hacían casi automático la tarea de cocinar. —Me parece que se esta equivocando de persona.
Él rio.— Oh claro que no me equivoco, recuerdo muy bien un rostro cuando lo veo y mas cuando es el tipo por el que mi novia casi me cambia.
No dije nada, no tenia nada que decir y era muy molesto tenerlo cerca ahora que pasaba a la quinta zanahoria y no me dejaba colocarla en la olla. Suspire y me volteé hacia él con la tabla de madera en mano, mire mis nudillos blancos y lo atribuí al esfuerzo del día.
—Con permiso.— Se aparto de mi camino y coloque el contenido de la tabla en el olla antes de agarrar la cuchara de madera y revolver.
—¿Que hiciste para que Rebeca te mande acá?.— Pregunto apoyando la mano sobre la encima de la cocina a poco espacio de la olla. Nadie alrededor nos miraba, nadie se metía en los asuntos del otro. No conteste y seguí revolviendo mientras ponía sal a la mezcla.— Dame un consejo de hombre a hombre.— Me sonrió, tomo un pedazo de zanahoria que cayo fuera de la tabla y se lo metió a la boca.—¿Qué no debo hacer en la luna de miel?.— Lo ignore.— Oh, de todas formas no importa, tendrá que hacer lo que digo ahora que va a ser mi esposa ¿No?.— Asentí con la cabeza para que se vaya pero parecía muy interesado por mi respuesta.— Quizás a la próxima si llegue a cortejarla como me gusta.
Hice una mueca, idiota de mi que mordí el anzuelo, suspire y me incline sobre el especiero en su dirección.
—Si llegas a lastimarla de nuevo entrare a tu habitación mientras duermes y créeme que mi rostro será lo ultimo que veras.— Era un susurro, algo disimulado mientras lo miraba fijamente a los ojos soltando cada palabra con toda la ira y la rabia que tenia dentro.
Tome la provenzal y me aparte con cara de indiferencia.
Él me miro y retrocedió antes de sonreír.
—Sabia que eras tú.—Comencé a cortar los tomates con tranquilidad, ignorándolo.—Bien, de todas formas muchas gracias, si no te hubieras ido de al lado de su puerta yo no hubiera tenido entrada libre a casarme con ella.
Asentí indiferente, pero eso no era lo que esperaba de respuesta. William se volteó, tomo el frasco de sal y lo vació dentro de la olla antes de dejarlo a un lado, darse media vuelta y salir de la cocina con las manos dentro de sus bolsillos, relajado.