Resilencia

t r e i n t a

—¿No te dije que hacía demasiado frío para ir en vestido?.

Rebeca había amanecido enferma, solo resfriada, pero con un poco de fiebre y mucho mocos.

Me lanzo una mirada de odio.—Si vas a regañarme por intentar impresionarte hazme el favor de irte.

Sonreí sin poder evitarlo y le entregue la taza con té caliente y medicina. Ella me saco la lengua y tomo la taza.

—No hace que falta me impresiones.— En mí cabeza las palabras habían salido bien y hasta quedaba como un caballero, pero en cuanto las solté me di cuenta de lo mal que quedó. Rebeca me sonrió con las cejas alzadas y la ignore.—Debo ir al pueblo por medicina.— Ella amago a levantarse y volví a sentarla.—Tu no, estás enferma.

—No puedes ir todo el camino a pie...—Comenzó a quejarse.—¿Cómo volverás?.

No lo había pensado y me tomo desprevenido que pensara en eso pero, pero tan terco y orgulloso como era lo oculte.

—Iré y volveré caminando, no te vas a levantar enferma.

—Quiero ayudarte.

—No quiero que me ayudes. Te quedas a cuidar a Watson y yo te traigo las medicinas.— El cerdo entro a la habitación cuando lo nombro y se acercó a la cama a oler a Rebeca. Fruncí el ceño.— No quiero que se suba a la cama.

Rebeca saco la mano por debajo de la manta y lo acaricio mirándome.

—Ni te vas a enterar.

Rodé los ojos y me volteé para irme mientras la escuchaba estornudar dos veces antes de que Watson salga detrás mío espantado.

Tomé un par de monedas del frasco con Rebeca las había guardado, trajo demasiadas como para que sea algo imprevisto o para que pase desapercibida como princesa o alguien de la realeza.

Me puse la campera y ella apareció por la puerta con las frazadas en los hombros y pañuelos en la mano.

—Por lo menos déjame llevarte.—Su voz salió apagada por el resfrío y sus mejillas estaban rojas a la vez que la tez la tenía pálida.— No me gusta que estés tanto tiempo lejos.

Le lance una mirada y luego mire a Watson. Era cierto, a mí tampoco me gustaba estar tanto tiempo fuera y lejos de ella por qué mí paranoia comenzaba a pasarme facturas. Apreté los labios ¿Qué tal si inconsciente mente abría un portal al castillo y alguien se colaba? Ya había abierto dos estando con fiebre a la casa de Ope y al Bosque Rojo.

Asentí.—Pero después te vas a acostar.

Estornudo una vez más y asintió abriendo un óvalo en la pared a mí lado.

—Por favor, no hagas cosas tontas.— Suplique lanzándole una mirada, ella rodó los ojos y se volteó hacia la habitación.

Del otro lado el sol ya hacía rato que había salido, la plaza del pueblo estaba concurrida y había demasiadas personas dando vueltas como para ver al tipo que apareció de una pared en un callejón.

Mire a ambos lados buscando sospechosos y me encamine hacia la plaza y busque entre los comerciantes al que vendía medicinas y hiervas medicinales. Las compré y también compré un par de prendas de ropa mas para esos días de frío y un libro de portada bonita para mantener entretenida a Rebeca ahora que estaba enferma, aunque tenía la sensación de que me estaba olvidando de algo importante.

Me encamine hacia la salida de la plaza con las bolsas en cada mano y mire las carretas pensando que antes algún momento las monedas se acabarían y yo tendría que conseguir un trabajo. Aunque internamente deseaba que pasara mucho hasta que eso pase, lo suficiente para que su apariencia cambié un poco más y se olviden de la princesa desaparecida.

—¡Hey, amigo!.—Alguien a mis espaldas grito y no me volteé. Se oyeron los tacos de los caballos acercándose y se detuvieron. Inhale aire calmándome.—¡Hey!¡El de las bolsas de ropa!.

Me detuve y mire a los lados, era el único idiota que caminaba por el camino en dirección a los campos.

—No puede ser.— Gruñí tirando la cabeza hacia atrás. Rebeca estaba enferma y yo tendría que tardarme más de la cuenta.

—¡Hey!.—Y a mí lado apareció el tipo que la otra vez nos había perseguido. Me tomo del hombro y me volteé.— ¿Necesitas un aventón?.

Negué.—No, gracias.

—Dale, hombre, una ayudita.

—No te conozco...

—Pero yo si los conozco.— Grito con euforia sonriéndome.—Bueno, la conozco a ella.

Las bolsas se me cayeron de las manos listo para hacerle comer tierra y luego pasarle con la carreta por encima, no nos haría mal una carreta y podría hacer que parezca un accidente.

Lo estaba evaluando.

—Azucena.— Exclamó sonriendo. Uno, dos segundo solo necesitaría.— La sobrina de Doña Ope.

Mí cerebro pareció quedar en silencio, pausado. No entendía nada y miraba a ese tipo tan confundido que no entendía como seguía sonriendo en vez de llamar a un médico.

—¿Conoces a Azucena?.

—Hombre, hoy el hermano mayor de Mike, obvio que la conozco.— Tomo las bolsas del suelo y sonriendo las subió a la carreta. A decir verdad si tenía cierto parecido con el chico tormenta amigo de Rebeca.— Venía a comer a la casa casi todos los días. Mikie estaba secretamente enamorado de ella.— Se rió y los caballos avanzaron unos pasos hasta que se subió y tomo las riendas.

—¿Disculpa, tu nombre es...?.

—Oh, lo siento.—Detuvo los caballos que se tambalearon y me miro incómodo.—Soy Zante.

—Un gusto, Alex.— Dude.— El prometido.

—¿Que? La pequeña Azucena se comprometió.—Asentí fingiendo sonreír con los labios apretados.—Lo siento, y yo hablando de Mike.

—No es nada.

—Súbete que te llevo, o por lo menos te acerco...— Accedí, necesitaba información y transporte.— Llevo las verduras a la aldea del Nueve, está lejos pero un trabajo es un trabajo.—Asentí.— ¿Y hace cuánto se comprometieron?.

—Un par de semanas.

—Felicitaciones, en serio, es agradable saber de ella después de tanto tiempo y ahora conocerte.— El avanzar de los caballos me hacía saltar sobre la madera que Zante tenía como asiento y por poco me muerdo la lengua. Iba a tener el trasero adolorido.— Fran va a estar contento de conocerla.




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