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Rebeca.
—¡Suelteme!.—Forcejee todo en camino hasta el castillo, dos guardias tuvieron siempre las manos sobre mis hombros por si intentaba escapar en vano, habían llenado todo el lugar de doblegadores.
Estaba preocupada, no había vuelto a ver a Alex y tenía un peso duro y asqueroso en medio del pecho, como si presintiera que me iba a pasar algo malo.
No, no debía pensar en eso ahora.
Apreté los dientes con fuerza, no tenía energía para abrir un óvalo o armario un escudo, a penas podía moverme.
Todo se había ido al caño cuando fui a visitar a Javier, Amelia me saludó con su sequedad de costumbre pero la otra chica, Lena, solo me miró un segundo antes de lanzarse sobre mí, de sofocarme con la mirada.
Literalmente.
—Quieta.—Gruño el guardia a mí lado tirando de mi brazo con fuerza inecesaria. No me resistía, ya era en vano, solo quería volver a ver a Alex y regresar en el tiempo al momento que nos fuimos de la cabaña para evitarlo.
No tengo idea de quién pudo dar aviso a las autoridades pero no tardaron en llegar cuando huí de Lena para no armar alboroto.
Me costó horrores pero al final lo hice, su poder era demencial, sofocada mí habilidad y mí energía tanto como el mismo Bosque Rojo. Me hacía sentir como un cascarón vacío, seco, débil. Nunca quería volver a sentir eso.
Trague saliva cuando los portones reales se abrieron y mire por la ventana a los guardias sosteniendose de afuera por seguridad.
No sé en qué momento me volví tan codiciada por mí padre pero me sorprendía e irritaba al mismo tiempo.
Me había tenido encerrada en una habitación quien sabe cuánto tiempo, olvidada, y ahora me quería de vuelta.
Salí a tropezones, empujada por varios centinelas y rodeada por guardias que no me dejaban ver más allá de mis narices.
Busque a Alex pero no encontré más que informes, gruñidos y empujones.
—Te advertí que no dejarás que el chico pague tus deudas, Rebee.—Estas frente a mí padre me daba miedo, sentía como comenzaba a temblar me cada parte del cuerpo de tan solo pensar en lo que había pasado, en como lo enfrente y como Alex corto su mano, pero además sentía furia por qué no me dejaba ir.
—Quiero verlo.—Gruni. Me dolían las manos de tener los puños cerrados con fuerza.
—Me temo que enfrentará cargos.—Me lanzó una mirada por encima de sus lentes antes de alzar su muñon.—Traicion y intento de asesinato...
Oh, dios...
Era asqueroso, la piel se le había tornado negra por debajo de la venda y sangre empapaba las cintas de alrededor aunque sabía que estaba más cicatrizado para ser una herida de apenas ayer.
Debía encontrar una forma de librar a Alex.
—Intentaste matarme.—Solte ignorando su mano y buscando palabras en mí mente.—Solo cumplía con su trabajo, estaba protegiéndome.
—Oh, Rebee, ambos sabemos que hace más que su trabajo.—Su tono condescendiente me puso los pelos de punta. Sonrió.—Pero e de admitir que el otro pretendiente, el sangre pura, me era de más utilidad de un sucio cocinero de segunda.
—Eso no es de tu incumbencia, ya no soy la princesa. Renuncie al cargo cuando me fui del castillo...
—Nunca dejaras de ser mi princesa, Rebee.—Suspiro y saco de al lado de su escritorio una botella y un vaso de cristal.—Eres la futura reina, aún si lo quieres como si no, el reino no puede quedarse sin soberano.
—Buscate otro.—Sentía en nudo en la garganta asfixiándome bajo a mirada de mí padre. Parecía enojado, sus ojos oscuros, su piel pálida, sus mandíbula apretada.
Y luego se rió volviendo a ser normal.
—¿Oh, Rebee, esa la forma de hablarle a tu padre?.—Estaba sentado de nuevo detrás de su escritorio, a diferencia de hace unos meses esa habitación para cuatro haber sido víctima de un huracán, las cosas lanzadas a los lados, rotas, las cortinas rasgadas, tierra en todos lados y paginas de libros esparcidas por todos lados. Se levanto con los brazos abiertos a cada lado.—¡Mi niña, hoy es tu cumpleaños...!
Retrocedí varios pasos confundida con su cambio de ánimos. A él no le importaba a qué día era, solo quería lastimarme y ahora que ya no le importaba temía morir.
Me prepare para protegerme.
—¡Juni, mí niña, ven cariño!.—Llamo mí padre hacia la puerta y segundos después está se abrió y mí hermana menor apareció.
El aire se me detuvo en la garganta, June estaba delgada, muy delgada para ser normal, con su cabello castaño corto por debajo de los hombros como el mío y bien peinado, el flequillo a un lado y su pálida piel ahora amarillenta. El vestido violeta parecía sostenerse de sus menudos hombros y colgar hacia el suelo sin mas.
—June...—Solte sin quererlo, mis ojos llenos de lágrimas y el dolor encendiendo mí pecho al ver su ira cuando se fijó en mí.
—¿Si, padre?.—Me ignoro.
El rey rió avanzando hacia ella justo cuando una pared de cristal apareció entre ellos y se rompió cuando él la golpeó por tropezar, había pasado tiempo bebiendo y apenas podía caminar.
—Ni se te ocurra tocarla.—Gruñí con rabia. Sabía que podía hacer, había vivido durante meses siendo golpeada por ese hombre, no permitiría que hiciera lo mismo con June.
Dentro de la habitación comenzó a correr una brisa fresca que revolvió los papeles y las cortinas, pero yo no podía apartar la mirada de mí padre que miraba el suelo como si se moviera por su cuenta y no por su estado deplorable.
—Rebee...—Comenzo con un suspiro frustrado, como si este no fuera más que uno de mis berrinche de niña, y el nudo dentro mío se ajusto mas.
—No voy a dejar que la lastimes...
—¡Ya no puedes protegerme!.—Estallo June a su lado, el viento revolvía todo su cabello y sus palmas, giradas en mi dirección, dejaban ver cicatrices de círculos y líneas que subían por su brazo.
—Niñas...—Mi padre quiso de nuevo adelantarse y tranquilizarnos pero June extendió una mano hacia mi y sacando una silla de su lugar para lanzarla hacia mi.