Todos en el pueblo madrugaron aquella mañana con las sonoras campanas de la iglesia del castillo que llamaba a una reunión, un juicio. Una ejecución.
Del otro lado, donde ya no había salvación para aquellos que quedaron atrás, el rey había organizado un juicio para las personas que ayudaron a escapar al rehén que terminó secuestrando nuevamente a la princesa Rebeca.
Pero nadie le creía, las voces en su cabeza lo decían, sabían del amorío y ahora ayudarían a la princesa a derrocarlo.
El recuerdo de su padre se lo repetía una y otra vez.
Como pocas veces pasaba todo el pueblo estaba reunido en el enorme coliceo a las afueras del castillo, con tantas gradas como para quien quisiera asistir y el podio aparte para la familia real ahora ocupado solamente por la princesa June, su prometido y el Rey que por poco y no podía quedarse quieto sobre su trono.
Había esperado ese juicio por años y ahora por fin se haría justicia.
—Pase al frente el condenado.—La voz del nuevo jefe de guardias resonó en todo el coliceo y el Rey por fin de arrimo a la punta de su sillón cuando el hombre rubio de mirada feroz apareció por la puerta con grilletes en las manos y varios guardias cubriéndolo por detrás. Era un peligro.— Edmud Linch, es acusado de traición, de ayudar al ex guardia, y peligroso rehén, Alex Lokhe a escapar y de confabular para secuestrar a la futura reina de Mangata.—Silencio, todos esperaban el veredicto pero era el rey quien prácticamente se mordía las uñas.—¿Como se declara?.
Edmun, pensó el rey con ira, por fin conocía su nombre después de tantos años.
—Culpable.—Dijo el ex guardia con la voz firme y la mirada al frente, lleno de valor y honor.
Su sangre comenzó a hervir y podía sentir el familiar ardor en sus manos, los aguijones detrás de sus ojos.
El rey se levantó de su asiento cuando el pueblo entero soltó un grito ahogado, se volteó y camino fuera del podio, hacia las escaleras y luego a la arena donde el hombre que lo había humillado esperaba su fin con la frente en alto.
—¿Te declaras culpable de que exactamente?.—Pregunto lleno de ira, sentía su garganta seca y las ansiosas ganas de quitar de encima el hormigueo que viajaba por sus brazos, la energía de su poder queriendo salir pero debía enterarse, todos debían saber que él jugó con su mujer.
Edmun se inclinó al ver a su soberano. —Me declaró culpable por ayudar a la Lady Rebeca a escapar con su marido.
El guardia trago saliva, había parecido en la habitación de la princesa de un momento al otro y luego de ayudar a la princesa Briana a volver en si con ayuda de uno de los guardias amigo de Rebeca las puertas estallaron y centinelas entraron a llevarlos a ambos por la fuerza.
Sabía que el tipo que los ayudo había escapado pero no sabía dónde se encontraba la amiga de la princesa.
Los pesados pasos del rey hicieron vibrar los cimientos cuando camino hacia el guardia, pero no cayeron, se estaba controlando para no destruir el reino al ver la cara de aquel hombre.
—Declárate culpable también de revolcarte con esa sucia ramera.—Murmurro cuando quedó por fin cara a cara con el guardia que lo miro sin inmutarse de la confusión.—¡Admite que tuviste un amorío con la reina!.
Y Edmun por fin cedió, sus ojos se llenaron de lágrimas y trago saliva claramente nervioso, pero su mentón no bajo.
—Mi rey...
—Esa ramera.—Solto el soberano con los dientes tan apretados que amenazaron con romperse. Alzo la la no y golpeó al hombre con tanta fuerza que lo tumbó.—Fingio serme fiel, estar siempre para mí, amarme y respetarme mientras se revolcarte contigo, un bueno para nada.—El guardia se arrodilló en el suelo y miró al Rey acercarse tanto como para rozar su oreja con los dientes.—Un inutil...
Edmun Linch apretó la mandíbula tanto como le fue posible para no hablar, para no comentar frente a todos sus secretos guardado, los llantos de su amada cuando lo veía ebrio, cuando la golpeaba o la insultaba a altas horas de la noche.
La impotencia que había tenido aquel día que la acarició, cuando se dio cuenta de que el rey no la merecía mientras ella susurraba su nombre contacta dulzura y cariño. Que era él quien no la merecía a esa mujer de fuerte carácter, de dulce corazón.
El rey alzó la mano y volvió a golpearlo en frente de todos, iracundo, sobrio y herido.
El dolor estalló en la mandíbula del guardia, pero no hizo nada, hace rato que ya se resignaba a no hacer nada para no lastimarla. Para honrar su memoria.
—¡Ella te uso!.—Grito el rey rojo de pies a cabeza.—¡Solo te manipulo!.—Se volteó, ignorando los miles de ojos de sus ciudadanos puestos en él, se paseó hacia la salida y luego volvió al guardia señalandolo con la punta de su dedo negra de veneno.—¡Su sentencia es la muerte!.
Los guardias detrás de Edmun tiraron de las cadenas hacia el piso y sus puños quedaron pegados a la tierra tan rápido que casi cae de cara, sus rodillas de nuevo en la tierra siendo lastimadas por las piedras diminutas que decoraban el coliseo.
No iba a defenderse, no pensaba hacerlo, había visto el cuerpo de su amada durmiendo sobre su cama, inmóvil, y había llorado su pérdida antes enterrarla bajo un rosal, su flor favorita.
Solo él sabia sus secretos, contados por en una noche de amor profundo a las calidez de las velas y la armonía de los grillos.
Había jurado guardarlos y aquella promesa era lo último que pasaría por su mente junto con sus hermosos ojos ámbar.
—Edmun Linch, ex Capitán de La Guardia Real, acusado de alta traición.—El nuevo capitán grito todo mientras el silencio los envolvía a los tres y la mirada del rey asechaba al acusado.—¿Tiene algo que decir para defenderse?.
Agachó la cabeza, lo pensó y cuando volvió a alzar la frente ya había aclarado su mente.
Trago saliva.
—¡Me temo que tengo otro pecado que confesar!.—Grito y todos miraron espectantes, en silencio. Miró al Rey, desafiándolo —¡Me enamoré de la reina Maura, nuestra reina!.