Aquella mañana todos se levantaron mas temprano de lo usual.
Las sirvientas no habían dormido mientras limpiaban el castillo de arriba a abajo y las cocineras no habían tenido el mas mínimo descanso para los pedidos del Rey y de los concejeros que los acompañarían en la cena de esa noche.
Dos sirvientas vestían y peinaban a la princesa en sus aposentos, y una tercera intentaba maquillar ese cardenal en su mejilla/ojo con mucha dificultad. Los falsos rizos oscuros de la muchacha cayeron sobre su rostro y ella solo lo vio a través del espejo, por sobre el velo de tristeza y cansancio con la que se había levantado esa mañana, a una chica desconocida, con los ojos tan vaciós que la oscuridad le esperaba a quien observara con detenimiento.
Aquella noche ella tampoco había dormido del dolor en su mejilla, en sus ojos y en sus manos. Ahí donde sus maestras la habían golpeado la tarde anterior solo por que coloco mal una mano o por que estornudo sobre la servilleta equivocada. Sus ojos ardían por el cruel dolor de contener con orgullo, y casi con estupidez, las lagrimas que amenazaban con romperla.
-Princesa, su padre la espera en el puerto.- Fueron las primeras palabras que Ben cruzo con ella desde ese día, cuando las sirvientas la tuvieron preparada, maquillada, peinada y vestida como la situación lo demandaba.
Como orden de superiores debían de hacer el turno del día completo cuidando a la princesa mas otros tres guardias que la escoltarían al puerto y de regreso para cambiarse el vestido y luego de vuelta por el castillo.
Rebeca se volteo hacia el guardia, su mirada inexpresiva, sus ojos fijos en los de él, las manos unidas frente a ella a la altura correcta, y asintió con la cabeza a la vez que se encaminaba hacia la salida con pasos cortos pero rápidos.
Fuera Ben, Alex y Javier junto con otros tres tipos la esperaban en un semi circulo.
Al salir, se volteó hacia sus sirvientas e inclino la cabeza.
-Gracias.- Y luego marcho, con la frente en alto y la postura recta. Igual que una princesa.
***
El viaje al puerto consistía de atravesar toda el castillo hasta el ala Norte, ahí donde las aguas golpeaban furiosas contra las costas del reino, donde la mercadería llegaba desde el otro lado del continente, y ahí donde solo tenia acceso el rey y su familia (Aunque rara vez iban).
La princesa camino por los pasillos con pasos apresurados, ignorando el dolor de sus pies empollados por los zapatos que hacia meses no tenia el lujo de usar, ignorando el ajustado corset en su torso que quitaba todo el aire de sus pulmones e ignorando el pesado maquillaje que cubría su rostro, su cuello desnudo y todo su pecho. Un enorme nudo se había alzado en su garganta al pensar en lo que su padre le tenia deparado para ella y sintió tantas ganas de llorar que comenzó a pensar en su habitación como un refugio mas que como una jaula.
Al bajar las enormes escaleras de marfil oyó a lo lejos los gritos de un desembarque y casi se acobardo de su promesa, de no escapar, de no huir al pueblo. Bajo los escalones y solo se permitió pensar en sus hermanas, sea donde sea que estén, muertas de miedo y quizás sufriendo. Se obligo a creer que podrían ser ellas quienes estuvieran obligadas a cortejar a alguien que no conocían, a vivir en su habitación, a comer lo que la obligaba y ser golpeadas por placer.
Se obligo a creer que fueron ellas quienes tuvieron la carta de la suerte.
Quizás estuviera perdiendo la cabeza pero ella creía que seria mejor que se las llevaran.
-Princesa, Espere acá.-Dijo uno de los guardias nuevos cuando llegaron a las enormes puertas de madera con relieve en homenajes a antiguos reyes. Acto seguido se dio la vuelta y camino por uno de los pasillos laterales que comunicaban a fuera de manera discreta.
-Princesa...-Llamo alguien a su lado y Rebeca no tuvo que voltearse para saber que era Ben, mirándola desde su posición sin reconocerla en absoluto.-...Esta pisando su vestido.
Ella miro sus pies y luego quito la tonta tela de debajo de su suela sintiendo como todo su cuerpo temblaba, como sus ojos escocían y como la suave brisa que se colaba por las rendijas rozaba su desnudo cuello. Inhalo aire por la boca, tan pintada que se le pegaban los labios, y miro al frente con la mirada tan fría como podía.
Se oyeron las trompetas y las puertas se abrieron lentamente para dejar paso a la escalinata y al camino de piedras preciosas, al panorama de un desembarque y, de fondo, el enorme mar tan azul que no sabia donde terminaba y donde comenzaba el cielo.
El sol enrojeció sus mejillas al instante pero el amenazante frio que subió por su cuerpo al ver a su padre, esperándola con una sonrisa de oreja a oreja y los brazos abierto al final del ostentoso camino de piedras preciosas, no se lo quitaba ni el mas ardiente infierno.
***
En cuanto las puertas de abrieron el corazón de Alex intento salirse de su cuerpo. Huir.