Al abrir los ojos una sensación extraña se apodero de mi, era un peso, asqueroso, en mi estomago. Hice una mueca creyendo que podría vomitar pero no fue esa la sensación sino algo peor.
Parpadeé varias veces y luego gire la cabeza hacia ambos lados con temor, el alivio me recorrió el cuerpo al ver el otro lado de mi cama vacía pero eso no quito la sensación de estar observada de encima. Gire la cabeza para el otro lado y me encontré con una sombra en la silla a un lado de mi cama, algo negro que helo todos los huesos de mi cuerpo.
Me senté de golpe mirándola desplazarse de un lado al otro en la silla, como si quisiera acomodarse, pero al final simplemente se quedo quieta y sentí como su ojos, o por donde sea que miraba, estaban clavados en mi.
Mi respiración se agito en mi pecho y el corazón se me subió a la garganta mientras me quedaba con la mirada fija en ella o él. Trague saliva, mirando la puerta al lado de la silla y sabiendo que no podría correr aunque lo quisiera. Pensé en gritar por ayuda, pero fue en vano siquiera pensarlo, la sombra se lanzaría sobre mi.
Quite las telas de encima de mi cuerpo y me senté con las piernas fuera de la cama y el miedo calando por mi cuerpo cada vez que ella se movía, no quería moverme, temía lo que pasaría luego. Mire una vez mas la puerta y quise lanzarme hacia ella, pero mi cuerpo no reacciono.
-¿Que eres?.- Pregunte con apenas un susurro de voz, la sombra se levanto de la silla y camino hasta mi. De alguna manera quede paralizada en el lugar mientras la veía acercarse, quise retroceder, quise gritar, pero nada salió de mi labios ni quiera cuando ella se inclino en la luz de la luna que se filtraba por la ventana y acariciaba el vidrio con los dedos.
El aire escapo de mi cuerpo cuando volvió a girar hacia mi y acaricio mi mejilla con suavidad. El tacto era frio y me estremecí al sentirlo, pero mas allá de eso nada en el ambiente pareció reaccionar a la presencia. Trague saliva sin moverme y la vi retroceder lentamente de nuevo hacia la ventana, donde la luz marco a la perfección la silueta de su perfil al observar a las fueras, alzo la mano y volvió a rozar la ventana antes de desvanecerse, dejando detrás una ráfaga de tristeza y nostalgia que desgarro mi pecho en dos, estrujando mi corazón hasta que lagrimas cayeron por mi mejilla derecha sin razón.
Al recostarme sobre la almohada de nuevo sentí la tristeza de aquella sombra, su dolor, que viajo por todo mi cuerpo de un lado al otro haciendo estragos con mi propio dolor, hasta que mis ojos lograron cerrarse y pude despedirse de un dolor tan puro y profundo.
A las pocas horas, o lo que yo creí que fueron pocas horas, las aves cantaron anunciando, junto con las campanadas y las trompetas, la llegada del glamuroso baile al castillo que mi padre había organizado.
La sombra, su recuerdo, su tacto, se hicieron tan lejanos en mi mente que comencé a preguntarme si había pasado, si no había sido un sueño tan profundo que despertó una desesperación y un dolor tan ardiente en mi cabeza.
Me levante, llamada por los insistentes e irritantes golpes de la puerta y al abrirla me encontré con la cara de las mucamas que entraron como una ráfaga de viento y comenzaron con su trabajo sobre la figura de la princesa y la cada vez mas futura reina.
Me condujeron al baño sin hablar y casi empujándome dentro de la bañera, mi cabeza no dejaba de reproducir las palabras de mi padre entregándome a Sir William como si no fuera mas que un objeto, como si no valorara para nada la opinión de la única de sus hijas en la que tiene poder.
Sabia que se venía venir solo no lo quería aceptar.
Desde niñas se nos criaban para eso, las primeras lecciones eran las ilusiones de cuentos en los que se nos recordaba que nuestro corazón ya estaba comprometido con la corona que no conoceríamos hasta el final. Pero a diferencia de las demás yo iba a ser la reina, la que podía vivir bajo una corona sin aceptar esas tontas reglas y vivir con mi corazón dentro de mi pecho y no en manos de alguien.
Que ingenua había sido hasta ese momento.
Inhalando aire por al boca, con el mentón temblando de impotencia, mire el espejo frente a mi y mi reflejo con los ojos rojos del esfuerzo por intentar no llorar mientras miraba los mechones de mi cabello caer al suelo. El frio de la tijera rozo mi mejilla y me estremecí de ver me tan diferente, tan pulcra y elegante con el cabello corto por debajo de mis hombros y el flequillo cayendo por encima de mis ojos, rozando mis cejas.
Apreté con fuerza las silla hasta que mis dedos dolieron y mis uñas se clavaron en la tela, pero en mis ojos no hubo cambio mas que el enrojecimiento.
Trague saliva sintiendo como mi rostro se aferraba a las pesadas capas de pintura que colocaban en mi rostro, ocultando mi palidez y ruborizando mis mejillas, oscureciendo mis ojos para que no se note mi falta de sueño y enrojeciendo mis labios para que resalte lo ancho que eran y lo atractivo que se veían. Mis ojos se vieron diferentes, mi imagen se veía irreconocible y me regañaron cuando las lagrimas amenazaron con arruinar su trabajo por la impotencia de lo injusto.