Resiliencia (orgullo Blanco 4)

Romeo

[Capítulo 1]

 

{Rahsia}

 

¡Uf! Respiré profundo y vi hacia el frente, lista, preparada, decidida. Iba a hacerlo, esa vez sí y me propuse llegar al final, no importaban las consecuencias. Así que tomé el mando a distancia y di clic en reproducir.

—¡Bien, mis reinas! Gracias por estar aquí, con las energías puestas y dispuestas a perder esos kilos demás. Así que comencemos girando los hombros. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Cuenten para mí! —La música sonaba de fondo, alegre y energética. 

—¡Y uno, y dos y tres! ¡Eso es, vamos! —Comencé a moverme tal cual lo hacía el entrenador y sus acompañantes.

¡Dios! Era la tercera vez en el año que decidía hacer ejercicios, comenzar una nueva rutina, comer sano, perder así fueran dos kilos.

Mientas me movía miraba el vestido que puse sobre el sofá de mi sala, donde me encontraba, lo hice como inspiración. Lo compré dos tallas menos y deseaba que cuando me lo volviese a probar, entrara con facilidad y ya no se me mirase como si fuera una gusano o la versión femenina de «Michelín».

—¡Vamos, Rahsia! ¡Tú puedes! —me dije cuando el entrenador pidió que lo hiciéramos.

Me movía con energías, con actitud, decidida. Me sentía con dos kilos menos en ese momento y con el corazón acelerado en apenas cinco minutos de ejercicios. Pero bueno, tenía que animarme psicológicamente, creerme una chica de revista para obligar a mi cuerpo a que se sintiera así. En los últimos meses mi peso se descontroló y nunca en mi vida había estado en una talla tan grande, así que sabía que era momento de hacer algo, otra vez.

Mi móvil comenzó a sonar y dejé perder la llamada porque si respondía, me desconcentraría, pero el aparato siguió y siguió hasta que vi que se trataba de Angie, mi mejor amiga y sabía que si no le respondía, no pararía de marcarme.

—Espero que sea urgente, porque me has interrumpido de algo muy importante —dije con la voz agitada y entrecortada.

¿Estás follando, picarona? —inquirió alegre y rodé los ojos, aunque no me mirase.

—No, Angie.

¡Ah! ¡Ya sé! Estás haciendo ejercicios de nuevo —dedujo y rio—. Haz tres horas esta vez, amiga. Así te duran para dos semanas, si es que esta vez aguantas eso.

—Voy a colgar, veo que solo llamas para estar de metida —zanjé y la escuché carcajearse.

Ya, cielo. Lo siento —exclamó—. Bien sabes que eres bella en la talla que sea.

—Eso ya lo sé —confirmé en tono engreído—. Si estoy haciendo ejercicios es solo para no aburrirme —bromeé.

Aja…y para que ese chico misterioso que te tiene como loca, te vea preciosa cuando vuelvan a encontrarse.

—No debí haberte dicho nada —me quejé.

Le di parar al vídeo y me senté para hablar con ella, ahí estaba yo, dejando los ejercicios de lado para ponerme a chismear con Angie, otraaaa vez.

Ese era mi cuento de nunca acabar. Quería bajar unas libras, pero me daba pereza hacer ejercicios y mi fuerza de voluntad para meterme en dietas, era nula. Angie me estaba proponiendo ir a comer, pues dejó de invitarme a ir al gimnasio con ella desde que la dejé plantada nueve veces de diez.

Éramos las dos caras de la moneda, pues mientras ella era pelirroja, esbelta, con músculos abdominales, piernas torneadas y sin una pizca de celulitis y hermosa como la chica de revista fitness. Yo era, rubia, robusta, con rollos por donde quiera que la ropa me apretara, piernas cargadas con piel de naranja y hermosa como una modelo de tallas grandes. Y no es que fuese engreída por creerme bella, sino más bien, me enseñaron a verme así, a creer en mí sin importar el físico que tuviese.

El tiempo de quejarme por ello quedó en el pasado y sí, en las últimas semanas no me estaba sintiendo tan conforme, pero… ¡Hombre! Seguía siendo humana e imperfecta y es obvio que no todos mis días eran buenos, pero tampoco me quitaban el sueño. De eso se encargaba una persona y no mis kilos demás.

—¡No me jodas, Rahsia! No me salgas con que pedirás solo una ensalada —se quejó Angie cuando estábamos en un restaurante cerca de su casa. Después de que interrumpió mi rutina de ejercicios y me la cambió por vernos y comer algo.   

—Pediré también el plato fuerte, esta es solo la entrada —avisé y ambas nos reímos—. Ya sabes cómo soy, pídeme de todo, menos que meta en dietas estrictas o que deje el café, porque ahí sí me matas.

Ella negó divertida y sus ojos brillaron al verme.

—Eres grandiosa, cielo. No sabes todo lo que diera por tener un poco de tu espíritu. Me encanta tu actitud y que no te dejes deprimir por los estereotipos de la sociedad —susurró al tomarme la mano.

Angie era de esas chicas de las cuales al verlas a primera vista, te imaginabas que tenían el mundo a sus pies y chicos por doquier, besando el piso por donde caminaba, pero la realidad se alejaba mucho de eso. Pasó por situaciones difíciles un año atrás, mismas que bajaron su autoestima y todavía estaba recuperándose, aunque no le era fácil. Le conté un poco de mi historia en un intento por ayudarle y demostrarle que no estaba sola, no obstante, ella no lo veía así y me dolía mucho porque la quería.




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