Resiliencia (orgullo Blanco 4)

¿Quién soy para ti?

[Capítulo 2]

 

{Rahsia}

 

Desde ese momento supe que tenía que tratarlo con más cuidado y agradecía que el doctor Cleveland volviese pronto, ya que para mi mala suerte, no tenía el privilegio de saber los motivos exactos que llevaron a ese chico a los electrochoques. Se me comunicó lo esencial puesto que todavía me tenían en prueba y temían que al saber la verdad, cometiera algún pequeño error con Daemon y me lamentaba por eso, pero era consciente de que me lo gané a pulso por ciertas cosas que hice y no debía.

No en mi trabajo.

—¿Desde cuando comenzaron los problemas para dormir? —pregunté, más preocupada que antes debido a lo que escuché. 

—Desde ese día en que lo vi. Fue el lunes pasado.

—¿Has estado tomando tu medicamento? —Asintió en respuesta— ¿Y qué más has hecho para ayudarte?

Lo vi incomodarse con mi última pregunta y supe que la respuesta que me daría no me gustaría como mujer, aunque como profesional iba a entenderlo.

—Creo que he entrado a un periodo maniaco leve, el libido lo tengo por las nubes y ya sabes lo que me sucede cuando eso pasa —soltó y decidí no verlo y escribir algo en mi libreta.

«Al parecer ha habido muchas chicas con suerte en estos días», pensé y estuve tentada a escribir eso, pero me contuve ya que parecería la tía del meme. No era la terapeuta pensando en esos momentos, si no la tonta chica frustrada por no ser parte de ese grupo de mujeres.

—No sé cómo tomarme eso, Rahsia —Lo miré con los ojos desorbitados y me avergoncé como nunca.

¡Mierda! No era posible que haya dicho eso con palabras y cuando sonrió y esa vez de verdad, mis mejillas se calentaron y estaba segura de que también se me pusieron rojas.

—Digo… ¡Dios! Lo que quise decir es… ¿No te servirá comer chocolates para matar ese antojo? —Cerré un ojo y fruncí la nariz en un gesto irónico e inocente al soltar tremenda estupidez.

—¿Perdón? —expresó y se carcajeó entonces.

¡Joder! Si hubiese sabido que haciendo el ridículo lograría ver ese hermoso gesto en él, creo que lo habría hecho antes.

—¡Ya! No te rías, hombre. Solo dije eso porque algunas mujeres calmamos nuestra libido muchas veces, comiendo chocolate. Al menos yo sí lo hago ¿o no lo notas? —ironicé y me señalé de la cintura para abajo.

Todavía riéndose, Daemon me observó poniendo un puño bajo su barbilla y mordiéndose el labio en el proceso. Me sentí incómoda en ese momento pues mi inseguridad quiso asomarse y traté de meter la barriga para que no se me notara mucho.

¡Madre santa! ¿Por qué me tenía que pasar eso justo cuando buscaba impresionar y no dar pena?

—Pues la verdad, noto muchas cosas —Dejé de respirar al oírlo.

Eran pocas las ocasiones en la que él hizo comentarios de ese tipo y nunca sabía cómo tomarlo, sobre todo al recordar que tenía que ser profesional. Mi ética me lo exigía.

—Muchos michelines ¿cierto? —inquirí, queriendo llevar el tema hacia otro lado. Me miró sin entender de lo que hablaba— Muchos gorditos, rollitos de gordura, Daemon —aclaré y él negó—. Bueno, pero concentrémonos en lo importante —pedí.

Era momento de regresar a él y lo que pasaba y rogué para que se olvidara de mis tontos comentarios.

—Si te parece, quisiera verte más seguido hasta que logres superar este momento. Tal vez tres veces por semana, no incluyendo la sesión grupal —pedí.

—De hecho, esperaba que lo propusieras —admitió y me hizo sentir bien, pues eso me indicaba que iba a poner todo de su parte para superar cualquier crisis por muy dura que fuera—, pero no sé si fuese posible dejar al menos una sesión fuera de aquí —Entonces fui yo la que lo miré sin entender en ese instante—. Tal vez podríamos ir a almorzar o a un lugar tranquilo donde puedas trabajar conmigo sin que se sienta siempre como que lo haces por obligación —soltó y, aunque no fue su intención, me lastimó que lo sintiese así.

—¿Te he hecho sentir eso? —cuestioné.

—No porque lo hayas querido, es solo que llevamos tiempo viéndonos aquí o en el grupo y me estoy comenzando a hartar de ello. Y entiendo que debe ser así porque nuestra relación es profesional, de terapeuta a paciente y no conviene hacerlo de otra manera por mi bien —Más bien por mi bien quise decir, pero me callé—, sin embargo, estoy actualmente en un momento en el que no quiero sentirme más como un imbécil con problemas o que tú me escuchas solo porque te pago.

¡Wow! Eso último no me gustó y sentí una pizca de decepción en su comentario, algo que me alertó. Él estaba hablando más de normal y logré entender que el encuentro con esa persona una semana atrás, lo afectó más de lo que esperé.

—Daemon, me conoces desde hace mucho tiempo ya. Sabes que no pude ser la terapeuta de Lucas por haberme involucrado más de lo debido con él, dejé que mis sentimientos por nuestro amigo interfirieran en su proceso y no quiero que pase lo mismo contigo, por eso soy cuidadosa —expliqué.

Lucas Morris fue la persona que llevó a Daemon al grupo de apoyo en el cual nos conocimos, mismo en el que me inicié en mi carrera. Y al igual que él, sufría a causa de la bipolaridad. A Lucas lo conocí mucho antes que al hombre frente a mí, lo quería como se quiere a un mejor amigo y justo eso me llevó a cometer errores a la hora de tratarlo. El doctor Cleveland se vio obligado a darme de baja como terapeuta del chico y me advirtió que si se repetía, pasaría lo mismo y no podía darme el lujo de perder pacientes y no solo por el lado profesional, sino porque me importaban demasiado esas personas.




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