Resiliencia (orgullo Blanco 4)

Me perdería

[Capítulo 3]

 

{Rahsia}

 

Quité las manos de los hombros de Daemon y caminé hasta posicionarme frente a él. Sus ojos me siguieron, lucía molesto, inconforme, expectante y hasta temeroso. Tenía que manejar la situación con cuidado porque la respuesta que daría podía ser mi salvación o perdición y estaba donde estaba porque amaba mi trabajo. Estudié psicología por pasión y no solo porque me gusta, así que no estaba dispuesta a perderlo todo por alguien que claramente no buscaba darme nada.

Y no iba a decir que de momento, porque por un momento o por esperar algo, yo corría el riesgo de arruinar mi carrera.  

—¿Es realmente importante para ti lo que piensa Rahsia? —inquirí, deseando que se apiadara de mí y me sacara de ese apuro por voluntad.

—Yo no pregunto nada que no me importe, Rahsia. Todo lo que te diga será porque quiero decirlo, aunque no siempre lo sienta y las preguntas que haga es porque me importan —zanjó.

Respiré profundo y miré hacia el grupo lejos de nosotros, estaba claro que lo que sucedía con ese chico en ese instante no era profesional ya, sino personal y debía tener claro que podía deberse al estado de manía al que había entrado recientemente.

«Respira y cálmate», me repetí antes de responder.

—Tanto para la terapeuta como para la chica, eres una persona valiente y luchadora. Compartimos la misma opinión —me animé a decir, pero vi la decepción que le provoqué y sentí una opresión en el pecho muy fea—. Aunque Rahsia también te mira como un hombre grandioso, inteligente e interesante —añadí y noté un cambio en sus ojos tras mi respuesta—, eres admirable, Daemon Pride y la capacidad que tienes para reponerte de sucesos dolorosos, solo lo he visto en personas resilientes. Tú eres eso para mí.

Medio sonrió cuando terminé con lo último.

—También eres un tanto guapo, sobre todo cuando sonríes —añadí.

¡Ah, mierda! Ya decía yo que no podía estar un rato sin cagarla, pero es que ese hombre tenía la capacidad de quitarme el filtro de la boca sin darme cuenta y muchas veces odiaba eso.  

—¿Un tanto? —cuestionó, pero en su voz noté diversión.

—Sí, y un tanto engreído —señalé y unas pequeñas arrugas se formaron en los rabillos de sus ojos cuando agrandó más la sonrisa.

Mi corazón se apachurró demasiado al ver ese gesto en él y en ese momento me di cuenta de cuánto había extrañado eso. Una vez más estaba comprobando que Daemon era como un niño necesitado de atención y cuando la obtenía, sus ojos eran capaces de mostrar la felicidad que su rostro y cuerpo no; eso también demostraba que no era un niño malcriado, sino que la condición que lo acechaba muchas veces lo volvía inseguro.

—Daemon, Lucas es solo mi amigo y si tuviese que consultar con él tu propuesta, te aseguro que de una me diría que no lo piense tanto y acepte —decidí decirle y volvió a su seriedad—. Debo hablarlo con mi jefe en realidad, porque salir del consultorio contigo podría prestarse para comentarios mal intencionados y así a Rahsia no le importe lo que la gente diga, a la terapeuta Brown en cambio, podría arruinarla.

—Lo entiendo —aseguró— y perdón por ponerte en esta situación o actuar como si tuviese algún derecho en ti o tus decisiones. Creo que mi mal momento me está afectando más de lo que esperaba —admitió.

Que aceptara eso me decía que no estaba haciendo un mal trabajo con él, pues al principio, cuando recién llegó al grupo de apoyo, era muy difícil que se abriera así y expresara lo que sentía. En muchas ocasiones el doctor Cleveland se frustró con Daemon, yo en cambio luché para ganarme su confianza, busqué las maneras de lograr que confiara en mí como para hablarme de sus secretos y fue por esa razón que al seleccionarme para atender a pacientes por mi cuenta, mi jefe me dejó trabajar con ese chico sin rechistar, pues el mayor avance lo logré con mis propios métodos.

—Y por eso no puedo perderte como paciente —dije—. Si me obligan a dejar tu caso, ya no podremos trabajar como lo hemos estado haciendo por más de un año, así que debo actuar con cautela y según las reglas, porque dime, ¿qué harías tú sin mí? —bromeé.

Sin embargo, no obtuve respuesta de su parte, solo se quedó en silencio y observándome. Fue tan intenso en ese momento que me obligué a desviar la mirada, acomodé las mangas de mi camisa ya que me llegaban debajo de los codos y miré las mariposas en mi brazo.

¡Maldición! Me sentí idiota.

—¿Rahsia, puedes venir un momento? —pidió Tania.

Quise abrazarla por salvarme de ese momento tan embarazoso, pues Daemon logró intimidarme con la mirada.

—Sigue con la actividad, es la última —pedí hacia el chico y comencé a caminar.

—Me perdería —dijo cuando me alejé unos pasos y me detuve de golpe.

Mi corazón se aceleró con esa declaración y volví a verlo para comprobar que escuché mal, que me confundí, que no me lo decía a mí. Él seguía en su posición, viendo hacia el frente, pero juro que supo que detuvo mis pasos y deseé preguntarle a qué se refería, sin embargo, mis palabras no pudieron salir de mi boca porque tuve miedo de ilusionarme, sobre todo al recordar su anterior declaración.




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