[Capítulo 8]
{Rahsia}
Me fui a casa con una migraña del demonio, el desvelo y la falta de alimentos tenían mucho que ver y también mi nuevo fracaso. Cuando me sacaron del caso de Lucas me sentí muy mal, aunque justo en estos momentos me quería morir; le dejé un mensaje de voz a papá ya que me estuvo llamando con insistencia, le aseguré que estaba bien y avisé que me acostaría a dormir puesto que tuve un día demasiado pesado, lo mismo hice con mamá y con Angie, esta última quería que nos reuniéramos y habláramos, pero hablar era lo que menos me apetecía.
Ni siquiera me desvestí cuando estuve en casa, solo cerré las cortinas oscuras y me tiré en la cama. El corazón se me había subido a la cabeza y las palpitaciones las sentía en las sienes, mis ojos estaban calientes y rogué para dormirme de inmediato. A duras penas pude beber dos píldoras para la migraña y agradecía al médico que me las recetó ya que me noqueaban en minutos.
—Joder, Daemon. No se valía que me sacaras así —murmuré tras dar un largo suspiro.
No quería hacer un drama, pero cuando me metía tanto en un caso, me frustraba que de la nada me hicieran a un lado y sí, aceptaba que hasta yo creí en su momento que ya no era correcto seguir tratándolo porque cometí el error de enamorarme de él. No obstante, me juré a mí misma que no permitiría que eso influyera en su proceso y estaba dispuesta a cumplirlo ya que más allá de lo que sentía por ese hombre, verlo bien era lo que más me importaba.
¿Una partida?
Leí con un solo ojo en la barra de notificaciones de mi móvil. Era de mi juego favorito, con mi contrincante favorito y ni eso me animó. Más bien, mi cabeza palpitó con fuerza por la luz del aparato y esto que ya le había bajado todo el brillo.
—Hoy no, Demon —susurré y bloqueé el móvil ignorándolo.
Cerré los ojos y puse mis antebrazos cruzados sobre mi frente, la presión que ejercía me calmaba un poco el dolor. Con esfuerzo logré no pensar en nada y sin sentirlo, conseguí dormirme.
Así de matada me sentía.
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Al día siguiente desperté a las once de la mañana, menos mal era sábado. Me levanté de la cama sintiéndome atontada, los efectos secundarios de las píldoras eran una mierda, pero con una larga ducha se me quitarían y eso hice; caminé hacia el cuarto de baño quitándome la ropa en el camino y la dejé regada, abrí el grifo y mientras el agua se ponía en su punto, me senté en el retrete para hacer mis necesidades.
Pasé una hora bajo la regadera, media hora solo dejando que el agua cayera sobre mi cabeza y cuerpo; evité pensar, aunque me era difícil, pero al menos logré no torturarme con cosas que ya no estaban en mis manos. Llegué a mi habitación y me sequé con toda la paciencia del mundo, opté por vestirme con mi pijama de pantalón y me fui a la cocina con una toalla enrollada en el cabello. Mi estómago me exigía comida, me preparé un café instantáneo y saqué un croissant del refrigerador para calentarlo en el horno microondas. Estaba sentada en un taburete de la isla cuando el timbre sonó y murmuré maldiciones por no poder darle el primer trago a mi elixir favorito.
—¿¡Qué demonios estabas pensando al no responderme!? —Mis ojos se ensancharon al ver a Caleb en la entrada y gritándome.
—¡Papá, no me hables fuerte! —pedí y oculté mi asombro, a la vez que me tomé la cabeza con una sola mano. Sus gritos hicieron que una punzada me atravesara las sienes.
Ni en un millón de años esperaba verlo en mi apartamento, en California. El trato nunca fue ese, que estuviera aquí iba más allá de todos los límites que una vez impusimos. Me ponía en riesgo, pero más se estaba poniendo él.
Entró de inmediato y antes de cerrar miré a los lados del pasillo exterior, Lupo, uno de los chicos que trabaja con él, estaba afuera y me saludó con la mano al verme. Omití invitarlo a pasar ya que sabía que no lo haría, las reglas eran así.
—Dime por favor que no le pasó nada a mamá —supliqué alarmada al pensar en que esa podía ser una de las razones más grandes para que se atreviera a romper nuestras reglas— ¡Dios mío! ¿¡Nos han encontrado!? —seguí, mi cabeza se estaba formando los peores escenarios posibles.
De pronto quise salir corriendo hasta donde dejé mi móvil, arrepentida por no haber hablado con mi madre la noche anterior y porque no respondí a las llamadas de ese hombre frente a mí. Él pareció darse cuenta de mi terror y su rostro antes molesto, se suavizó.
—No, Rahsia, no pienses lo peor —pidió y me tomó de los brazos cuando intenté pasar a su lado en busca de mi móvil.
La toalla se cayó de mi cabeza hasta llegar al suelo y mi cabello quedó suelto, el movimiento de este hizo que papá se concentrara en mi cuello y vi en sus ojos el terror.
—¿Quién te hizo eso? —cuestionó y su tono me heló la sangre.
Una sola vez lo vi y escuché así, años atrás, cuando era una adolescente y me rescató de las garras de aquel maldito que me entregó a él como un regalo. Esos recuerdos me dañaban al pensarlos en momentos como ese, me hacía volver a vivirlo todo.