[Capítulo 11]
{Daemon}
«Contrólate, contrólate, contrólate»
Eso era lo que se repetía en mi cabeza, toda la vida. Control era una palabra que ya me asqueaba y la acción mucho más, pero debía hacerlo. No quería seguir dependiendo de nadie para llevar mi vida, irónico porque dependía de los medicamentos que desde niño me recetaron. Tenía que medir mis sentimientos para darlos en dosis pequeñas, pero el problema estaba en que lo pequeño para mí, era mucho para los demás. Y esa noche, después de todo lo que me propuse, mi control se fue a la mierda por culpa de la única mujer que era capaz de mantenerme a raya y desestabilizarme si así se lo proponía.
Mi propósito era alejarme de ella, al menos hasta que me sintiera capaz de enfrentarla sin perjudicarla, pero a la vida le encantaba agarrarme de su perra y la llevó hasta mi casa junto a su dichosa amiga, la misma que me sirvió de desahogo por muchos días, sobre todo cuando más descontrolado me sentía.
¡Jodida mierda!
Y estaba dispuesto a hacer lo que le prometí a Angie, me mantendría alejado de Rahsia hasta tomar una decisión de lo que haríamos, sin embargo, tenerla en mi territorio, sin la barrera que antes me impedía acercarme más de lo debido, tras escucharla confesando que se había enamorado de mí y luego cantando esa jodida canción junto a la manera en la que me miró, mandó mi puto autocontrol a la mierda, y que ella me buscara fue un maldito detonante.
Por eso ahí estaba, comiéndole la boca como en mucho tiempo no lo hice con nadie, justo ese día decidió pasar de sus labiales para mi suerte, aunque creo que la habría besado aun así llevara puesto alguno.
Me sentía en ese momento como lo que era, un puto maniaco y su boca me daba la Quetiapina que necesitaba para calmarme, gimió suave y eso me provocó una erección del demonio, mas me alejé para que no me sintiera, pensaba respetar sus límites a pesar de todo. Sus labios suaves y cálidos me dieron la bienvenida, sentí el sabor a licor que llevaba por las bebidas que Lane le dio, emanaba calor cuando decidió poner sus manos en mis antebrazos y profundizó el beso dejándose llevar de una vez por todas, mandando a la mierda todos los obstáculos que ella misma nos impuso.
El beso era crudo, inesperado, anhelado para ambos. De un momento a otro sus manos estaban en mi cintura, empuñó en ellas la camisa que ya me había puesto rato antes y me haló para presionarme en su pecho, mi lengua se hizo paso entre su boca y dejé de sostener su nuca cuando me recibió gustosa y la succionó con suavidad llevándome a niveles peligrosos. Tuve que presionar con fuerza los barrotes de la barda para no cometer una locura, pues lo único que quería era desnudarla y follarla como tanto deseaba, así como lo imaginé y aluciné en incontables ocasiones.
—Quédate conmigo —pedí de pronto entre el beso que le daba.
Yo mantuve los ojos abiertos todo el tiempo, ella los cerró, pero al oírme los abrió con sorpresa y me miró para asegurarse de que había escuchado bien. La besé una vez más antes de que respondiera, por si acaso su respuesta era negativa, en ese momento mordí su labio y lo halé para luego chuparlo y calmar el dolor que le provoqué, porque fui brusco. Contenerme me estaba costando un infierno, con Rahsia siempre me sucedía, pues era la única mujer que me imponía límites. Con todas las demás era fácil, insinuaba, hablaba y lo conseguía en cuestión de minutos, con esta chica en cambio llevaba dos años y muchos de mis estados maniacos fueron propiciados por su negatividad ya que cada vez que le insinué algo, supo batearme con mucha facilidad y, aunque la entendía, también me frustraba.
—Prometo portarme bien, Rahsia. Solo quiero tenerte a mi lado y te juro por mi vida que esta vez no pasaré de los besos, a menos que tú me pidas más —susurré sobre su boca.
Me alejé un poco para verla, su boca estaba entreabierta y respiraba de manera acelerada, los labios se le estaban hinchando y juraba que tenía las mejillas rojas, a pesar de que la luz no me permitía verlo bien, lo sabía.
—¡Jesús! Creo que vas muy rápido —señaló insegura y sonreí burlón.
—Créeme, no dirías lo mismo si supieras desde cuándo he deseado tenerte así —confesé y sus ojos se abrieron un poco más por la sorpresa—. Ya no eres mi terapeuta y sé que buscas más y no puedo dártelo, pero necesito que entiendas algo —dije y le tomé la barbilla cuando dejó de verme a causa de lo que señalé que no podía darle.
Y juro por mi vida que la comprendía y mejor que nadie sabía que esa mujer era para más que un acostón… ¡Diablos! Lo supe desde que le ayudé con las maletas años atrás y no buscaba aprovecharme a pesar de saberlo, Dios sabía que no. Estaba protegiéndola de mí, de lo que podía hacerle si me permitía sentir más por ella y no se debía solo a la advertencia que me dejé en aquel diario antes de someterme a los electrochoques, se debía más a las pesadillas que experimentaba por las noches, a esos sueños tan vividos que me obligaban a pensar que no eran más que recuerdos del pasado, esos que luchaban por volver y a los cuales trataba de sucumbir antes de que ellos me sucumbieran a mí.